Carpe diem o el día perfecto
Considerada entonces como europea, hoy se definiría según sus creadores como cine independiente. Algo demasiado significativo para el mimetismo funcional de Hollywood, en donde no se podía entender algo que no necesariamente tenía que tener una clara explicación. Harold Ramis supo captar enseguida el espíritu del relato, y supo tratarlo con el necesario cuidado para que todo estuviese medido hasta el más mínimo detalle, dejando entrever progresivamente lecturas más filosóficas de lo que aparentaba una situación meramente curiosa, y que dió lugar a una auténtica avalancha de seguidores entre los que habían budistas, seguidores de la filosofía del yoga, jesuitas y católicos fundamentalistas, que escribieron en varias ocasiones a sus autores admirando su trabajo, y cómo habían recogido la esencia de su ideología.
Sin profundizar en cuestiones de rodaje, sí destacaron por un lado las bajas temperaturas que amenazaban diariamente al reparto, y por otro los esfuerzos interpretativos como consecuencia de la necesidad de rodar juntas todas las escenas que se producen en un mismo lugar en "diferentes" días (para que la fotografía fuese siempre idéntica y no quedase afectada por distintos tipos de luz: todo tenía que suceder en las mismas 24 horas) y que conllevaba que se rodase de forma consecutiva en cada ocasión la progresión del carácter de Bill Murray, algo que le obligaba a mutar en cada secuencia exhibiendo todos sus registros.
Pero la verdadera importancia reside en cómo el protagonista acaba abandonando su frialdad y desprecio para convertirse de forma honesta en mejor persona. En alguien que saca el jugo a cada segundo haciéndolo todo un poco mejor, aprovechando su conocimiento omnisciente del día de la Marmota para ayudar a los demás. Y eso lo hace después de haberse revolcado en su egoísmo, haberse beneficiado de la situación y haber tratado mil veces en balde de poner una variación -incluyendo todo tipo de suicidios- a su eterna condena que le lleva, vez tras vez, a levantarse con el permanente sonsonete de Sonny y Cher cantando el "I got you babe". Una terapia purificadora en que el optimismo de Ramis huye de una oscuridad y posibles actitudes críticas para convertir con credibilidad en filántropo al único punto discordante de una jornada feliz, haciéndole participar del día perfecto, arrastrándole a él y permitiéndole alzarse con el premio final, el símbolo de éxito y redención que es la angelical Andie McDowell que en su pureza no podría ser suya de ninguna otra forma.