Edward Zwick vuelve a dar buena cuenta de su irregularidad como realizador y guionista.
El mundo vuelve a estar amenazado por el ejército nazi. Europa vuelve a estar dividida ante el órdago germano y los judíos vuelven a la posición de víctimas en el momento más cinéfilo de su controvertida historia.
Héroes que hoy lo son porque la historia les hizo ganadores y pudieron desmantelar la maquinaria nazi se distribuyen en ejércitos, en guerrillas, o se limitan a simples pequeñas acciones valerosas llevadas por un solo hombre cuando se siente suficientemente armado por su convicción.
Cualquiera de estas actitudes ha sido y posiblemente seguirá siendo diseccionada por el cine. El cúmulo de historias de distinto calado y repletas de pasiones que se vivieron en la segunda Guerra Mundial dieron para inspirar a muchas otras que embellecidas por la épica de la ficción, alimentan al público absorbiéndole con la crudeza del pasado, con la ingenua pretensión de ilustrarle en errores de una historia que, teóricamente aprendida, no volverán a cometerse.
Entre todas las cintas de género, Resistencia, parece apuntar por nombre a la vertiente de los grupos organizados que decidieron cambiar su condición de víctimas por la de justicieros, y cuya ira por el injusto dolor padecido, una vez administrada y organizada, les hizo temibles desde su clandestinidad.
La peculiaridad es que el grupo comandado por Tuvia (Daniel Craig), aunque se ve obligado a tantear como banda armada, pronto opta por una postura defensiva ocultándose en los bosques de Bielorrusia, guareciéndose entre su vegetación. Limitados a la gesta de la supervivencia y empleando todos sus recursos en encontrar alimentos y medicación para sus refugiados, el lento paso del tiempo es uno de sus más poderosos enemigos.
Basada en un hecho real adaptado por Nechama Tec en el libro Resistencia: los partisanos Bielski, esta perspectiva se aleja de las tradicionalmente ofertadas por el cine de la segunda guerra mundial, algo que de por sí merece crédito para producción y financia cualquier proyecto. Recientemente El niño del pijama de Rayas se ganó la atención del respetable por el mero juego de cambiar el punto de vista y llevarlo a la inocencia de un par de niños. Ahora, la supervivencia campestre llena más de dos horas de metraje en que Edward Zwick vuelve a dar buena cuenta de su irregularidad como realizador y guionista.
El director de El último Samurái y Diamantes de Sangre, había demostrado en ambas, con distinto grado y en distintos momentos, su capacidad para perderse en la estructura y caer en la hipertrofia innecesariamente. Las confusas guerras acumuladas a mayor gloria de un Tom Cruise en permanente indigestión lacrimosa, el desenlace sobre desenlace demagógico de la protagonizada por Di Caprio, eran síntomas de una pérdida de orden que aquí en algunos momentos repercute en naturalidad, hace ganar atención y da una cierta credibilidad a la vida entre arbustos. Incluso la anarquía de su guión da mayor interés a alguna de sus escenas de acción, convertidas así en imprevisibles.
Desgraciadamente esa condición también repercute en que la trama se vaya desgranando sin más rumbo que el de unos hechos que podían terminar en el minuto 90, pero siguen vagando erráticos hasta superar holgadamente las dos horas. Cuando el metraje se agota, escasas líneas optan por resumir los dos siguientes años en un fotograma.
Además Zwick como guionista sigue adoleciendo serios problemas para dar alma y mensaje, con el agravante de que sus intenciones nunca son conscientes de sus limitaciones. La ansia por la disertación estrambótica alcanza incluso lo ridículo, Craig subiéndose al caballo para formular declaración de intenciones ante un público impreciso que se supone es una masa creciente de refugiados, es más que un mal émulo de Braveheart una entrañable parodia propia de los personajes amarillos de Springfield.
Las relaciones de los personajes, el sometimiento de la división de clases a la supervivencia y las miserias y heroicidades que puedan extraerse no suponen de por sí un gran aprendizaje ni una aportación más allá de las únicas novedades mencionadas. Por lo demás, el cine histórico que busca extraer de hechos pasados enseñanzas, se acomoda y se siente crecido en tiempos de estabilidad. Cuando el mundo se encuentra revuelto y sus protagonistas siguen intercambiando balas por sangre en la vida real, queda como poco más que un efímero entretenimiento, tan grandilocuente como inconsciente de la inutilidad real de su mensaje.