Metidos de lleno en una época donde casi cualquier producto surgido de las páginas de un cómic encuentra su correspondiente adaptación cinematográfica –prometiendo pingües estipendios, claro está–, parecía lógico que una franquicia como la de las Tortugas Mutantes regresara a la pantalla grande, tras aquel tímido intento animado que se paseó por la cartelera en verano de 2007. Ahora que los mentados quelonios vuelven a contar con series tanto en viñetas como en la televisión, Michael Bay toma las riendas en forma de productor y pone al frente del proyecto a Jonathan Liebesman, quien ya mostrara sus cartas dirigiendo títulos tan discretos como Invasión a la Tierra o Ira de titanes.
Contando con Megan Fox para dar vida a la reportera April O’Neil –después de que Bay y ella se hayan reconciliado tras sus desavenencias durante la saga de Transformers– y con algunos secundarios reconocibles como William Fichtner, Woopi Goldberg o Will Arnett, la película no se excede en ambiciones y se autolimita a servir de carta de presentación –de nuevo– de las cuatro tortugas y su mundo, dejando para futuras secuelas una mayor ampliación de su entorno. Con esos mimbres, no es muy arriesgado asegurar que una de las mejores cosas que tiene esta cinta es que termina siendo aquello que todos esperaríamos de ella y cumpliendo con lo básico, sin más.
Sin embargo, este festín made in Bay corre el riesgo de acabar saturando o irritando en más de un sentido. Por un lado tenemos unos largos minutos iniciales donde las tortugas ni siquiera aparecen –hay que dejar espacio para que se luzca la otra protagonista (que pese a todo no lo hace mal)–, para desespero de sus fans acérrimos. Después entra en juego un guión plano y predecible que no se desvía ni un ápice de otros productos del mismo cariz, con un esquema de sucesos que nos sabemos de memoria. Además, el sello del productor es más que obvio, en forma de personajes planos, humor chusco, acción caótica y efectos especiales desatados frenéticamente. Detalles como la nueva armadura robótica de Shredder solo sirven para acercar más esta franquicia al universo de los Transformers, qué duda cabe.
Por si no bastara con dichas características, el origen de los reptiles ha sido modificado –ahora todo el mundo está implicado en el mismo, como si de una película de Spiderman se tratara–, de igual modo que el diseño del cuarteto verdoso, que ahora hace gala de cuerpos saturados de esteroides. Poco que ver con la idea original de Kevin Eastman y Peter Laird, que hace treinta años se convirtieron en padres de las criaturas. Para más inri, probablemente el público infantil sea incapaz de disfrutar plenamente de un producto así, cuando a priori se debería haber contado con dicho sector de cara a aumentar las recaudaciones. Sin embargo, mucho nos tememos que los infantes padecerán bastante aburrimiento.