Tailandia indie y paradisíaca, dos adjetivos reconocibles en este filme de evocadora belleza visual, que aprovecha una identificable tragedia olvidada por otras calamidades naturales para contar una amarga historia de amor.

El 26 de Diciembre de 2004 un terremoto con epicentro en el océano índico sacudió a varias zonas costeras de diferentes países asiáticos, entre ellos, algunos rincones paradisíacos de Tailandia. Takua Pa es un distrito de la provincia de Phang Nga situado al sur de Tailandia, cuya tranquilidad se vio afectada por el temible maremoto, y es en el seno de esta apacible comunidad en dónde se desarrolla los acontecimientos de Wonderful Town (2007). Acontecimientos que en ningún caso responden a las necesidades documentalistas de su director, Aditya Assarat, por lo que la película funciona al margen de la desgracia ajena a nuestras realidades climatológicas. Ésta última es la excusa para introducir una anecdótica historia de amor que no evoluciona a consecuencia de un incidente provocado por la actitud conservadora de alguno de los miembros de la aldea en dónde sucede la acción, dejándonos un sabor amargo al final de la trama, que sirve para recordarnos que la fuerza de la naturaleza nunca será tan cruel como el corazón humano.

¿Y quienes son los protagonistas de esta historia de amor? Por un lado tenemos a Ton, un arquitecto soltero que está supervisando la construcción de un nuevo complejo turístico en la zona devastada, y que con el tiempo descubrimos que se ha separado de su mujer. Por otro lado Na, una joven propietaria del único hotel que ha quedado en pie en el pueblo y que sucumbirá a los encantos de Ton cuando se hospede unos días en la vieja pensión. Pero los rumores entre los pueblerinos y el hermano de Na irán tensando la relación, trayendo consecuencias dramáticas para este breve romance por culpa de la celosía que empapa el ambiente y que impide que el pueblo salga de su hermética condición turística. Un romance que, además, se teñirá de viejos recuerdos para ambos personajes, y que se alarga gracias a la sabia utilización de pillow-shots contemplativos que prolongan el largometraje hasta una duración estándar.

Abastecerse de planos vacíos sin contenido emocional o argumental es un recurso muy utilizado en el cine asiático independiente y contemporáneo. Solo falta ver a otros compatriotas tailandeses suyos como Apitchapong Weerasethakul o Pen-ek Ratanaruang. La gracia es introducirlos para remarcar algún momento dramático o de transición, como hace Assarat al intercalar unos sugerentes planos de olas gigantes a modo de tsunami mientras asistimos al conflicto interno de varios personajes. A veces esa vacuidad planificada de antemano sirve para adentrarnos en un mundo paradisíaco en el que, pese a la destrucción que asoló parte de la zona, parece que el paso de los años no afecte en esta comunidad. El tiempo se ha detenido como síntoma placentero de una fútil existencia que nada tiene que ver con el bullicioso Bangkok, la capital de Tailandia. Son momentos de calma escénica, que anteceden o preceden a secuencias estructuradas como un videoclip musical a ritmo de imágenes insinuantes (como los felices paseos en moto por la zona).

Un filme tranquilo pues que se agita hacia el último tercio final y cuya sencillez emotiva debió de encandilar los deseos personales de algunos programadores de festivales alrededor del mundo. Y es que no nos engañemos: Wonderful Town nunca esconde su mirada hacía ese cine de autor periférico, es decir, ese celuloide resistente al mainstream que se presenta como alimento de gourmets en festivales especializados o independientes. Esta embriagadora historia de Assarat tuvo suerte al ser seleccionada en el Indielisboa 2008 (ganando el Gran Premio “Ciudad de Lisboa), el prestigioso Festival Internacional de Pusan (por el que el director recibió el premio como nuevo talento), el referencial Festival de Cine Asiático de Deauville 2008 (Premio Especial del Jurado) y nuestro pequeño y necesario festival descentralizado de Las Palmas (ganando otro premio especial del jurado). Trofeos necesarios para insuflar de vida comercial a esta producción tailandesa de humildes objetivos pero de grandes logros artísticos. Una muestra de la perfecta independencia de la que goza un tipo de cine que no necesita de grandes historias para subyugar la mirada serena de unas cinematografías arrolladas constantemente por tsunamis políticos y sociales.