Cameron contraatacaba desde el desenlace con el cierre más desolador que cualquier fan de la saga podría haber imaginado.
Si hasta ese punto la ficción ya era intensa, los saltos temporales y sus inevitables paradojas a lo "Mcfly" (Regreso al Futuro) nos daban el incoherente dato de que el amigo de Connor en el futuro, al ser enviado para salvar a la madre de este se convertía también en su padre. ¿Cómo era posible? ¿Cómo había nacido el revolucionario en la primera ocasión? ¿qué pasaba en el futuro mientras se libraba la estresante persecución?
Sin proseguir en los enormes huecos que deja todo planteamiento similar, la segunda entrega volvía a darnos más quebraderos de cabeza con un nuevo T-1000 dispuesto a enmendar el error del entonces obsoleto 101, que a su vez volvería reprogramado para salvar al rebelde y prometedor muchacho.
Para todo esto, Cameron contaría con todo aquello que podía haber soñado en la primera parte. La infografía cobraría una importancia vital, cuando hasta entonces había estado reservada para cuestiones menores. Pero eso cambiaría con aquel T-1000 de naturaleza mutable, con esas formas de metal líquido adaptables que ofrecían una increíble revolución visual. El uso de los morphing no llegaba al abuso, pero creaba un ser ominoso con que hacer renacer el THRILLER (así, con mayúsculas): el terminator anterior quedaría anticuado tecnológicamente, pero sus recursos bélicos le permitían defender su objetivo. La persecución, la lucha por la supervivencia tenía momentos tan frenéticos como espectaculares.
Camino al apocalipsis
En el momento de redacción inicial de éste artículo (2002), todavía esperábamos cómo sería el regreso de una tercera parte que vendría sin la protección de su mano creadora, de la apariencia de Sarah Connor (por despecho de Cameron, con quien estuvo casada y que ahora de productor mató al personaje) y con Edward Furlong reemplazado por su controvertida relación con las drogas que hacía impracticable que una aseguradora le cubriese las espaldas. Entre tanto cambio, sometida a las habilidades del responsable de títulos como Breakdown, todo se centró en un espectáculo en que el carisma de la megavillana T-X (Kristanna Loken) era igual de escaso que el de su protagonista, y evidenciaba el primer rasgo en común con los nuevos tiempos.
Dejando a un lado al insustancial Nick Stahl (finiquitado de un plumazo en la cuarta para lograr algo de la vitalidad de Christian Bale), la chica-modelo apabullante era un enemigo tan superficial como el planteamiento de una cinta que, juzgada de forma excesivamente severa, lo cierto es que se alejaba de una segunda parte en donde la densidad de lo que sucedía, la construcción milimétrica de los personajes, hacía de cada uno de sus minutos una experiencia y una demostración de aprovechamiento del metraje.
Pero la cosa iba más allá: ante esa superficialidad en varios aspectos de la producción que podía casar con los nuevos tiempos, Cameron contraatacaba desde el desenlace con el cierre más desolador que cualquier fan de la saga podría haber imaginado. El propio control del destino quedaba vencido ante lo ineluctable de un futuro predeterminado. Se producía así un cambio de lecturas que culturalmente se había ido manifestando en una tendencia cada día más clara, que cubría de pesimismo su conclusión a la vez que cambiaba bruscamente el discurso defendido hasta la fecha.
Ahora que su planteamiento nos devuelve al sugerente futuro apocalíptico (presentado brevemente en la primera secuencia de Terminator 2, donde brevemente aparecía otro personaje, y ya van 4 John Connor) queda por ver cómo se dilucida argumentalmente el destino de una saga referencia para el cine de acción y ciencia ficción.