Los tics televisivos ni funcionan a nivel narrativo ni prestan brillo a las imágenes
Diego (Adriá Collado), un bioquímico madrileño que investiga los efectos condicionantes de la genética en el comportamiento humano, sufre desde pequeño problemas de memoria que le hacen sentir determinadas situaciones como ya vividas. Estas percepciones se disparan cuando presencia casualmente por televisión la muerte de un argentino idéntico a él. Al intentar averiguar quién es el fallecido, todas las certidumbres que cimentaban la vida de Diego se vendrán abajo.
Será coincidencia, pero que uno de los protagonistas de esta ópera prima de Guillermo Groizard se apellide Eldrich nos trajo a la memoria en varias ocasiones al autor de ‘Los Tres Estigmas de Palmer Eldritch’, Philip K. Dick, cuyas narraciones paranoicas y desconcertantes bien podrían haber influido en esta historia de científicos, déjà-vus, clones, organizaciones secretas y esposas tan prefabricadas como la Sharon Stone de Desafío Total.
Lamentablemente, poco tiene Groizard del Paul Verhoeven que dirigió aquella violenta y divertidísima epopeya marciana. De lo confuso del guión de Proyecto Dos, escrito por el propio realizador en colaboración con otras cuatro personas, da fe que, en el afiche de la película para la prensa, la sinopsis ocupe casi setenta líneas, lo nunca visto. Pero la realización no sólo no aclara ese galimatías sino que, pretendiéndose el colmo de lo cool para atraer a un público joven y acumulando por tanto centenares de planos vomitados a velocidad de vértigo, únicamente enfanga aún más lo narrado e irrita sobremanera al espectador.
Por otra parte, los orígenes televisivos de Groizard se traducen en el desprecio absoluto por la puesta en escena, la pobretería funcional de los decorados, unas interpretaciones lastradas por el costumbrismo chocarrero al que nos han acostumbrado Aída y otros espantos, y el recurso a largas explicaciones en boca de los personajes que dejan en evidencia lo estéril de los efectismos formales, más allá de que epaten a un público acostumbrado a los forenses del CSI, el doctor House, y los correspondientes plagios made in spain.
Proyecto Dos forma parte de un espectacular sarampión de género que ha contagiado al cine español desde hace un par de años, y entre cuyos síntomas se cuentan La Caja Kovak, 3 días, Los Cronocrímenes, La Habitación de Fermat, El Último Justo, REC, El Rey de la Montaña, Eskalofrío, El Orfanato… aunque no es oro casi nada de lo que reluce, y todavía está porque en cualquiera de esas películas, con la excepción del film dirigido por Jaume Balagueró y Paco Plaza (Eskalofrío y 3 días todavía no las hemos visto), se atisbe alguna novedad a nivel visual. Siquiera, cierta personalidad.
Todo son préstamos, ganas de agradar, corrección y complicidades varias. Y aunque habrá quien considere que por esa senda nuestra industria logrará hacerse con el favor del público —lo que, para colmo, no sucede en líneas generales, porque no se ofrece nada que no empaquete mejor el cine norteamericano—, lo importante es: ¿para qué? ¿Qué nos aporta ver a un par de rostros atractivos (Collado, Lucía Jiménez) en una intriga confusa filmada como una tv movie, que aburre durante su proyección y se olvida nada más abandonar la sala? La única conclusión que propicia Proyecto Dos está relacionada con la cantidad de metraje que, es evidente, necesitan consumir multisalas, videoclubs y canales de televisión para mantener el chiringuito audiovisual.
Lástima que odiemos la cultura del chiringuito.