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Randal Kleiser - entrevistas de cine
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Randal Kleiser

Randal Kleiser

Un artesano en Hollywood

Un artículo de Diego Salgado || 16 / 10 / 2008

Charlar con Randal Kleiser es una buena oportunidad para tomarle el pulso al Hollywood de ayer y de hoy, desde el punto de vista de un superviviente experimentado y muy consciente de su papel en la industria.

La cartelera de cada viernes se renueva con una gran cantidad de títulos, entre los que no faltan comedias románticas. ¿Cómo convencería Randal Kleiser a nuestros lectores para que eligiesen Mi ligue en apuros? ¿Qué fue lo que le convenció a él mismo para dirigirla?

Lo que me gustó del guión de Mi ligue en apuros [escrito por Stephen Langford] es que combinaba muy acertadamente una estructura de comedia romántica clásica con personajes muy actuales, jóvenes de hoy en día. Eso creaba unos contrastes interesantes; permitía leer, por decirlo así, lo que pasa en la película desde puntos de vista que ponen en cuestión las actitudes de los protagonistas y las enriquecen. Por otra parte, si no has podido ir de vacaciones este verano, esta es tu película, porque todo en ella —decorados, localización, fotografía, música— tiene el objetivo de que sientas que podrías ser tú mismo quien tuviese la suerte de encontrar el amor en un entorno paradisíaco. Que es al fin y al cabo el propósito de toda comedia romántica que se precie, o al menos eso creo yo.

¿Has intervenido de alguna manera en el guión de Mi ligue en apuros, has hecho alguna reescritura o lo has adaptado a tu manera de ver el género? Porque has señalado en varias ocasiones que en tu concepción del cine la narrativa es fundamental.

Sí. No suelo figurar como guionista de mis películas porque no sería justo, el trabajo importante lo han hecho otros. Pero es cierto que adapto los materiales originales a mis intereses. Tanto en lo relativo a lo que pasa como en la forma en que voy a contarlo. En esta ocasión estuve dándole vueltas a diversos aspectos de la historia prácticamente seis meses. Incluso suelo elaborar storyboards, bocetos de cada escena, en los que dejo claro al equipo técnico cómo quiero que se ruede determinada escena. Y esto suele sorprenderles, porque se supone que la idea del storyboard se ajusta más a cintas de grandes presupuestos, con efectos mecánicos y digitales, con muchos actores en escena. Sin embargo, en un género como el de la comedia me parece obvio que los gags escritos deben funcionar en pantalla como un reloj, y para ello es necesario calibrar el timing, las reacciones de los actores en el plano, la importancia de un plano y el contraplano de reacción. Por supuesto, también es importante la improvisación, y si cuento con buenos actores siempre salen cosas de ese dejar hacer. Pero siempre con una base que nos asegure, pase lo que pase en ese día de rodaje, unos resultados aceptables para la producción.

Hablando de interpretaciones, Mi ligue en apuros está protagonizada por Amanda Bynes, una actriz de veintidós años no muy conocida en España pero célebre en Estados Unidos. ¿Con ella ha sido posible esa flexibilidad al filmar?

En efecto, Amanda es muy famosa en nuestro país. Lleva mucho tiempo trabajando en televisión [El show de Amanda, Lo que me gusta de ti], que como sabes se trata de un medio muy exigente e inmediato, que obliga a movilizar en el actor todas las energías y talentos de que disponga. Amanda ha aprendido a desarrollar toda la iniciativa del mundo, está muy acostumbrada a improvisar y a mejorar sobre la marcha cualquier diálogo, gracias también a su intuición para percibir por dónde se mueve una escena y hacia dónde puede seguir moviéndose. Puede sonar tópico, pero estoy muy, muy contento de su trabajo en la película.

Bynes es otro ejemplo de actor joven al que has sabido sacar partido. ¿Has elegido conscientemente esa veta, que tan buenos resultados te ha dado en Mi ligue en apuros, El vuelo del navegante (1986) o El lago azul (1980)?

Bueno, aquí se produce una paradoja típica de Hollywood: desde el momento en que tienes éxito con una película que se mueve en un registro determinado, los productores te envían más guiones similares; y si tienes la suerte de encadenar algún otro taquillazo, y no es extraño en este caso puesto que estamos hablando de películas sobre jóvenes que van a ver justamente los jóvenes, el público de hoy más inquieto y fiel al cine, acabas convertido en una aparente autoridad sobre jóvenes [risas]. Pero personalmente no me siento más ligado a ese registro, por mucho que lo haya reiterado y disfrute con ello, que al de personajes más adultos. Digamos que me amoldo a las posibilidades que se me ofrecen.

En tu filmografía hay varios títulos que la taquilla ha constatado comerciales pero que han sido capaces, además, de generar un culto, un fervor entre los aficionados, que trasciende lo coyuntural y marca generacionalmente. Nos referimos a Grease (1978), El vuelo del navegante o El lago azul. ¿Es posible adivinar esa cualidad especial cuando uno afronta determinado proyecto, cuando lo ha terminado…?

Es una pregunta curiosa. Estoy descubriendo que en España dos de las películas que has citado, El vuelo del navegante y Grease, tienen una proyección que va mucho más allá de la popularidad esperable, muchos entrevistadores me están preguntando por ellas con una curiosidad personal, lo que me halaga. Pero es imposible saber por qué algunas películas quedan en la memoria del público y otras no. Es algo que, como te comento, puede uno descubrir años después de la manera más insospechada. En ese aspecto, yo mismo tengo mi película de culto de entre todas las que he realizado, y no sabría decirte la razón; se titula Un amor de verano, la rodé en el Mar Egeo en 1982 con Peter Gallagher y Dary Hannah como protagonistas, y era una historia de triángulo amoroso que creo no le ha gustado nunca a nadie más que a mí [risas]. Y en el extremo opuesto tendríamos el caso de Grease; continúa asombrándome todos los días hasta qué punto permanece en la memoria de la gente, su repercusión, sin que tampoco me explique por qué. Podría extenderme a propósito de la química entre John Travolta y Olivia Newton-John, la música, lo resultón de la historia… pero finalmente tendría que rendirme a la evidencia de que en Grease funcionó un tipo de magia que, desgraciadamente o no, quién sabe, ningún realizador sabe cómo conjurar pretendiéndolo.

¿Y cómo se puede sobrevivir en Hollywood treinta años dirigiendo tan espaciadamente, alternando títulos de gran éxito con otros que no han tenido casi repercusión, optando siempre por géneros como el romance y la comedia?

El secreto, mi secreto, está en hacer más o menos lo que te gusta, en no hacer películas por hacerlas. Aunque otros directores podrían decirte exactamente lo contrario, claro está. A mí me ha funcionado esperar a que la historia que me han ofrecido me ilusionase mínimamente, porque así creo que voy a llegar mejor a los espectadores y, no voy a negarlo, personalmente voy a disfrutar más con el proceso. He podido pasar largas temporadas poniendo en marcha proyectos propios y rechazando otros ajenos con más potencial, y al final puede que los míos no hayan salido, pero lo importante es que he dedicado mis energías a algo que contaba para mí. En Estados Unidos la industria del cine se llama industria por una buena razón, y aunque soy partícipe de ese modelo me gusta distanciarme de vez en cuando. Tengo muchos films en un cajón bajo llave o, seamos optimistas, en un estante al alcance de mi mano [risas], esperando que encuentre el momento adecuado para que corran su suerte. Pero, como te he dicho, no es tan importante que se concreten de inmediato como que me permitan expresarme y avanzar, con vistas a tenerlos listos si llegase su oportunidad.

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