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Un público de cine

Un público de cine

El 'respetable' y sus formas

Un artículo de Redacción || 02 / 6 / 2009

Si limita sus ronquidos, no habla entre sueños ni se asusta al abrir los ojos y contemplar alguna escena impactante en pantalla, el soñador irredimible podría ser el compañero ideal.

Si el pasado mes de octubre analizábamos la distinta tipología de críticos de cine para tratar de entender mejor las razones de los diversos juicios que se emiten sobre una misma película, así como el habitual distanciamiento entre crítica y público, la cosa queda incompleta sin darle un vistazo a los distintos tipos de público que es el último motivo por el que se hace cine y por el que las películas son como son (vale, salvo en el caso español cuyas particularidades y posibles soluciones vimos en otro artículo especial).

La eficacia de la mercadotecnia ha logrado que todos los grupos descritos en las siguientes líneas, si la deserción por DivX no lo impide, acudan por igual, obligados por la repercusión de determinados estrenos, a la sala de proyecciones, algo que pone en un espacio no siempre lo suficientemente grande a especies que en muchos casos nunca deberían estar juntas.

1-El tertuliano


La sala y sus sufridos ocupantes se convierte por obra y gracia de estos inspirados desaprensivos en el escenario ideal para compartir sus redundantes observaciones, atribuladas dudas y especulaciones argumentales. El paso de compartir proyección en la sobremesa de sus casas con algún sufrido familiar a ampliar audiencia con los desdichados espectadores que tuvieron la desgracia de acabar en la misma sesión, es tentador, y “el tertuliano” cree dar así un salto cualitativo en su repercusión en la vida, algo que hace que le valga mucho la pena el precio de la entrada (y devalúa la propuesta para quienes le acompañan).
Matemáticamente, quien anda tan ajustado de luces y de sentido del protocolo también suele deleitar con comentarios especialmente absurdos que hacen que el cinéfilo purista crea en la conveniencia de apostar sendos francotiradores, uno a cada lado de la pantalla, para acabar con su crispante existencia así como con la de aquellos que no dudan en conversar telefónicamente durante la proyección (desgraciadamente, ambos suelen coincidir en una sola figura).

Película favorita: cualquiera vale, lo importante no es la película, sino sus comentarios


2-El perspicaz hiperrealista


A menudo entroncando con el anterior, incapaz del mismo modo de contener sus sagaces observaciones en su fuero interno, el “perspicaz hiperrealista” básicamente percibe las cosas falsas que suceden al otro lado de la pantalla, y bien que hace, porque cierto que real no es. La cosa es que esto es cine: realidades como mínimo alternativas. Él, no obstante, se toma esa “afición” del cine hacia la ficción como una ofensa al sentido común o a lo que podríamos llamar, con mayor o menor generosidad, su particular inteligencia. Ver a Spiderman partiendo el viento colgado de una telaraña o atender a persecuciones explosivas le hace vociferar en tono jocoso-iracundo por el hecho de que con aquello crea le están tratando de dar gato por liebre.

Película favorita: ninguna, lo suyo serían los documentales pero por algún motivo ha acabado visitando el cine. Aún así dice que el dogma le fascina, aunque tiene tendencia a dormirse en la sala.

3-El soñador irredimible


Nunca comprenderá la manía de, empezada proyección, anular las luces en clara invitación a su somnolencia. Sus dos horas de sueño se cobran a precio de oro, si bien atendiendo la profundidad de su descanso, en algunas películas es posible que le salga rentable. Si limita sus ronquidos, no habla entre sueños ni se asusta al abrir los ojos y contemplar alguna escena impactante en pantalla, podría tratarse del compañero ideal.

Película favorita: la Bella Durmiente, pero es un decir. Cualquiera le vale por su admirable compromiso con el sueño, sea de Steaven Seagal, el más apropiado cine histórico, o la decimoquinta parte de Viernes 13.

4-La eternamente enamorada... en el cine


Víctima de los clichés de guión de las comedias románticas (su género favorito, aunque sufre desmedidamente en sus obligadas fases de tensión pre-desenlace), su vida le ha llevado a buscar un emparejamiento igual de edulcorado, apasionado, entregado y, ante todo, imposible en la vida real. Recientemente un estudio cifraba los males del cine romántico a la hora de configurar las parejas y crear expectativas, que en el caso de la espectadora que nos ocupa (con perdón a los fundamentalistas igualitarios: también habrá varones así de “sensibles”), la lleva a buscar pareja con elevadas expectativas en su juventud, para acabar en un culebrón de segunda cuando pasado el arroz fuerza el enamoramiento ante un generoso bajón de listón (o en terminología cinéfila, de casting).
En una película pide poco: vale con un encuentro repentino con sonrisas, varios te-quiero-por-ti-moriría, una reaparición súbita bajo la lluvia con canción popera casposa, y el mentado momento de resolución tras la duda que escondeel obvio desenlace (que sólo confundiría a quien se perdió cosas básicas en las lecciones de Barrio Sésamo). En el fondo da igual si el resto de los guiones se limita a reproducir diálogos entre marsupiales: la convencida embelesada atenderá a poco más, su sensible corazón (o mente perturbada, cosa de opiniones) estará entregada desde el primer acto.

Película favorita: cualquiera en que haya dos besos y dos intentos de gracia y acabe en bodorrio. Si sale Hugh Grant mejor, por aciertos pasados, pero en el fondo vale si el “hombretón” luce y es mínimamente conocido por otras del género para que su pasión arrastre viejos residuos de pseudoamor impostado.



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