La película que dio a conocer al hiperbólico Takashi Miike a medio mundo; la pesadilla fílmica que nos abrió las puertas del radicalismo cinematográfico nipón; una de las obras fundamentales del cine de terror contemporáneo: Audition (2000), no podía ser otra.

Shigeru Aoyama (Ryô Ishibashi) es un productor de una compañía videográfica que experimenta tempranamente la tragedia de perder a su esposa. Siete años más tarde, su hijo Shigehiko le propone que se vuelva a casar. Inicialmente la idea no termina de convencerle, pero sí que le despierta cierto interés por el sexo femenino. La propuesta planteada por su hijo decide estudiarla con su compañero de trabajo y amigo Yoshikawa (Jun Kunimura). Los dos tramarán un plan perfecto para encontrar una mujer que cumpla los requisitos básicos para ser una buena esposa (entendiéndolo en el sentido estrictamente japonés): organizarán una audición para atraer a chicas jóvenes interesadas en ser las protagonistas de una película anónima. En realidad, de un ficticio film, porque este nunca se llevará a cabo.
Después de una primera selección, a través del estudio realizado por parte de Aoyama a partir de los currículos presentados para la audición, las candidatas deberán afrontar un decisivo casting en manos de los dos productores. La elegida será Asami Yamazaki, una enigmática joven de veinticuatro años cuya imagen de ángel, de sencillez dialéctica y timidez pronunciada, esconde una psicópata en potencia obsesionada con el sexo masculino. Aoyama empezará a salir con ella esporádicamente. Yoshikawa empieza a dudar de las intenciones de Asami, por lo que decide investigar acerca de su vida, advirtiendo a su amigo de que tome ciertas precauciones. Aoyama no será precavido con los consejos de Yoshikawa, experimentando en sus propias carnes el doloroso odio de…

En realidad, esta bomba de relojería está basada en una novela de Ryû Murakami (por si alguien le interesa ha sido editada en el Reino Unido y en Estados Unidos), siendo adaptada en forma de guión cinematográfico por Daisuke Tengan (hijo del respetable Shôhei Imamura). Miike aceptó el encargo de rodar una película sobre la novela original de Murakami, introduciendo en ella su particular estilo narrativo. En cuanto al reparto, el peso recae en el actor Ryô Ishibashi, visto anteriormente en la película Kids Return (Takeshi Kitano, 1996) y posteriormente en la insoportable Suicide Club (Sion Sono, 2001). Tampoco hay que olvidar a Eihi Shiina (convertida en toda una femme fatale y reivindicada diez años después por toda una legión de fans por su rol en Tokyo Gore Police), interpretando a la despiadada asesina, cuyos bruscos cambios de carácter, además de hacernos prever un final tenso, demuestra sus dotes interpretativas. Como curiosidad mencionar que uno de los hombres torturados por Asami es interpretado por el actor Ren Ôsugi (Sonatine o Hana-bi, entre muchas otras), y que en la escena de la audición, una de las preguntas que se le formulan a una de las aspirantes es: “¿Cual es tu actor favorito?” respondiendo a continuación que el que más admira es a Ren Ôsugi (algo que transforma el aburrimiento de los dos productores en una carcajada espontánea). Una anécdota que puede pasar desapercibida para los espectadores no familiarizados con el star system japonés, pero que demuestra el humor inteligente de Miike, además de mezclar sutilmente la realidad con la ficción.

El imperativo pulso narrativo de Miike y su inconfundible estilo provocó que esta rebuscada historia se convirtiera en una cult movie instantánea, inmiscuyendo en los márgenes del terror contemporáneo y apoyado inmediatamente por una inmensa mayoría crítica. El secreto de esta unánime recepción puede que sea por la manera en como estructura el filme, inicialmente planteado como un drama familiar que evoluciona a posteriori en una historia terrorífica de psicópata enfurecida con los barones de mediana edad. En este sentido, la película se divide en dos partes claramente diferenciadas, o mejor dicho, dos líneas narrativas que configuran las casi dos horas de metraje. El filme se abre con un tono claramente negativo, desproveído de esperanzas: la pérdida de una esposa y el consecuente trastorno emocional y familiar que ello conlleva. Pero inmediatamente salvaguarda ese pesimismo relegando la tragedia familiar a segundo plano. El cineasta reconstruye la historia siete años después, arrancando desde un nuevo punto de partida, en el que Aoyama, el protagonista, decidirá dar un cambio radical a su vida, intentando olvidar definitivamente a su difunta mujer y ansiando la posibilidad de volver a formar una nueva familia. En estos siete años perdidos, Aoyama no ha mostrado ningún síntoma de enamoramiento, salvo en contadas ocasiones, ya que tal y como se intuye, alguna que otra aventura había protagonizado con su secretaria. Aun así le resulta embarazoso arrinconar en el fondo de su corazón a su mujer; es como si necesitara reciclarse pero no pudiera. Esto puede observarse en la escena donde Aoyama, atacado por un sentimiento de culpa, gira la foto de su mujer mientras está leyendo cuidadosamente los currículos de las aspirantes. Una vez celebrada la audición, ese cambio fortuito parece funcionar en la vida de Aoyama, porque Asami responde a sus citas y, en consecuencia, se inicia una pasajera relación sentimental. Una vez afincada esta desajustada relación (no exclusivamente por la diferencia de edad), Asami desaparece misteriosamente de la vida de Aoyama. En este punto concluye lo que sería la primera parte de la película, en tanto que se concluye una primera etapa argumental, plenamente ajustada al modelo narrativo clásico.