Cuarón propone un viaje que da sentido a la visita al cine como lugar privilegiado para ver las películas.
A una película hay que juzgarla por algo más que sus rasgos técnicos, el acierto de sus intérpretes o sus posibles imprecisiones. Se trata de valorar una visión en conjunto de estos y otros factores, pero sobre todo de la emoción que acaba generando la experiencia durante su proyección o el sabor que deja tras su desenlace.
Gravity puede venir con un repertorio de hallazgos en su forma de ser rodada o con un amplio listado de virtudes a la hora de recrear algo tan inaccesible para muchos como las reglas que rigen la vida en el espacio. Cuenta incluso con una Sandra Bullock demostrando su mejor faceta, alejada de las exasperantes comedias románticas y capaz de añadir profundidad a su personaje desde la contención. Pero lo auténticamente valioso es que ese conjunto como experiencia funciona. Y de manera asombrosa. Sus planos extremadamente largos nos llevan desde el primer minuto al espacio como nunca antes habíamos visto, el encadenado de escenas –y con ellas, de penurias para sus protagonistas– y la recreación de sus peripecias convierten al espectáculo en algo tan próximo al documental que algunos científicos han querido en vano contrarrestar los halagos con faltas de un rigor al que en verdad la ficción no puede aspirar.
Hacer partícipe al espectador de una vivencia tan genuina, llevarlo al más impactante de los decorados reales y hacerle sufrir hasta el último momento con un repertorio de problemas que se hacen tangibles (y que por tanto en ningún punto nos devuelven a la conciencia del elemento ficticio), es una experiencia que Alfonso Cuarón borda subrayando rasgos que en su trayectoria ya habían servido para acercarse a la audiencia en trabajos anteriores (como en Hijos de los hombres, en que su planteamiento abiertamente sci-fi no impedía que sintiéramos una proximidad poco habitual).
En Gravity, en definitiva, Cuarón propone un viaje que da sentido a la visita al cine como lugar privilegiado para ver las películas –e incluso a la sala tridimensional- y convierte en casi obligatorio acudir a padecer durante hora y media la ingravidez tensa en un entorno que no precisa de presencias alienígenas para mantenernos cautivados (por más que abuse de recursos tan cinematográficos como el de la solución en el último momento). Clooney y Bullock se engarzan con sus rasgos pretendidamente diferenciados para llevarnos por la infinita soledad que reina entre las estrellas, donde la vida apenas se intuye en la distancia y donde los desmedidos padecimientos de sus personajes se viven con un terrible aislamiento del que solo nosotros somos testigos. Con todo ello, las emociones que genera su lucha por sobrevivir en semejante escenario dejan su impronta de forma tal que no podemos sino afirmar que Gravity ha logrado colarse entre las cintas históricas del género y brindarnos un viaje de los que difícilmente se olvidan nunca.