La segunda fase empezará con mucha más fuerza, no solamente por el creciente interés por parte de los espectadores en saber qué entresijos oculta la personalidad de Asami, sino porque Miike rompe (como es usual en él) el esquema formal de un film, pasando de contener un argumento lineal, aburrido y costumbrista, a desarrollar una historia dinámica, contundente y terrorífica. La intriga aumenta en cuentagotas pero en línea ascendente, gracias a las meras insinuaciones de Yoshikawa, en la búsqueda de elementos del pasado que justifiquen la manera de actuar de Asami o el secretismo que envuelve su personalidad; concluyendo en un clímax final en la que reaparece Asami convertida en una temible asesina de hombres, mostrando por fin sus verdaderas intenciones. A partir de aquí, el realizador se centrará en mostrar escenas crudas, con aires abiertamente provocadores, malsanos y, para según quienes, de mal gusto, para desencajar y sorprender al espectador.

Es evidente pues que la lentitud de sus cincuenta primeros minutos contrasta con la agilidad imperativa y dominante del resto de metraje. Precisamente, este contraste tan marcado, entre un ritmo inicial extremadamente lento en oposición al frenético compás del prolongado y tortuoso clímax final (apoyado por varios flashes oníricos), provocan la disyuntiva de opiniones a la hora de valorar el film. Posiblemente esta bipolaridad en el tempo ayude a entender la manera en que como Miike concibió buena parte de su obra fílmica en su primera etapa como realizador alejado del cine mainstream.

Pero aún hay más. Conceptualmente aún puede sacársele mucho jugo: la guerra de sexos está servida. El inocente machismo que pulula por la cabeza de Aoyama será el resultado de siete años de profundo aislamiento sexual, apoyándose únicamente de la estrecha relación que ha mantenido con su hijo, de los consejos que le ha dado su asistenta social (advirtiéndole que un hombre no es nada sin una mujer) y de las conversaciones machistas con Yoshikawa (haciendo referencia a una de ellas, concluyen afirmando que Japón ha muerto, dando a entender que con la modernización de la mujer japonesa se han perdido las formas tradicionales de la propia sociedad nipona). El carácter prematuramente misógino de los dos protagonistas (Aoyama y Yoshikawa) derivará casualmente al encuentro fortuito de la angelicalmente mortífera Asami.

En ocasiones se ha comentado que Takashi Miike quiso dar una visión feminista al filme. Una visión que fue reprochada rápidamente. Si se prescinde de este elemento, el largometraje funciona sólidamente como una historia de intriga o de terror (dado su desenlace y su paroxístico clímax final). Por el contrario, si se apuesta por el tono reflexivo, posiblemente si se pueda llegar a entender que la aparición del feminismo no sea casual, sino más bien causal. Tal y como remarcábamos antes, la mentalidad machista de los dos protagonistas será neutralizada por la presencia de Asami. Realmente el personaje que interpreta Eihi Shiina sigue su temperamento más primitivo y expresa la idea general de la obra, si se analiza desde el punto de vista mencionado: el sentimiento vengativo ante el sexo masculino, ante el machismo en general, o mejor dicho, en contra de una sociedad que se ha regido durante muchos años por la plena aceptación en ambos sexos de los códigos imperantes por el poder masculino. La última palabra la tiene su director, que al preguntarle por los temas de sus películas siempre suele frotarse las manos. Puede que sea más acertado afirmar pues que el tema del feminismo esté tratado ambiguamente en todo el metraje.

Que una rareza como Audition fuera aceptada allí donde se proyectaba sólo puede entenderse por su carácter decididamente provocador, emparejándose con otras producciones que incidían en la figura del sociopata, no solamente japonesas como muy bien se podría pensar, sino pertenecientes a filmografías occidentales, como por ejemplo (y sin ánimo de comparar) la italiana Opera (1987), filmada por el siempre perturbador Dario Argento. Como hemos apuntado, esta producción fue la que le abrió definitivamente las puertas a Occidente; aunque la carta de presentación fuera unos años antes con Fudoh: The Next Generation (1996). En todo caso, Audition acaparó la atención de todos los medios, en buena parte por lo sublime que resulta en su conjunto. Miike da lo mejor de sí mismo, y aunque contenga pequeñas irregularidades en cuanto a su estructura narrativa, estas fisuras son compensadas por unas buenas interpretaciones, una magnífica puesta en escena, una excelente fotografía a manos de Hideo Yamamoto y, sobretodo, por esa asesina angelical que se apodera de nuestras fantasías eróticas para convertirlas en auténticas pesadillas que ni el bueno de Robert Englund podría darnos. Asami permanecerá en vuestras retinas por mucho tiempo.