El director Walter Salles pasó su juventud viajando por todo el mundo ,completando así un selecto aprendizaje que le llevó por varios países hasta asentarse en el que le vio nacer. Quizá por eso optó por rodar un viaje muy especial con Diarios de motocicleta y apostar una vez más por el cine comprometido tras la estela dejada por su éxito internacional Estación central de Brasil.
Pero si en aquella los transeúntes eran la pareja formada por niño y mujer madura, en Diarios de motocicleta el largo recorrido lo protagonizan, a bordo de una destartalada motocicleta, dos jóvenes aprendices de médicos en busca de aventuras por los áridos parajes de sudamérica.
Basada en las notas de viaje de un prerrevolucionario Che Guevara, el film narra con franca convicción el periplo realizado por dos entusiastas estudiantes que se dan de bruces con la realidad que se impone en sus vidas, dejando a un lado su cómoda posición aburguesada. Únicamente aquí comienza el proceso de cambio, momento crucial en la figura del joven Ernesto Guevara que acabará convirtiéndose en uno de los revolucionarios más importantes de todos los tiempos.
Pero no nos adelantemos a los acontecimientos y vayamos por partes, dado que en la película asistimos a dos ciclos claramente diferenciados: al primero y más liviano pertenece el conjunto de divertidas correrías que van sucediéndose con acertado pulso narrativo -las caricaturizadas caídas de la moto, los ligues que van dejándose por el camino, la indudable picardía que desprenden los personajes cuando no tienen nada que echarse a la boca...- que se hilvana a un segundo ciclo más político y cercano al documental en el que se narra la decadencia socioeconómica de Latinoamérica, dando lugar al despertar de las conciencias sociales de Guevara (cada papel en el que interviene Gael García Bernal se convierte en un prodigio de la interpretación) y su inseparable amigo Alberto granado (feliz descubrimiento de Rodrigo de la Serna).
Lejos de ser una cinta de corte panfletario esta se erige como una soberbia road movie personal, poderosamente idealista y auténticamente latina -es cierto que Robert Redford es el encargado de la producción, pero su nacionalidad no se aloja bajo ninguna bandera en concreto- que pone a nuestra disposición una bella historia cargada de buenas intenciones y mejores resultados. La emotividad de la cinta unida a la complicidad creada por los actores permite acceder al espectador al proceso de maduración de dos idealistas que, en palabras de su director “encuentran su sitio en el mundo”.