Conforma un puzle entrañable del que se podía haber sacado más provecho.
Tras haber debutado con Los chicos del coro (2004), una película que ganó adeptos a la antigua usanza −a medida que iba funcionando el boca a boca−, el realizador Christophe Barratier vuelve a dar señales de vida con París, París de retocado título en castellano (el Faubourg 36 original hace referencia a un vodevil que se representa dentro del filme).
Nos situamos al inicio del año 1936, y en un distrito de clase obrera del norte de la ciudad de París hallamos el Chansonia, un teatro que al principio de la historia se ve obligado a cerrar sus puertas debido a las deudas adquiridas por su propietario. Son varios los personajes relacionados con el local que tratarán de salir adelante como buenamente puedan, básicamente emprendiendo la tarea de volver a poner en funcionamiento aquel lugar, buscando crear un espectáculo de éxito que les permita ganar un dinero que casi todos necesitan desesperadamente, bien sea para poder comprar el Chansonia a su retorcido dueño, o bien para recuperar la custodia de algún hijo.
París, París es un melodrama con puro sabor francés que sigue la estela de la anterior película de su director. El retrato de los personajes principales se hace desde la ternura, apelando a los buenos sentimientos del espectador, intentando que éste se identifique con los protagonistas a toda costa. El problema que suele planear siempre sobre este tipo de productos es que con estos planteamientos no queda muy lejos el engorroso pozo de lo sentimentaloide.
Sin embargo, pese a su regodeo en la nostalgia, la historia que hay por debajo funciona relativamente bien. Se nos presentan diversos personajes −cada uno con sus vicisitudes− para que no nos aburramos, se nos habla de temas más comprometidos −como la lucha obrera o el auge del nazismo−, hay toques cómicos, y también se intercalan números musicales para embelesarnos. Todo ello conforma un puzle entrañable (aunque bastante obvio en ocasiones) del que se podía haber sacado más provecho, pero que contentará al público que acuda esperando algo en la onda de Los chicos del coro.
Entre lo más destacable de la cinta debemos mencionar la recreación histórica de la capital gala en la primera mitad del siglo XX, así como la música −no obstante, su omnipresencia acaba por antojarse abusiva− o la presencia de la joven Nora Arnezeder, un descubrimiento de grandes dotes interpretativas y belleza, con quien esperamos encontrarnos a menudo en futuras producciones.
Al final queda la sensación de que se podía haber optado por una vía más cáustica e imaginativa −en la misma línea, véase la mucho más recomendable Mrs. Henderson presenta (Stephen Frears, 2005)−, pero al menos se logra el objetivo de entretener y enternecer.