A las 22,30 Indiana se adentra en una ciudad perdida a la que ha llegado tras sumergirse en la jungla. Allí previamente se ha dado de bruces con unos tótem que han hecho huir despavoridos a sus guías indígenas, todo coincidiendo con el frenético vuelo de una manada de pájaros que parece confirmar los malos augurios.

A las 23,10, Cage atiende asombrado a la caída bajo la lluvia de un avión justo en el punto del atasco en el que se encuentra, segundos después de que haya atado cabos y comprendido que lo que tiene entre las manos es más que una excusa para dar rienda a su numerología. El avión, despedazado, ha dejado todo tipo de residuos humeantes, por los que se cuelan desesperados supervivientes en llamas que pronto dejarán por tanto de serlo. La lluvia no aplaca sus gemidos furiosos, quienes han corrido más suerte sencillamente son pasto de la histeria.

Son solo dos retazos de una sesión televisiva, reveladores por partes iguales para quien todavía recuerda las emociones originales, es decir, las que ambas películas provocaban en el cine, en contraste con lo enormemente reducidas en impacto que quedan en un traslado cuya importancia la frivolidad de estos tiempos ningunea. Cierto que contemplar al Doctor Jones en los 80 en una enorme sala de cine, donde las dimensiones dan mayor cuenta del esfuerzo en pulir el detalle y lograr un decorado impactante, se veían engrandecidas por una menor competencia en el género, unos menores recursos para los efectos visuales entonces artesanales que hacían que sólo unos pocos realizadores pudieran materializar esos sueños y sin agobiarnos con excesos. Pero también que esa grandeza se aprecia verdaderamente en un lugar donde la estética de las obras importantes se diferencia de la de las mediocres, no sólo por recursos, también por personalidad.
Así, el paso a TV lo empequeñece más allá de las obvias dimensiones, más cuando frente al otro ejemplo (el de Cage atribulado en cadena de pago), el de Indiana nos lleva a verle siendo víctima también de la cadena de TV en abierto que acostumbra a alterar la fotografía adaptándola a sus gustos saturados y sus encuadres caprichosos. Por tanto, sin necesidad de mencionar a la abominación publicitaria que se clava en cada uno de sus rincones acosándonos de forma vomitiva, han convertido la labor cinematográfica de Spielberg en una realización con el potencial técnico de un telefilm.

Algunos se contentarán con modernos sistemas de streaming, descargas a bajo coste y tele a la carta. Irán acortando cada vez más los plazos para estos saltos de cine a home cinema reduciendo la relevancia de la sala como lugar. Con una oferta inmensa cuesta saber cómo se introducirán nuevas apuestas, qué repercusión podrán tener estas para ser rentabilizadas si compiten con los circuitos de una caja que almacenan la totalidad del cine previo. Quizá se trate de reducir presupuestos. De ir perdiendo grandeza con la excusa de que hay menos pulgadas que llenar, menos nuevo cine novedoso que introducir. Otro motivo más para la inquietud de los cinéfilos que entienden que resguardarse en el cine del pasado mutila la capacidad cultural que este arte tiene para capturar rasgos de nuestro presente.