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Eduardo Manostijeras

De donde viene la nieve

Un artículo de MG || 12 / 5 / 2004

Eduardo



Tras una corta pero más que digna trayectoria como actor, que había interrumpido otra corta y también bastante digna trayectoria como músico (guitarra de un grupo llamado “The Kids” que llegó a telonear a Iggy Pop), la fama que le habían dado los papeles de Pesadilla en Elm Street, su actuación en Platoon, pero sobre todo, su participación en la serie “Jóvenes policías” durante cuatro temporadas, hizo que Johnny Depp tuviera la ocasión de recibir uno de los papeles más valiosos a los que podría haber aspirado.
Con él, podría comenzar a alimentar esa exitosa carrera caracterizada por la variedad de registros que ha asumido desde entonces, a la vez que su carácter se reflejaría en una forma a priori extraña con la que se convertiría en “Eduardo Manostijeras”.

Eduardo Manostijeras

“Cuando lo conocí, supe que era él”, dijo una vez a propósito de su encuentro con Tim Burton. Ya sabía de su obra por cintas como La Gran Aventura de Pee Wee, Beetlejuice o la reciente adaptación del hombre murciélago cuya batmanía todavía no se había superado. Pero esa afirmación recogía la comparación del personaje que iba a interpretar y el director con el que iba a trabajar. Porque quizá había alguna influencia en el trabajo del padre de Burton como empleado de Parques y Jardines (tras jubilarse como jugador de béisbol), y las cualidades de Eduardo para dar forma a la vegetación del pueblo inspirado en el barrio residencial de Burbank (California) en que Burton había crecido. Pero es que además estaba su pelo revuelto, su tez lívida, sus ropas oscuras...
Y su carácter introvertido e insociable que le llevaba a una crítica, unas veces amable otras corrosiva, con que poner patas arriba a ese irrelevante nudo de las relaciones sociales más huecas. Algo que trataba con su naturaleza propia. Porque a pesar de sus manos fueran cortantes, era capaz de sacar belleza. Como hacía Eduardo, su embajador de lo ficticio en el prosaico terreno de la cotidianeidad urbana más chismosa.

Es así como la fábula coescrita junto a Caroline Thompson recogía rasgos de Burton que se volvían corpóreos con Depp. Y desde la simbiosis orquestal de las composiciones de Danny Elfman, con sus coros de hadas entonando una suave melancolía, se lograba un conjunto de tonos con que escuchar al silencioso inadaptado. Al que en su externa condición de Bestia acaricia a la Bella encarnada por Winona Ryder en una travesía que le conduce al exilio, al elevado castillo del que había descendido y donde quedaría recluido para recordarla una y otra vez. Dibujando su rostro con la ayuda de sus benditas y malditas manos-tijeras.

Tim Burton contó entonces con uno de sus inspirados momentos, con unos actores que se acoplaban a sus necesidades y con la que se ha convertido en habitual compañía de Elfman arropándole con su dosis de magia orquestal. Aquí, sin tales medios, ni estas ni cientos de palabras más podrían expresar cuánto aporta y representa Eduardo Manostijeras, cuanto tienen de incomparables muchas de sus escenas-elegía, con que cubre de cariño a lo que de otra forma habría sido un monstruo, pero al que convierte en una expresión de pureza que enternece con su bondadosa incomprensión inocente. Y que nos sitúa fielmente a esperar a que su ego real quiera volver a afilar sus cuchillas. A que quiera moldear con ellas otra fábula en nombre del arte. Porque después de Eduardo Manostijeras, algunos estaremos siempre en primera fila, esperando ver qué es lo siguiente aunque nos devuelva al insustancial planeta de los simios. Big Fish no hace más que demostrar que sigue sabiendo usar sus tijeras.

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