¿Es 'Bella' cine independiente con sustrato social, o un simple folletín romántico?
Hay que remontarse a la edición 2006 del Festival Internacional de Cine de Toronto (TIFF), en la que Bella fue consagrada como mejor película del certamen, para comprender por qué esta co-producción mejicano-estadounidense llega a nuestras pantallas envuelta en cierta polémica sobre su ambigua naturaleza: ¿Es cine independiente con sustrato social, o un simple folletín romántico cuyas carencias presupuestarias y naturalismos de puesta en escena le han granjeado honores en un ambiente que no le corresponde?
Una vez vista la película, nos inclinamos por la segunda opción. Lo que confirma cuán peligroso es confiar en las votaciones de los asistentes a festivales de cine. Si habitualmente los premios decididos con sus papeletas manifiestan una decidida propensión a dejarle claro a jurado y críticos que nadie, ni siquiera en el ámbito depurado de una programación con inquietudes, va a corregir su predilección por el cine estereotipado y enrollado, lo del TIFF ha sonado en más de una ocasión a pura venganza respecto a las decisiones de los elitistas Cannes y Venecia; pues no debe olvidarse que el festival organizado en la ciudad canadiense es el único de entre los grandes cuyo galardón principal, ese que va a colgarse la película en cuestión como si fuese una medalla en trailers y carteles, es concedido precisamente de acuerdo con los votos de los espectadores. Y así, en 2006 nos topamos con una Palma de Oro otorgada a El Viento que Agita la Cebada, un León de Oro para Naturaleza Muerta… y el gran premio de Toronto para Bella.
Pero, incluso desvelada su verdadera condición de producto asequible, choca hasta qué punto abusa de esa adscripción la ópera prima de Alejandro Monteverde. Su planteamiento argumental, centrado en una camarera (muy bien interpretada por Tammy Blanchard) y un futbolista (Eduardo Verástegui) que se conocen en un momento vital crítico para ambos y que intentan a lo largo de una tarde apoyarse mutuamente para salir a flote, nos remite a obras maestras sobre lo que se puede esperar de una pareja en nuestro angustioso peregrinar por la existencia como Amanecer (1927), Sucedió una noche (1934), Desengaño (1936), Te querré siempre (1953), Vértigo (1958) o Antes del Amanecer/Atardecer (1995-2004). Claro que todas las producciones citadas apelaban a la madurez de quien las contemplaba, y Bella despliega por el contrario un recital estomagante de momentos “conmovedores”, interpretaciones “sentidas”, “buenas vibraciones” y demás histrionismos emocionales de consecuencias devastadoras para su calado.
Bajo la inmediatez de sus imágenes y los poco trabajados apuntes “comprometidos” sobre los traumas de sus dos protagonistas, la inmigración, el racismo y el aborto, el fondo de Bella es cursi y tramposo. Y, como suele suceder cuando fallan los elementos básicos de una película, se hacen insoportables cualesquiera otros defectos por nimios que sean: el recurso manido a los flashbacks, lo forzado de varias escenas clave, la ridícula barba de Verástegui, el tonillo moralista…
Lo irónico es que la confusión en torno a la categoría artística de Bella puede tener a la propia película como víctima. Quien se acerque a verla confiando en el criterio de los cines de versión original subtitulada, saldrá echando pestes por su simpleza. Y el amante del cine comercial, cuando lea que ha ganado el premio gordo de un festival, saldrá asimismo echando pestes… pero sin haber pisado siquiera la sala de proyección. ¡Ay, si al menos este último hubiese tenido la inquietud de informarse de que a Bella la han elevado a tanta consideración sus iguales!