Algo huele a podrido en la China de los Tres Reinos. Dynasty Warriors: Strikeforce, la nueva entrega de una de las sagas más emblemáticas de KOEI, ha estado espiando a los Monster Hunter de Capcom. Las pruebas a remitirse son demasiado evidentes: misiones divididas por estancias, una base central en forma de pueblo, habilidades o armas que sólo pueden obtenerse mediante la recolección de objetos concretos, la necesidad de formar grupos de cuatro para embarcarse en las aventuras más peligrosas... Las franquicias deben evolucionar según los designios del mercado, de eso no cabe duda alguna, pero el presente caso convierte el tópico "cualquier parecido con otra serie es pura coincidencia" en una broma de mal gusto.
Strikeforce apareció hace un año para PlayStation Portable - la misma consola que impulsó el movimiento de Monster Hunter y asociados, ¡qué casualidad!, ¿verdad, señores del jurado?- y su reciente adaptación para PlayStation 3 y Xbox 360 ofrece ciertas mejoras sustanciales y otras más cercanas a la anécdota. Sobre el papel, el título parece un Dynasty Warriors marca de la casa: el jugador elige entre tres facciones, luego a un héroe de la mitología china y a continuación se encarga de controlar el sobre exceso de población arma en mano, y si durante el proceso puede reunificar la región de una vez por todas pues mejor que mejor.
La sencillez de los controles permanece intacta pese a las turbulencias dinásticas; cada personaje lleva dos armas, una principal y otra secundaria, que pueden intercambiarse sin problemas durante la batalla. La mayor parte de los combos se desencadenan con ataques flojos y fuertes, y la inclusión de embistes aéreos no dificulta el combate sino que más bien lo enriquece. La base jugable principal es ésta, y todo lo demás es complementario, así que aquellos que se vean incapaces de sentir el encanto de machacar dos botones para enfrentarse a decenas de enemigos al unísono ya pueden regresar a la máquina del tiempo.
Si los protagonistas ya habían adquirido una reputación semi-divina a lo largo de los títulos, la inclusión de una nueva forma más poderosa los convierte en merecedores de un hueco en el abigarrado panteón chino. La barra "Musou" se irá rellenando conforme el héroe reciba u ocasione daños, y una vez esté al máximo el jugador podrá convertirse temporalmente en un avatar luminoso y de cabello imposible, un tanto reminiscente a los shonen japoneses. Al principio las transformaciones pueden parecer ridículas pero la contundencia de sus ataques aniquila cualquier comentario detractor al instante.
Tras multitud de entregas y spin-off, no deja de ser desquiciante que el peor enemigo del juego no sea un tigre gigante o un pájaro que se ha estrellado contra una tienda de pinturas, sino la descontrolada cámara. De poco consuelo servirá saber que el título incluye un sistema de apuntado automático, ya que éste tiene unas preferencias harto cuestionables; sólo es necesario situarse frente a un jefe final de misión armado hasta los dientes para comprobar cómo el título prefiere que el protagonista se fije en aquel extra de la esquina en lugar del hacha que está a punto de dialogar con sus intestinos.
La personalización del héroe y de su plantel de aliados tiene lugar en la aldea, punto de acceso a todas las misiones principales y secundarias. Cada establecimiento permite forjar y mejorar diferentes aspectos del inventario a cambio de materiales disponibles en el campo de batalla: armas, orbes que amplíen las características del armamento, habilidades llamadas Chi... Pese al tutorial de segunda mano que prácticamente lanza al jugador a una piscina inhóspita, las opciones que ofrecen tanto las tiendas como el menú principal son suficientemente esclarecedoras y directas como para impedir que la aventura acabe siquiera antes que haya tenido la oportunidad de empezar.