En un reciente repaso en DVD a Pájaros de Papel, la ópera prima de Emilio Aragón en el cine, comprobé entre el asombro y el aturdimiento como algunas de sus secuencias, sobre todo en la parte final de la película, habían sido alteradas en cuanto a montaje, encuadre y duración respecto a las originales que fueron proyectadas en cines durante su estreno.
El resultado era eficaz ya que mejoraba ostensiblemente la ñoñería y sentimentalismo que yacía en la conclusión de la cinta y, oh sorpresa, daba al traste con parte del comentario que en su día realicé de la misma.
No es el único caso, ni mucho menos. Miles de películas a lo largo de la historia han tenido y tienen distintas duraciones según el país o mercado donde se estrenen. Hasta 10 o 15 minutos de diferencia en escenas dependiendo si el público destino será el anglosajón o el hispano, por ejemplo. No se trata del famoso montaje del director, sino de la adecuación de una obra al mercado donde va a ser reproducida. El punto álgido de estas modificaciones podría ser el fenómeno del coloreado de películas en blanco y negro que se realizó hace unos lustros para su emisión por televisión sin espantar a un público no acostumbrado al cine sin colores.
A todo este fenómeno podríamos llamarle autocensura comercial. Aunque parezca frugal, se trata de una práctica que alcanza cotas insospechadas de estupidez, mucho más allá de la tan cacareada censura que muchos regímenes políticos totalitarios impusieron sobre las obras de autores en pos de proteger su ideario o de no alterar a la sociedad con valores que no le convenían. En el cine de hoy día sufrimos una oleada de autocensura por la que, por ejemplo, es imposible que un personaje de origen judío sea negativo. Para los personajes con esta ascendencia se reservan las mayores cualidades, sobre todo la inteligencia y la capacidad de mover el mundo con su voluntad y habilidades.
Qué decir de otro fenómeno que asola el cine de las últimas décadas y que podríamos denominar “la irremediable muerte del personaje negro amigo del protagonista”, una víctima que los guionistas usan sistemáticamente para detonar el argumento y las razones de los personajes blancos en pos de sus objetivos.... ¿no me creéis? Echad un vistazo a X-Men: Primera Generación y veréis ejemplos clarísimos de estos dos fenómenos mencionados.
El colmo de esta aberración, la alteración de las películas para favorecer su comercialidad, para adecuarla al gusto de un público adocenado, aborregado e intelectualmente tripón, está en el reciente fenómeno de alterar digitalmente la filmación original para, por ejemplo, eliminar cigarrillos de las manos de los personajes. Como bien es sabido, en el siglo XXI los héroes no fuman.
En la archiconocida Star Wars, sí, la primera de todas, el personaje interpretado por Harrison Ford, Han Solo, se granjeó multitud de seguidores y fans por ser especialmente ambiguo y humano en una historia en la que todos los demás personajes tenían claro si pertenecían al lado oscuro o al claro de la fuerza. Pues bien, en la mítica secuencia del bar donde Han Solo se presenta al espectador exponiendo su espíritu mercenario, éste disparaba sobre un personaje que le recriminaba cierta deuda. Si vemos esa secuencia hoy día comprobaremos que ha sido alterada de modo que Solo mata a su acreedor DESPUÉS de que sea amenazado y disparado por éste. A alguien con mucho interés en vender muñequitos se le ocurrió que no es posible que un héroe, incluso si tiene un marcado caracter ambigüo y materialista en su personalidad, podría ser capaz de tal fechoría sin ser en defensa propia.
Sí, amigos. Por si lo habéis olvidado, Han disparó primero. Y no sería de extrañar que en unos años esa misma escena sea nuevamente alterada para nuestro asombro de modo que Han se encuentre en ese bar leyendo fervientemente la Torá en lugar de bebiendo algún licor para sobrellevar su última misión con el Halcón Milenario.