La película es una relación de secuencias gratuitas y flojas, constantemente subrayadas por una música omnipresente que termina molestando.
Emilio Aragón es un personaje de sobra conocido en la sociedad española. Su pertenencia a una de las familias de artistas más populares del país, los Aragón, es decir, los eternos Payasos de la Tele, le ha tenido en la palestra desde bien joven, aunque su inquietud artística le ha llevado a probar con la música, el cine y la televisión, sin dejar de mirar de reojo y con cariño la profesión de sus mayores.
Aunque en la actualidad Emilio Aragón es presidente de la cadena de televisión La Sexta y de la productora Globomedia, esta actividad no le impide afrontar otras disciplinas artísticas como el cine o la música. Como actor ya había debutado en la película Polícia (Álvaro Sáenz de Heredia, 1987) pero su vinculación con el cine ha sido más fructífera desde entonces como compositor y productor. En 2009, por fin, se decide a ponerse detrás de las cámaras, un gesto casi natural dada su vinculación a la producción y su conocimiento del medio televisivo y audiovisual.
No hay que reprocharle al Aragón cineasta su buen gusto al elegir como referencias, con la excusa de homenajear a su familia de artistas y en concreto a su padre, dos de las películas más brillantes sobre cómicos que se han realizado en España. Una es El Viaje a Ninguna Parte, la obra maestra de Fernando Fernán-Gómez realizada en 1986; la otra es ¡Ay, Carmela! de Carlos Saura (1990), una inestimable muestra del talento de su director.
Sin embargo, sí le debemos echar en cara su falta de calidad a la hora de imitar y digerir el cine que se encuentra en sus modelos. Ya el guión, escrito junto con Fernando Castets, peca por todos sus rincones de la sensiblería y ñoñería de la que suele hacer gala el pequeño de los Aragón a la mínima oportunidad que le ofrecen las cámaras televisivas. Por no hablar de que adolece de una construcción sólida de personajes donde incluso el protagonista Jorge Del Pino (Imanol Arias) hace gala de un aplomo absolutamente irreal para la época narrada, además de resultar increíble y falto de explicaciones, cojo en su estructura y perfil: inverosímil.
Tampoco mejora en su elaboración de la puesta en escena como director. La película es una relación de secuencias gratuitas y flojas, constantemente subrayadas por una música omnipresente que termina molestando, y que no hacen más que repetir una y otra vez los tópicos y la mencionada sensiblería que ya se han mostrado desde el comienzo para cada uno de los personajes.
Allí donde en la película de Fernán-Gómez se realizaba un retrato descarnado y desolador del ambiente mísero y frío de la posguerra, aquí se convierte en un gratuito retrato de un grupo de cómicos que parecen vivir en un permanente rapto de felicidad y libertad si no fuera por el ambiente opresivo que un teniente franquista mantiene sobre ellos. Allí donde en la película de Saura una pareja de artistas conocía de primera mano el ambiente amenazante que se iba a vivir durante la dictadura franquista, aquí se convierte en una estúpida sucesión de tópicos sobre personajes planos y sin vida, repletos de clichés y rodeados por una dirección de arte falsa, irreal y recurrente en las imágenes más tontas del cine sobre nazis.
Pero lo peor de todo es que Emilio Aragón como realizador es incapaz de poner riendas a su desaforado afán por resultar enternecedor, sentimental, y comprometido, dando lugar a una serie de secuencias donde lo evidente es reseñado, subrayado y resaltado con tan poco sentido de la vergüenza y tan poca inteligencia que logra filmar alguna de las escenas más sonrojantes que se han visto en los últimos años. Dudamos mucho que la carrera de Imanol Arias vuelva a ser la misma después de esa secuencia final en la estación de tren, todo un manual de lo que un cineasta del siglo XXI no puede permitirse hacer.
Lamentamos que Lluís Homar, uno de los mejores actores del momento, se haya visto involucrado en este proyecto, donde prácticamente resulta de lo poco salvable. El niño Roger Princep, confirma que necesita estar muy dirigido para no resultar prácticamente detestable.