Efectos mortales
El principal atractivo zombi, que equipara en cierta forma su morbo al fenómeno vampírico de Drácula y sus secuaces, es según otro de sus productores Eric Newman que estos “son los perfectos villanos porque están en todas partes, no le temen a nada y no se cansan nunca”. Una condición que los ha actualizado -y cabría hablar de la versión original como punto importante en esta perspectiva- es la que los sitúa como una metáfora del comportamiento del hombre en su actuación más descerebrada, ajena al control de sus propios razonamientos y moviéndose por puro reflejo.
Así, la gente lucha por mantener su individualidad contra quienes tratan de aplastarla, algo que se resalta en la ubicación del escenario que es un centro comercial abandonado, que establecía un paralelismo con el modo de funcionar autómata del consumidor en busca de la siguiente adquisición. Si esa lectura ya estaba presente hace un cuarto de siglo, se ha incrementado ya que entonces sólo se estaba estableciendo la cultura del centro comercial ahora plenamente consolidada.
En todo esto se podrían encontrar los principales motivos por los que una respetada Sarah Polley, habitual de producciones independientes –recordada en nuestro país por protagonizar el film Mi vida sin mí de Isabel Coixet- asumió con sorpresa para todos un papel con que revivir su antigua fascinación por los muertos vivientes. Eso sí, no esperaba entonces todo lo que le iba a tocar correr entre tomas en el rodaje, ni cómo ese guión que había percibido desde muy pronto como una pura pesadilla que se instrumentalizaba en unos monstruos a los que, cuando veía durante la grabación, le provocaban un extremo rechazo. En sus propias palabras, “había veces en que me ponía a mirarlos de cerca y me daba un ataque de naúseas... Eran realmente repulsivos”.
Porque uno de los elementos más destacados de éste retorno, es que al margen de metáforas acertadas o forzadas con que buscar respeto, el eje es el de un enemigo repulsivo que nos atormenta, y con la consciencia de que los no muertos de hace tres décadas difícilmente hoy sorprenderían a nadie, se dispusieron a cambiar los lentos tembleques de entonces por unas figuras verdaderamente amenazadoras. Es por ello que los zombis del año 2004 son rápidos, tienen una fuerza sobrenatural y un impulso asesino tan contundente que obliga siempre a correr. Una vez el humano es mordido, una temprana muerte le transforma en zombi de forma casi inmediata. Y con ese crecimiento de forma exponencial, el Apocalipsis se intuye algo cercano.
