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SITGES: 42ª EDICIÓN - especial de cine
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SITGES: 42ª EDICIÓN

SITGES: 42ª EDICIÓN

Festival Internacional de Cine Fantástico de Cataluña

Un artículo de Diego Salgado || 11 / 10 / 2009
Etiquetas: Sitges / Festivales /

MIÉRCOLES, 7 DE OCTUBRE


Sitges


Debe agradecerse a los organizadores de esta 42ª edición del Festival Internacional de Cine Fantástico de Cataluña que el jueves figurase Moon, ópera prima del británico Duncan Jones, como apertura (para la prensa) y cuasicierre (para el público) de esta jornada. Así, unos pudieron iniciar y otros clausurar el día con una estupenda película, algo imprescindible para la salud mental dadas las dos tomaduras de pelo que tomaron por asalto la programación en sus horas centrales: Paranormal Activity y Tetsuo: The Bullet Man.

La primera, Paranormal Activity, llega a destiempo; hubiera estado más a gusto entre las infinitas producciones rodadas en vídeo digital que protagonizaron la edición 2007 de este certamen, y que solo vinieron a certificar tardíamente la importancia de El Proyecto de la Bruja de Blair (1999).

Paranormal Activity sigue también la estela del film de Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, narrando a través de una videocámara casera las desventuras de un joven matrimonio en una vivienda suburbial por la que pulula un demonio. El registro hiperrealista y amateur de esta realización de un tal Oren Peli es tedioso cuando no ridículo, al revelarse incapaz de conjurar en pantalla el terror invisible a que apela desde el minuto uno: solo vemos a dos actores en ropa interior recorriendo un salón y un dormitorio, hasta rellenar un metraje estándar que ojalá hubiese sido más corto.

Pero, en realidad, deberíamos haber sabido que Paranormal Activity iba a ser un bodrio desde el momento en que el director del festival, Ángel Sala, se encargó de introducirla personalmente, tachándola de sensación en festivales e internet. Cada vez que Sala, con su aspecto de mago de club nocturno o vendedor de crecepelo, aparece en una sala para anunciar al público de Sitges que está a punto de asistir a un acontecimiento cinematográfico, hay que echarse a temblar: la debacle está asegurada.

Sala no presentó Tetsuo: The Bullet Man, pero la cinta del japonés Shinya Tsukamoto es tan mala que lo hubiese merecido. Nos hallamos ante la tercera entrega de un universo de ficción meritorio que el propio Tsukamoto ya transitó en Tetsuo (1988) y Tetsuo II: Cuerpo de Martillo (1992). Un universo que, a través de la historia reiterada de un hombre cuyo cuerpo muta en metal cuando se ve sometido a presión, devino pionero en cuestiones como el cyberpunk y “la nueva carne”.

Sin embargo, después de años de bandazos en la carrera de Tsukamoto, su intento por volver a Tetsuo con un protagonista norteamericano (de cara a hacer un producto más exportable), se salda con un estruendoso despropósito, pésimamente rodado, de presupuesto tan exiguo que parece un subproducto direct to DVD, y que no aporta absolutamente nada a los dos títulos previos. En cualquier caso, tiene su explicación que Tetsuo: The Bullet Man se halle presente en Sitges. Ahora, que también fuese programada en su sección oficial por el Festival de Venecia, le deja a uno boquiabierto.

Hablemos pues de lo que merece la atención: Moon, cinta de ciencia-ficción producida con apenas cinco millones de dólares que parecen muchos más (aprende, Tsukamoto), y cuyo carácter referencial respecto de clásicos como 2001 y Naves Silenciosas no pasa únicamente por el guiño, el homenaje o la réplica; sino por la comprensión cabal de lo que es verdaderamente la ciencia-ficción, de manera mucho más coherente además que la otra sorpresa de este año en cuanto al género, Distrito 9.

El debutante Duncan Jones plasma de manera emotiva y del todo creíble la odisea de un minero lunar que empieza sufriendo alucinaciones, y termina descubriendo un complot de hondas implicaciones humanistas cuyas claves no podemos desvelar. Con un control férreo de lo que se trae entre manos, una brillante banda sonora de Clint Mansell, y una(s) matizadísima(s) interpretación(es) de Sam Rockwell, Moon es una película que no pretende descubrir América, sino únicamente pasar a formar parte digna de un género maltratado por el cine. Y lo logra con nota.

Hemos dejado para el final un curioso documental, Cropsey, que dadas sus modestas hechuras formales es probable que acabe emitido por un canal temático. El lector haría bien en no perdérselo: los realizadores Barbara Brancaccio y Joshua Zeman repasan una leyenda urbana nacida en el barrio neoyorquino de Staten Island, donde ambos se criaron, y pasan a relatar después cómo el monstruo que pequeños y mayores habían inventado se hizo realidad cuando empezaron a desaparecer niños.

Cropsey no atina a llevar hasta las últimas consecuencias todo lo que propone. Aun así, logra ser inquietante en sus conclusiones sobre las zonas de sombra de todo cuerpo social, y las perturbadoras mixturas de ficción y realidad que alimentan los imaginarios colectivos.

MARTES, 6 DE OCTUBRE


Sitges


Puede que algún lector se pregunte (como se nos ha preguntado en vivo en el propio Festival de Sitges) por qué no están apareciendo en estas crónicas las reseñas de The Descent 2, La Huérfana, Pandorum y otras cintas de inminente exhibición comercial que han creado expectación entre los forofos al fantástico. Y es precisamente por eso, por tratarse de películas que no necesitan más atención desde aquí, ya que posiblemente contarán con su correspondiente crítica en cuanto se estrenen en nuestro país, acompañadas de un trabajo de marketing poderoso que hablará de ellas mucho más alto que nosotros (inmerecidamente, por otra parte, en el penoso caso de alguna de las citadas).

No está tan claro, sin embargo, que tengan la adecuada distribución las nuevas propuestas de la norteamericana Kathryn Bigelow y el canadiense Vincenzo Natali, dos cineastas más que interesantes que comparten el no haber desarrollado sus respectivas carreras con la fluidez que sería deseable.

Natali, firmante de todo un clásico moderno del género, Cube (1997), tiene en su haber otros dos títulos obligados para el aficionado, Cypher (2002) y Nothing (2003). Pero es muy poco para trece años dedicado al cine, y por eso se esperaba con ansía Splice, que por fin hemos podido ver programada en la Sección Oficial Fantástica a Competición.

Splice también ha costado lo suyo que saliese adelante, y eso que cuenta como protagonistas con Adrien Brody y Sarah Polley, y con Guillermo del Toro como productor ejecutivo. Coherente que Del Toro se haya implicado en Splice, visto que la historia de dos científicos que dan a luz secreta y artificialmente a un ser que comparte genética con ellos, acaba derivando en cuento sobre la honestidad de los monstruos frente a la hipocresía de los seres humanos. Splice pierde fuelle en algunos momentos y se presta demasiado a convenciones comerciales, pero por lo demás se trata de una producción muy sólida.

Lo mismo cabe decir de la película de Bigelow, The Hurt Locker (proyección especial), hasta el punto de ser la mejor producción bélica norteamericana que hemos visto desde Black Hawk Derribado (2001), así como la más inteligente (junto a En el Valle de Elah) de entre las realizadas en los últimos años sobre los conflictos norteamericanos en Oriente Medio.

The Hurt Locker nunca abandona la mirada a ras del suelo, el trabajo que lleva a cabo un comando de desactivación de explosivos en Irak. Y además lo hace sin aparentes pretensiones psicologistas ni discursos, ciñéndose con un magnífico trabajo de realización y montaje a las actividades de los artificieros (liderados por un suicida, maravillosamente interpretado por Jeremy Renner).

Sin embargo, es mucho lo que puede leerse en sus imágenes, aunque esté lejos de ser políticamente correcto y apele a emociones incómodas. Una de las mejores películas exhibidas en Sitges, que esperamos reavive la carrera de su directora, fiel en The Hurt Locker al espíritu enérgico y poco convencional, muy sensible hacia la mentalidad masculina, que animaba Near Dark (1987), Le llaman Bodhi (1991) y Días Extraños (1995).

Las otras dos películas vistas ayer palidecen por comparación: Chaw (Sección Orient Express – Casa Asia) es un Tiburón (1975) a la surcoreana, es decir, añadiendo un protagonismo colectivo y buenas dosis de costumbrismo y humor, algo que no les sonará extraño a los espectadores que tengan en mente éxitos recientes de la nacionalidad citada como The Host y Memories of Murder. Además, la monstruosa criatura a abatir es un jabalí, para el que la ficción por cierto pide un poco de respeto, ya que en Chaw hay una crítica evidente contra la caza, el maltrato animal, y la degradación de los ecosistemas naturales por parte del hombre. Una película que se ve con tanto agrado como se olvida después.

Y Valhalla Rising (Sección Oficial Fantástica – Panorama) redime al director danés Nicolas Winding Refn, de quien la jornada anterior comentábamos la tediosa Bronson. Valhalla Rising es una ambiciosa película de aventuras, que cuenta el viaje a Tierra Santa que emprende un grupo de vikingos cristianos en compañía de un guerrero. Una película agreste, brutal, casi sin diálogos y una música ferozmente eléctrica, y a su vez con una división en seis partes y una enorme atención al paisaje que remite a cineastas tan contemplativos como Tarkovski o Malick. Valhalla Rising se salda con cierta impresión final de “quiero y no puedo”, pero vale la pena.



LUNES, 5 DE OCTUBRE


Sitges


Sin prolegómenos. Hablemos de la mejor película vista en las últimas horas en la 42ª edición del Festival Internacional de Cine Fantástico de Cataluña: The Collector (Sección Oficial Fantástica – Panorama), crónica del feroz enfrentamiento durante unas horas entre un ladrón de poca monta que entra a robar en un hogar adinerado, y un asesino en serie que en esos momentos está torturando a sus ocupantes.

Escrita y dirigida por Marcus Dunstan (guionista junto a Patrick Melton de los episodios IV, V y VI de la saga Saw), The Collector no deja de tener algunos momentos inverosímiles hasta lo humorístico, que posiblemente los no aficionados a los psycho-killers y el torture porn convertirán en defectos insalvables. Pero, en líneas generales, nos hallamos ante una película que se maneja inmejorablemente en el espacio único de la casa donde el delincuente intenta salvar las vidas de la familia a la que un implacable “coleccionista de seres humanos” está atormentando, con el plus de una fotografía sucia, realista y muy oscura que provoca auténtica claustrofobia, y sobre todo un guión que dosifica con mano maestra los golpes de efecto, haciendo de los apenas noventa minutos de metraje una intensa experiencia.

Sin perjuicio de un final ambiguo, que hace pensar en una secuela, The Collector es además la odisea de un hombre común en una situación que excede con mucho lo que entiende por bien y mal, tema consustancial en los últimos años al subgénero de los asesinos en serie (de hecho, el libreto inicial de Melton y Dunstan iba a funcionar como precuela de Saw). Subgénero que en este film toma un interesante nuevo camino. De lo más recomendable.

También sociopático es el protagonista de Bronson (Sección Nuevas Visiones - Ficción), aburrido biopic de un tipo llamado Michael Peterson, que soñaba con ser famoso y, a falta de mayores talentos, ha acabado convirtiéndose en “el preso británico más violento”, pasando la mayor parte de su vida en confinamiento solitario.

Contada por el propio Peterson (interpretado por un irritante Tom Hardy) a un público con el que se pretende nos identifiquemos, la película no es más que uno de esos retratos de tarados a que tan afectos son ciertos festivales y espectadores (como ya comentábamos hace unos días a propósito de White Lightin’; recordemos también Chopper); sin otros posibles valores que la crítica a lo institucional, y el típico humor posmoderno en el tratamiento de la ultraviolencia que preside los comportamientos de alguien a quien resulta un poco despreciable reír las gracias. Su director, Nicolas Winding Refn (firmante de la apreciable trilogía criminal Pusher), intenta disimular sus carencias presupuestarias y estilísticas llenando la banda sonora de música clásica grandilocuente, por ver si alguien fuerza paralelismos con La Naranja Mecánica.

Tampoco le falta grandilocuencia a Mr. Nobody (Sección Oficial Fantástica a Competición), superproducción de 136 minutos que abarca los posibles pasados, presentes y futuros de un niño que no deja de preguntarse por el sentido de la vida, las causas y efectos de nuestras elecciones, y el valor de las vidas vividas y no vividas.

El belga Jaco van Dormael, realizador de dos títulos previos con tanto prestigio en el cine europeo de los últimos años como Totó, el héroe (1991) y El octavo día (1996), ha tardado años en concretar Mr. Nobody, pero el resultado no estamos seguros de que haya valido la pena. Siguiendo como modelos Léolo (1992), Forrest Gump (1994) y Amelie (2001), incluso títulos recientes como Camino, El curioso caso de Benjamin Button y Synecdoque, New York, Mr. Nobody aspira a ser una fábula bigger than life, llena de efectos digitales y múltiples tiempos y escenarios, que va a descubrirnos la fórmula mágica de la existencia. Sin embargo, su discurso no deja de ser elemental, lo que genera un efecto global de gigantesca pompa de jabón de belleza tan naif como efímera.

Y no menos efímera, pero divertidísima, es Bad Lieutenant: Port of call New Orleans (Sección Oficial Fantástica - Panorama), con la que el gran cineasta alemán Werner Herzog le enmienda la plana al Abel Ferrara de Teniente Corrupto (1992), aquel apocalipsis cuasirreligioso de un policía encarnado por Harvey Keitel que se abandonaba a todos los vicios. Herzog desacraliza (y nunca mejor dicho) el argumento del film original, apoyándose en una despendolada interpretación de Nicolas Cage y un buen número de situaciones humorísticas a partir de un argumento prototípico de cine negro. Una película menor pero extrañamente adictiva.


DOMINGO, 4 DE OCTUBRE


Sitges


Entre premios entregados antes de ciertas proyecciones a Herschell Gordon Lewis (director de clásicos trash como 2.000 maniacos), el todoterreno Jack Taylor (protagonista de infinidad de películas fantásticas) y el surcoreano Park Chan-wook (Oldboy, Soy un cyborg) se han venido desarrollando las últimas horas de festival, en las que han adquirido especial importancia eso que muchos críticos siguen considerando “los autores”. Es decir, aquellos realizadores en los que cabe reconocer un sello personal e intransferible, o que se han ganado por la razón que sea un culto entre ciertos aficionados, quienes otorgan ese sello aunque no esté demasiado claro que lo merezca el cineasta en cuestión.

Y precisamente el citado Park Chan-wook, tan adorado en Sitges como Takashi Miike (de quien hablamos en nuestra crónica de la jornada anterior), fue una de las estrellas del día gracias a su última película, Thirst, que, como las anteriores suyas, está llena de destellos de genio, pero también de salidas de tono, indecisiones, cambios de tercio y simples tonterías que no dejaron a casi nadie enteramente satisfecho.

Thirst, que compite en la Sección Oficial Fantástica, promete durante sus primeros minutos revolucionar las convenciones del cine de vampiros: un sacerdote católico muere mientras intenta descubrir el remedio a una enfermedad y resucita como chupasangres, encaprichándose además de una mujer casada, quien toma la iniciativa en su peculiar relación con el vampiro.

Realizada de modo más armonioso y funcional de lo habitual en su director, Thirst se confunde por lo demás al creer que la novedad y lo irreverente con cualidades valiosas en sí mismas, y olvidando que sin coherencia no sirven para nada, no son más que juegos de niños. En la última película de Park Chan-wook caben a lo largo de 135 extenuantes minutos el terror, el cine negro, el erotismo, los dilemas en torno al pecado y la redención, el humor a destiempo y algún momento sonrojante, generando a la postre una total indiferencia. Presume Park Chan-wook de haber roto “todos los tópicos del vampirismo”. Pero a cambio no ha erigido nada demasiado memorable. Y eso que Thirst se cuenta para quien esto escribe entre sus mejores películas.

Otro oriental de renombre, el tailandés Pen-ek Ratanaruang, presentaba en la Sección Nuevas Visiones (Ficción) Nymph. Ratanaruang ha dirigido películas tan sugerentes y a la vez discutibles como Seis Nueve (1999) y Last life in the universe (2003), ejemplos de cine implícito, desdramatizado, elusivo, que busca prestar inusuales contenidos emocionales al despojamiento, haciendo así honor a otro de sus títulos más conocidos, Invisible Waves (Olas Invisibles, 2006):

Nymph sigue esa línea para contar la historia de una relación amorosa problemática que entra en una nueva dimensión cuando el componente masculino, Nop, desaparece mientras hacía fotografías en un bosque. Las primeras imágenes de Nymph, un magnífico plano secuencia, transmiten más al espectador sobre temas como la sexualidad y nuestra relación con la naturaleza y con los demás que el resto de la película, arriesgadamente árida y silenciosa. Aunque resida en ello un curioso encanto, reforzado por unas elipsis muy depuradas, estropeado por un discurso final de Nop que transforma una ficción espectral en un libro de autoayuda.

También tiene su predicamento entre los cinéfilos Joe Dante, aunque a niveles nostálgico y friki. Director de clásicos populares como Gremlins (1984), Exploradores (1985) y El Chip Prodigioso (1987), Dante reinventó durante los ochenta junto a otros pupilos de Steven Spielberg el cine infantil y juvenil —quizás forzadamente, recordemos sus inicios terroríficos: Piraña (1978), Aullidos (1981)—, y su carrera no ha trascendido aquella década pese a singulares chispazos posteriores: Matinee (1993), Pequeños Guerreros (1998), Homecoming (episodio de Masters of Horror, 2005).

The Hole, producida en tres dimensiones y exhibida en Sitges gracias a que el festival ha querido hacerse eco del impacto creciente del 3D en la exhibición comercial, es una muestra de que Dante ya no es a estas alturas en Hollywood sino un superviviente, anclado en concepciones del género que domina a la perfección pero que están trasnochadas. Historia de dos hermanos que descubren en el sótano de su nuevo hogar un agujero que les obligará a enfrentar sus peores miedos, The Hole podría haber sido realizada hace veinte años: las relaciones entre los personajes, el rumbo que van tomando sus aventuras, la moraleja, el guiño final…

Es obvio que nadie mejor que Dante para realizar un producto semejante, que funciona admirablemente. Ahora, uno se pregunta si era un objetivo apetecible (más allá del comercial, obviamente) el realizar a estas alturas una película tan mimética del pasado, tan naif. En cuanto al 3D, es curioso que resulte más interesante cuanto más cotidiano es el ambiente que retrata, como ya pasaba en Los mundos de Coraline.

Al final, la película más convincente del día ha procedido del guionista y realizador menos conocido: el danés Ole Bornedal, que en Deliver us from Evil (Sección Oficial Nuevas Visiones – Ficción; título internacional, no confundir con el del documental homónimo de 2006) hace uno de esos particulares ajustes de cuentas sociales a los que tan afectos son los nórdicos y tan poco los españoles (para desgracia nuestra).

Bornedal ya había dado muestras de su interés por la violencia soterrada en la cotidianeidad y su humor negro en El vigilante nocturno (1994) y su remake norteamericano, La sombra de la noche (1997). En Deliver us from Evil va más lejos, e inyecta ambas cualidades en un relato sobre clasismo y racismo que no deja títere con cabeza, a propósito de un atropello en una pequeña localidad del que se acusa a un emigrante bosnio.

Deliver us from Evil no es ni mucho menos una película perfecta; adolece de primar lo ingenioso sobre el desarrollo verosímil de los hechos, y sobran las apreciaciones iniciales y finales que dirige al público una narradora. Pero rompe con muchos estereotipos asociados al cine producido en el norte de Europa, y su guión brinda sorpresas que no son gratuitas, sino que fuerzan al espectador a relativizar sus propios prejuicios.


SÁBADO, 3 DE OCTUBRE


Sitges


Mutación de Sitges durante el fin de semana, transformados el certamen y la propia localidad en una gigantesca verbena donde los sentidos apenas atinan a percibir otra cosa que filas kilómetricas para acceder a las salas, mala educación durante las proyecciones, un calor y una humedad que le tienen a uno sudando desde primeras horas de la mañana, y fugaces contactos personales y profesionales, abortados apenas han comenzado a establecerse. Al contrario que en la vida cotidiana, uno echa de menos el lunes. Y, al igual que en la vida cotidiana, añora los cielos encapotados.

De las cuatro películas que hoy reseñaremos, tres se encuentran incluidas en la Sección Oficial a Concurso: Dogtooth, Yatterman y Grace. La primera es una producción griega, reconocida ya en Cannes con el premio de la sección Un certain regard; el año pasado también tuvo representación en Sitges la nacionalidad citada merced a Tale 52, de Alexis Alexiou (premio al mejor guión), lo que hace suponer que algo se mueve también por la geografía helena en torno al fantástico, como está pasando por toda Europa aunque con suerte dispar.

En cuanto a Dogtooth, debe reconocerse a su firmante, Yorgos Lanthimos, su buen hacer con la cámara (en ese estilo contemplativo, que prima la puesta en escena y la duración de los planos sobre el montaje, tan gustosa para cierta crítica de postín), así como la originalidad de su propuesta, acerca de una familia disfuncional hasta el extremo: el padre ha sojuzgado totalmente a su mujer y sus tres hijos pervirtiendo el lenguaje y haciendo parecer normales las situaciones más aberrantes, lo que se transmite al espectador sin introducción de ningún tipo, precipitándole de sopetón en un universo absurdo (pero de peculiar coherencia) en el que “mar” significa “sillón” y el incesto es el pan nuestro de cada día. Un agente externo desestabilizará la situación.

Quien controla el lenguaje controla la realidad, viene a decirnos Dogtooth, como también nos decía en la jornada pasada Pontypool, y como nos ha dicho en fechas recientes algún caso de mujer recluida desde la adolescencia y durante años por su propio padre. Pero por desgracia para el film de Lanthimos, la arbitrariedad delirante que rige la cotidianeidad de los protagonistas tiene algo de gracia cargante y reiterativa que, al menos a nosotros, nos hastió mucho antes del desenlace. En cualquier caso, Dogtooth huele a premio.

Y de Grecia pasamos a Japón, país que no necesita presentación en esto del fantástico. Como tampoco la necesita el director Takashi Miike, niño mimado de Sitges, donde parece que siempre habrá hueco para sus infinitas realizaciones (en 2007 firmó cuatro), por aquello de que la modernidad –y en las plateas de Sitges no cabe ni un modernito más- nunca se cansa de aplaudir lo desprejuiciado, lo ecléctico, el cóctel de géneros, la ausencia de mesura, la sensibilidad mercenaria…

Todo ello suele desembocar en películas de mediocre calidad y aburridas, por no hablar de la comercialidad de muchas de ellas, que de estar realizadas en otras latitudes (lo oriental es otro aspecto sagrado en Sitges) serían menospreciadas sin siquiera verlas. Sin embargo, y quizás por estar dedicada al público infantil, las excentricidades de Miike vienen al caso y Yatterman funciona bastante bien, hasta el punto de que para servidor se cuenta entre lo mejor que ha visto de su director junto a Imprint, Audición y Big Bang Love, Juvenile A.

Yatterman es la adaptación de una serie televisiva de animación emitida en los setenta, y cuenta el enfrentamiento entre dos superhéroes y las prototípicas fuerzas del mal, ambos grupos secundados por los robots y artilugios más extravagantes que pueda imaginarse. Llena de color, frenesí pop, humor blanco y unos magníficos efectos digitales, Yatterman demuestra que un férreo sistema de producción con objetivos muy concretos pueden venirle muy bien a determinado tipo de artistas (lástima, pensamos en Visage, que las administraciones públicas sean incapaces de aplicar semejante mano de hierro en sus encargos).

White Lightnin’ (Sección Nuevas Visiones – Ficción) no es precisamente una película adecuada para los niños. Describe en primera persona, en breves secuencias de imágenes a menudo distorsionadas y comentadas por la obsesiva voz en off del protagonista, los años tempranos de Jesco White (interpretado por Edward Hogg); un habitante de esa América Profunda que el propio cine estadounidense insiste en retratar como oscurantista, dominada por la religión y la violencia, ajena por completo a un entramado social organizado.

En un momento especialmente hórrido de White Lightin’, Jesco considera lo que vemos más propio de un documental sobre la naturaleza salvaje que una narración, y no podemos sino darle la razón: Pese a que su padre, posteriormente asesinado, trata de redimir la existencia de su hijo enseñándole a ganarse el pan con los bailes tradicionales de los Apalaches que él mismo practica, el rumbo de Jesco apenas pasa de lo animal durante todo el metraje: drogas, sadismo, maltrato, venganza… su única manera de alcanzar la redención (y por lo visto lo ha conseguido, sigue vivito y coleando hoy en día) no puede ser sino igualmente brutal.

White Lightin’ es un biopic (¿lo es?) absorbente, y cuenta como alicientes con una sorprendente presencia de Carrie Fisher y una extraordinaria banda sonora de Nick Zinner (guitarrista de los Yeah, Yeah, Yeah). Pero deja una extraña sensación final de vacío, haciendo que nos preguntemos si realmente la sucesión de atrocidades que ha filmado el debutante Dominic Murphy tiene algún sentido, más que el del shock. En certámenes como Sitges y Gijón existe una curiosa tendencia a valorar sobremanera, desde la comodidad de la butaca y una educación reglada, los retratos de seres disfuncionales hasta el extremo.

Y una criatura sumamente disfuncional es el bebé de Grace, realización del estadounidense Paul Solet que causó sensación en el Festival de Sundance, pero que por aquí ha decepcionado a muchos, entre los que nos contamos. Grace es la historia de una mujer obsesionada con tener un hijo a toda costa y, casi como si fuera un castigo a su egoísmo y pesadez, cuando esto ocurre es un bebé que para sobrevivir no necesita la leche de su madre, sino su sangre.

A partir de tal planteamiento, Grace podría haber sido muchas cosas, un subproducto demencial a lo Basket Case o una alegoría de corte psicológico o social. Por desgracia, Solet (asimismo guionista) se queda en tierra de nadie, deslizándose por la senda del horror morboso en algunos momentos (los mejores) o derivando hacia cuestiones como el enfrentamiento entre medicina oficial y homeopática, la sexualidad ambigua de su protagonista (encarnada por Jordan Ladd, posible premio a la mejor actriz) y otros más propios del cine indie en que se inscribe formalmente la película, no demasiado bien realizada como remate. El trailer de Grace es bastante más atractivo que la película en sí.



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