El director Emir Kusturica es el más afamado, por no decir casi el único, director de cine serbio cuyos estrenos tienen relevancia internacional. Elevado a los altares, como tantos otros, por la crítica francesa y el festival de Cannes (en el que tiene el raro privilegio de contar con dos Palmas de Oro junto con Francis Ford Coppola, Shoei Imamura y Bille August, además de haber sido presidente del jurado en la edición de 2005) es un cineasta vocacional formado en Praga que ha dado importantes claves en su cine para la interpretación de la historia reciente de su país.
En Prométeme sigue la tónica de todos su filmes. Tsane, con el motivo de cumplir los encargos de su abuelo de vender a Sventka y con el dinero comprar un icono de San Nicolás, un recuerdo de su viaje y conseguir una novia, se ve envuelto en una delirante historia que recorrerá personajes y situaciones en cierto modo representativos de la sociedad serbia. La especulación inmobiliaria, la prostitución encubierta y el contraste entre la bondad de la vida rural y la desordenada vida urbana serán problemas a los que Tsane se enfrentará como un héroe improvisado para conseguir su propósito y, sobre todo, los favores de Jasna (Marija Petronijevic), su amada.
El estilo Kusturica es perfectamente reconocible sobre todo desde la notable Underground (1995), su segunda Palma de Oro en Cannes, una cinta que supuso su consagración definitiva en todo el mundo donde hacía un peculiar y lúcida interpretación histórica de su país. El estilo vibrante y dinámico basado en el movimiento continuo de la cámara incluso en espacios pequeños mediante steady-cam, la dirección de arte recargada y cercana al cómic, los personajes grotescos y representativos de estamentos sociales y, sobre todo, la música constante y verbenera con origen en sonidos zíngaros que acompaña la acción durante todo el metraje son las claves también en el resto de sus películas: El tiempo de los gitanos (1988), primera Palma de Oro en Cannes; El sueño de Arizona (1993), Oso de oro en Berlín, Gato negro, gato blanco (1998) y La vida es un milagro (2004).
El problema es que, a fuerza de repetir estilo, su sorpresa y frescura inicial se han agotado, así como el acierto y el esfuerzo porque las historias resulten paradigmáticas. En Prométeme, las peripecias del protagonista se siguen con enorme desidia pues transcurren entre el humor más chabacano y los intentos infructuosos de que el disparate y la farsa tengan algún sentido para el espectador. Hay momentos en los que parece más que estamos contemplando una de Pajares y Esteso dirigida por Mariano Ozores que la película de uno de los directores más laureados de los últimos años. Las frases políticas de los personajes en la secuencia final son todo un reconocimiento por parte del cineasta de que su veta narrativa está agotada. Su último trabajo es un documental sobre Maradona, esperemos que el cambio de tema y género conlleve una mejora de su cine.