Ahora bien, presentadas ambas figuras, lo cierto es que la aportación al resultado final no puede ser más desigual. Sin que quepa achacar a unos cuentos de demostrada eficacia en papel el bajón del global, lo que queda claro es que el trabajo de diseño de producción encabezado por Heinrichs es, por si solo, para quitarse el sombrero. Dando rienda suelta a todas sus posibilidades, a todo lo que alguna vez hizo, buscando hasta dónde podría llegar, no hay ocasión desaprovechada, escena en la que no se prodigue en detalles para filmar fotografías imposibles, oníricas y fantásticas que recuerdan con toda lógica a la obra del creador de Eduardo Manostijeras. Lo gótico en grado sumo, con altas mansiones, casas al filo de un acantilado, mares y cielos en colores irreales y bosques abandonados, hacen de ese apartado un espectáculo constante al que la historia nunca llega a compañar. La desdichada vida de tres niños, una inventora, un apasionado de la lectura, y un bebe “mordedor”, vagando por su estrenada orfandad, no despierta la compasión que en ocasiones busca con denuedo, y ni se intuye el respeto por un malo extravagante interpretado por el recuperado en el histrionismo Jim Carrey. La forma de ir de un lado a otro buscando una nueva desdicha en el camino hacia un final de pasteloncio de reencuentro con el público infantil, sólo sirve en la medida en que nos aguarda un nuevo cuadro animado que nos recuerda al varias veces citado Burton. Aunque aquel siempre (o casi siempre, dejando manchas de remake a un lado) haya sabido acompañarlo por una buena historia a la que él sí da humanidad, lo que hace pensar que con su aportación, probablemente, esto habría sido algo más que una sucesión de exhibiciones visuales. Heinrichs podrá estar más que satisfecho de su parte.