Quizá todo se reduzca a que hay una distancia adecuada para ver las cosas. Una desde la que se vean suficientemente nítidas, ni demasiado grandes ni demasiado pequeñas. Hemos mencionado en varias ocasiones desde estas líneas cómo uno no puede juzgar al género de la comedia romántica o al suspense teenager igual si ve dos de sus funciones al año, que si se enfrenta con una cada semana: bajo esta última perspectiva, propia solo de los críticos que se autoflagelan buscando veteasaberqué, únicamente pueden ser soportables las excepcionales en dos géneros de por sí muy limitados, en tanto que por extraño que nos resulte el público general contempla con similar gozo incluso las más aborrecibles.
Otro tanto podría decirse de los fenómenos de fans. En apariencia cualquier cosa llevada al cine podría ser del gusto de los adolescentes de Crepúsculo, como cualquier devoto lector de Potter habría aceptado (y así lo hizo) cualquiera de sus adaptaciones: desde la peor hasta la más digna. Con esos parámetros, cualquier actor de segunda fila puede acabar elevado a la categoría de ídolo de masas por estrictos –y efímeros– caprichos de casting.
A pesar de ello, tratando de resultar coherentes, no vamos a cuestionar que Los Vengadores (ver la excelente crítica de Diego Salgado) sea una película satisfactoria si cumple con su ejército de seguidores de cómic, por más que éste, con apenas ver a sus personajes en movimiento, ya la esté encumbrando a la categoría de obra maestra. Como película tiene varios elementos, digámoslo así, molestos, pero hemos condenado en demasiadas ocasiones a cintas basadas en franquicias que no respetaban sus orígenes o sus bases, que no tenían en cuenta el respeto a su audiencia natural por buscar públicos más amplios, como para cuestionar ahora el que parece su logro más evidente.
De no tomar esa posición, poniéndonos críticos, la situación podría servirnos para profundizar en cómo el poder de la marca permite que una vez asociada ésta a una calidad, en demasiadas ocasiones nos venda después algo menor sabiendo que son pocos los que apreciarán la diferencia. Si Iron Man, Capitán América, Thor y compañía -en distinta medida, cierto-, habían ido logrando entre malabarismos de la industria alcanzar un cierto nivel, parece extraño que haya quien entienda que su ultra-crossover sea igual de digno.
A uno, viendo el fenómeno, le recuerda poderosamente a otros eventos sectarios que en la última época han arrasado limitándose a tirar de marca. Podríamos recordar la abominable vuelta del ahora apático Dr.Jones, pero por semejanzas en cuanto a operación concebida a lo grande y habilidad para identificar los recursos y administrarlos -con una habilidad desprovista de cualquier ambición revolucionaria-, esto va más en la línea de Star Wars. ¿Era necesario una trilogía a modo de precuela? No. ¿Era alguno de sus episodios mejor a cualquiera de los originales? No. ¿Era su tercera parte, que hizo delirar a la audiencia trasladando de forma funcional lo insinuado en las entregas originales, algo valioso en sí mismo? Otra vez no.
Con Los Vengadores sucede mucho de lo mismo. Un desfile de personajes a los que se había sacado lustre, a los que había que meter en una función a cumplir con tiempos pactados, compromisos contractuales y una telaraña de superproducciones con más de financiero que de artístico, que solo considerando todos estos parámetros en conjunto puede considerarse elogiable. Su problema es que con algo de cinismo y, sobre todo, comparando con otras cintas que sí funcionaban de forma autónoma y no apelaban únicamente a los comiqueros, demasiados tramos son solo un espectáculo atropellado de tipos disfrazados, no héroes con transfondo humano. Precedida de un tráiler de G.I.Joe, uno cree que la variable principal que separa a ambas es el distinto grado de carisma entre franquicias. De hecho, demasiadas secuencias, sin efectos especiales al rescate en medio de un ritmo vertiginoso, no sólo golpearían la lógica o evidenciarían la necesidad de controlar desde montaje un tiempo que se escurría sin control, sino que por coherencia interna, lo forzado de las poses o lo atropellado de su desarrollo, se asemejan en planteamiento a un videojuego del montón, y podría llegar a oler sin esas distracciones a esa serie B que con menos recursos sólo saben gestionar los grandes directores.
Uno contempla un cine repleto de padres con niños de edades sorprendentemente cortas y considera que en Disney habrán celebrado la misión cumplida. Que con las sucesivas explosiones de daños limitados más propia de la ingenuidad del Equipo A, se han asegurado que el merchandising alcanzará a la franja adecuada para multiplicar sus ingresos. Es más, tirando de recuerdos del intracine ve vínculos entre los arándonos que consume Stark y las nueces de California que el departamento de publicidad de Regreso al futuro trató de colocar en su primera entrega (por no hablar del ‘shawarma’… tirando del negocio hasta el último hueco). Lo del cine con mayúsculas nunca estuvo en el guión. Lo raro fue que apareciera -o lo pareciera- en otras de las anteriores, que en algunos puntos cuando Joss Whedon acierta al emplear sus mecanismos, uno incluso llega a no darle importancia. Pero justo es decir que podría llegar a tenerla. Si uno sigue creyendo en el cine y no en el simple poder recaudatorio que antes o después machacará a esta franquicia como antes hicieron con el bueno de Spidey.