Young Adult da en los quince primeros minutos prácticamente todo lo que podría ofrecer como película.
A la hora de desgranar la última película de Jason Reitman (Up In The Air, 2009), uno pretendía empezar citando a ese género tan común en USA de los supuestos triunfadores de gran ciudad que un día deben volver al pueblo del que proceden para resolver las contradicciones impresas en su personalidad por ese cambio. No en vano, semejante argumento ha sido abordado en no pocas ocasiones dentro del registro de telecomedia, con un esquema en que frustraciones pasadas eclosionan en el redescubrimiento de los verdaderos valores que se encontraban en las propias raíces de las que uno renegaba, todo en un final aleccionador y pasteloncio a partes iguales.
La cuestión es que, rebuscando esas obligadas citas, uno llega a recordar a Sweet Home Alabama (2002), protagonizada por la pizpireta Reese Witherspoon, que si viene a la cabeza es únicamente por el título de la conocida canción. De otras varias a este redactor le vienen pinceladas, pero ni recuerda el nombre, ni tiene del todo claro quienes las protagonizaban (un repertorio de caras entremezcladas en oníricas sobremesas pugnan en vano por hacerse con un puesto) y, por una vez, entiende innecesario emprender labores de búsqueda para dar con los títulos en concreto: todas son igual de indiferentes.
Siendo Young Adult obra de Jason Reitman, iniciándose en un registro en que las tonalidades y el enfoque parecen hacer gala de la misma personalidad que la disección a la naturaleza de aquel alter ego de George Clooney en Up In The Air -que tan bien casaba con su filosofía de soltero empedernido que saca plácido partido a su propia existencia-, era fácil tener motivos de esperanza en un replanteamiento centrado en esta ocasión en Charlize Theron. En otro acierto de casting para el papel protagonista, nadie como ella metida en la piel de Mavis Gray podría simbolizar un pasado glorioso como Abeja Reina en el instituto, la más prometedora de las adolescentes que cumplidos los pronósticos acaba en la gran ciudad como escritora de éxito de una saga superventas. El papel de egocéntrica desdichada, la apatía que su rostro sabe transmitir hacia sus contrariedades, la facilidad con la que éste expresa el victimismo insoportable de no vivir una vida según los cánones de los cuentos de princesas que debía vivir, dan en los quince primeros minutos prácticamente todo lo que Young Adult podría ofrecer como película.
Posteriormente, uno, todavía sin hacer los deberes, comienza a preguntarse si a los mandos del libreto de sus desventuras se encuentra alguna mente vengativa que de zángano incapaz de hacer otra cosa que admirar a la Reina, ha terminado en guionista resentido sin escrúpulos que desea mostrar todas y cada una de las miserias de las supuestas heroínas de colegio, para humillarlas con ensañamiento: el papel de la susodicha Gray como escritora triunfal es tan virtual como la asombrosa perfección de su rostro; su serie está abocada al cierre, la escribe en nombre de otro, tiene tendencia a arrancarse el pelo en su más evidente forma autodestructiva, y en su degeneración terminará unida al más secundón de los personajes que poblaban el guión, el de destino más miserable.
No obstante, no hay un frustrado resentido sirviendo texto a Reitman. Cabe dudar de cómo fue el pasado de Diablo Cody en sus años de estudiante, puesto que la guionista de aquella modernidad llamada Juno ya calificó de monstruosas a las superhembras que roban el sueño a los adolescentes en Jennifer’s Body, y aquí se protege en el toque indie de autor y en el supuesto tono corrosivo que no obstante obliga a preguntarse qué poso quedará de su obra: al final, tras asistir al viaje a las profundidades de la chica de éxito que quizá redescubra lo relativo de su infelicidad, uno cree que es fácil terminar olvidando en lo esencial a esta tanto como al repertorio de cintas anodinas antes mencionadas. Y es probable que pese a la irritación de lo cuadriculado y previsible de aquellas, en la sala hubiera más espectadores acompañando con un cierto gozo a Witherspoon a reencontrarse con el lugar de sus años mozos que aquí, donde quizá la audiencia se relama con la idea de que las bellas también sufren. Bien visto, en estos tiempos es probable que muchos preferirán la complacencia del dolor colectivo. Ya saben, lo de ‘el mal de muchos…’ siempre fue efectivo.