Lone Scherfig se dio a conocer internacionalmente con el áspero drama Italiano para principiantes. Ahora, la directora (que no director como muchos medios han afirmado) parte del texto que del afamado escritor Nick Hornby, quien a su vez se insiró en el material autobiográfico homónimo de la periodista Lynne Barber, para mostrarse más observadora y menos tremendista que en anteriores ocasiones, logrando el equilibrio en su nueva propuesta.
La trama nos lleva al pre-swinging London, donde Jenny es una joven que vive en un barrio residencial con una familia cuyas señas de identidad son la honradez y la deontología. La muchacha conocerá a un hombre judío que empezará a cortejarla, la colmará de regalos y atenciones y le proporcionará emociones hasta el momento nunca experimentadas por ella. Su formación académica empezará entonces a tambalearse y todas las alianzas que ha forjado Jenny a través de los años se verán tumbadas por la nueva relación.
Como su título indica, el filme enfrenta una educación clásica, académica y limitada -la que recibe Carey Mulligan por parte de su parentela y tutores- contra la que le es propuesta por Peter Sarsgaard, rupturista para quienes pretenden proteger a la protagonista de un mundo adulto que supuestamente no le pertenece y por el que ella se sentirá irremediablemente arrastrada.
En cierta manera estamos ante una variante actualizada de Pigmalión, que brinda con habilidad una crónica agridulce asentada sobre un abanico de dicotomías en torno a las convenciones sociales. An education está plagada de lugares comunes contrapuestos aunque expuestos con gran madurez: la burguesía conservadora contra el intelectualismo avanzado, el despertar adolescente contra la monotonía de los años, el judaísmo contra el catolicismo, el rol de la mujer contra el tiempo que le ha tocado vivir... Mediante estas premisas, se erige un eficaz discurso, cortesía de la atenta adaptación de Hornby, que no decae en su progresión sino que afianza su posición de filme sólido con unas cuantas lecciones de decoro e ironía a raudales que impartir.
El impecable guión, unas interpretaciones superlativas y una dirección depuradísima marcan el latido reposado de esta obra. La fascinación que experimenta Jenny ante el nuevo mundo que se le ofrece se encuentra perfectamente captada por el objetivo de Scherfig y cristalizada por Mulligan, quien consigue traspasar todas sus emociones al espectador. Sarsgaard conquista no sólo el corazón de Jenny sino también el de las audiencias y unos secundarios de lujo hacen, si cabe, los cimientos más robustos.