La mejor superproducción estrenada en lo que llevamos de verano 2011 junto a “X-Men: Primera Generación”, y una de las mejores películas de superhéroes desde que estallase el actual boom del género.
Nada tan saludable para un crítico como tener que comerse de vez en cuando sus palabras. Sobre todo cuando ha expresado su escepticismo hacia proyectos en desarrollo, extendiendo la sombra de la sospecha sobre un futuro que sus propias opiniones desalentadoras contribuyen a enfangar en plena gestación.
Hace unas semanas, escribíamos en otro medio a propósito de Thor que, según iba auspiciando la editorial y productora Marvel adaptaciones cinematográficas de sus superhéroes camino de la multitudinaria Los Vengadores (Joss Whedon, 2012), menos esperanzas nos quedaban de que la ansiada reunión de todos ellos rebasase las hechuras de un capítulo de El equipo A.
Thor no solo hacía gala de una mediocre funcionalidad. Volvía a evidenciar, como la olvidada El increíble Hulk (2008) y, en especial, la farragosa Iron Man 2 (2010), que Marvel Studios está sucumbiendo a una cultura corporativa que prima cada vez menos el desparpajo característico de la primera película que Kevin Feige y los suyos abordaron con autonomía absoluta, Iron Man (2008), a favor de unas sinergias convergentes —no ya fílmicas sino multimedia— que van asfixiando poco a poco el hálito de lo singular y lo maravilloso.
Pues bien, Capitán América: El Primer Vengador es un bofetón a nuestro pesimismo. Se trata, digámoslo ya, de una las mejores películas de superhéroes producidas desde que estallase el actual boom del género y, por supuesto, del mejor blockbuster estrenado en lo que llevamos de verano 2011 junto a El Origen del Planeta de los Simios y X-Men: Primera Generación (también basada en creaciones de la Marvel, pero con control final de 20th Century Fox).
En parte, como le sucedía a Primera Generación, porque sabe aprovechar al máximo su ubicación en un contexto real —Timely Comics, editorial predecesora de la Marvel, publicó el primer número de Captain America en marzo de 1941, solo meses antes de que Estados Unidos se involucrase en la Segunda Guerra Mundial— para dotar al Universo Marvel de unos cimientos coherentes, tangibles, pero no coercitivos: el papel relevante de un joven Howard Stark, padre de Tony Iron Man Stark; los inicios de S.H.I.E.L.D y la aparición de ciertos artilugios místicos y tecnológicos; y un prólogo, un epílogo y un clip post-créditos que nos arrastran a Los Vengadores.
También como Primera Generación, la película opta acertadamente por prestar al relato una gran verosimilitud cultural —las imágenes están plagadas de guiños y detalles, la fotografía y el diseño de producción son magníficos— así como un apreciable sentido revisionista: el Capitán América de los guionistas Stephen McFeely y Christopher Markus es, como el creado en origen por Jack Kirby y Joe Simon, un luchador por los ideales que encarna su país; la problemática y las exigencias de su tiempo han dejado una huella indeleble en la idiosincrasia del personaje. Pero, a diferencia de aquel, está lejos de representar un arquetipo patriotero y propagandista.
Tanto cuando no da la talla física para alistarse por mucho que lo intente, como cuando se ha transformado gracias a un experimento secreto en un superhombre, el Steve Rogers de Markus y McFeely es un ser humano que solo trata de defenderse con nobleza, ingenio y valor de "los matones”. Que no se rinde jamás, pero tampoco trata de imponerse en la victoria. Un hombre de excepcional integridad, susceptible por tanto de ser manipulado en una chocante digresión cuya crudeza nos remite a Banderas de nuestros padres, y que ostenta inquietantes vínculos de sangre con un Cráneo Rojo que le anima a superar himnos y enseñas cual Übermensch nietzscheano, lo que Rogers rechaza en nombre del débil y oprimido que continúa llevando dentro. Un ejemplo a imitar en cualquier época.
Pero si Capitán América: El Primer Vengador roza la excelencia es gracias a su director, Joe Johnston. Una escena del film es paradigmática a la hora de rastrear las intenciones, concretadas casi siempre con éxito, de Johnston: aquella en la que Steve acude con su mejor amigo, Bucky Barnes, a una exposición de novedades tecnológicas (reminiscente de la New York World's Fair celebrada en 1939-40) donde el enclenque aspirante a héroe se topará con el doctor Abraham Erkine, capaz de hacer realidad los sueños más descabellados de Steve.
Johnston pone en escena un espacio metafórico que contrasta armónicamente el positivismo tecnológico y las profecías ominosas de la barraca de feria; la confianza en un futuro utópico y los miedos ancestrales a violar los límites de lo natural; las inmensas posibilidades de la ficción y los claroscuros que lo real cierne sobre sus argumentos.
Los horrores de la guerra y el pulp, las luces y las sombras de cualquier show, lo empírico y lo sobrenatural (que Cráneo Rojo recalca en un par de ocasiones no son conceptos antagónicos sino puntos de vista diferentes sobre lo que nos rodea) se dan la mano en esos minutos esenciales de Capitán América: El Primer Vengador, destilando la magia comprensiva reservada al cine comercial en estado de gracia.
Johnston ya había dado cuenta de su talento para conjurar dicha magia en Cariño, he encogido a los niños (1989), Rocketeer (1991, la película que propició su elección por parte de Marvel), Jumanji (1995), Parque Jurásico III (2001), Océanos de Fuego (2004) y hasta la denostada El hombre lobo (2010). Pero es en Capitán América: El Primer Vengador donde su afinidad con el Steven Spielberg más dotado para la referencia, el espectáculo y la narración —el de En busca del Arca Perdida (1981) —, brinda sus resultados más jugosos. Hasta el punto de que esta película es un homenaje al Spielberg de hace treinta años más fructífero que el planteado por J.J. Abrams en Super 8.
En la revelación del nuevo cuerpo de nuestro protagonista, la desaparición de Bucky, la despedida de Steve y su amada Peggy Carter o los enfrentamientos del Capitán y Cráneo Rojo se aprecian en lo que valen el rigor y la economía de medios expresivos de Johnston como director. Cualidades que, por añadidura, ayudan a subrayar los lazos muy pertinentes de algunos momentos con clásicos como El puente de Waterloo (1940), Camarada X (1940), Yanqui Dandy (1942), A vida o muerte (1946), El desafío de las águilas (1968) o Tucker, un hombre y su sueño (1988).
Es la mejor manera de cerrar la boca a quienes continúan despreciando el cine de superhéroes tachándolo de infantil y solipsista. Lo cierto es que, como demuestran X-Men: Primera Generación y Capitán América: El Primer Vengador, a estas alturas cabe decir que este tipo de películas ya han constituido un género con sus precedentes, sus claves, y un futuro por delante que, eso sí, está en manos de artistas, público y crítica no arruinar.