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Casablanca sin cine

Un artículo de José M. Robado || 29 / 4 / 2010
Víctima del celuloide

Hace unos días, un reportaje del diario El Mundo dejaba a esta Víctima del Celuloide con el cuerpo maltrecho. En ella se hablaba de la desaparición de los cines en Marruecos, donde en la actualidad sólo quedan 37 salas en todo el país frente a las 255 que existían hace menos de 30 años.

Alguno ya estará sacando conclusiones precipitadas acerca de la reducción de la cultura en los países musulmanes. Otros pensarán que no es extraño, debido a la cada vez peor calidad del cine norteamericano. Pero la realidad indica que la desaparición sistemática de las salas de cine en el reino alauí es, simplemente, un factor económico.

El cine es caro. La entrada de cine en Marruecos cuesta unos cinco dirhams, una pequeña fortuna para la inmensa mayoría de los marroquíes, que sin embargo tienen un poderoso comercio pirata de películas cuyo precio por unidad no alcanza el dirham.

Hasta tal punto ha dejado de ser rentable la explotación y exhibición cinematográfica que la Sala Mauritania, una de las más emblemáticas de Rabat, es hoy una inmensa tienda de babuchas en cuyo sótano vive aún su proyeccionista tras 20 años de ejercer su oficio, entre carteles viejos de películas indias exhibidas.

En la capital, Rabat, sólo hay dos cines abiertos. En Casablanca, el centro económico marroquí, cinco. La proporción de cines por habitantes es superior a un millón cuando la UNESCO recomienda que exista una sala por cada cien mil habitantes. Qué grande la UNESCO, recetando cines como si una mínima dosis de fantasía fuese imprescindible para el buen desarrollo de la convivencia.

Aunque parezca que España está lejos de una situación parecida también ha sufrido en las últimas décadas un incesante chorreo de cierre de salas que no siempre eran sustituidas por multisalas en grandes centros comerciales. Sin ir más lejos, Tarragona, una ciudad de 140.000 habitantes, hace ya casi un año que no dispone de cines dentro del casco urbano. Las últimas salas, ubicadas en un centro comercial, se vieron obligadas a cerrar tras la decisión del centro de cobrar por todas las horas de parking que un cliente pasaba allí. El descenso de público por esta medida se comió el beneficio de su negocio.

Volviendo al caso marroquí, una asociación de jóvenes artistas llamada "Salvar el cine en Marruecos" está impulsando la rehabilitación de salas que están cerradas pero aún son susceptibles de usarse para la exhibición. Tienen un duro trabajo por delante, y no muy esperanzador cuando se sabe que Ouarzate, la ciudad que se quiso convertir en un pequeño Hollywood marroquí, no dispone hoy día de ninguna sala abierta.

El negocio de la producción cinematográfica tampoco es muy halagüeño. El año pasado se produjeron sólamente 15 películas en Marruecos. La más taquillera contó con 180.000 espectadores.

Hubo un novelista que imaginó una sociedad sin libros y sus consecuencias. No estaría mal repetir la idea respecto al cine e imaginar que podría sucedernos en caso de no poder recurrir a la fantasía audiovisual para emanciparnos de la realidad.