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Mateo cogió su fusil

Un artículo de José M. Robado || 30 / 6 / 2011
Víctima del celuloide

En otras ocasiones ya he defendido en esta sección a los cineastas españoles. En la cinematografía española, a pesar de su tamaño y escasez de recursos, pasan cosas sorprendentes, casi siempre asociadas al talento. Como la brillante carrera de Icíar Bollaín tras la cámara, siempre en constante ascenso y ambición. Como la extraña y jugosa asociación entre el director Enrique Urbizu y el actor José Coronado. Como la existencia de cineastas inclasificables de la clase de Víctor Erice, José Luis Guerin o Marc Recha.

También es cierto que hay carencias. Por ejemplo, en España es infrecuente que un cineasta sea buen guionista y buen director. Almodóvar es un buen guionista, tiene un gran olfato para los argumentos y sensibilidad para escribirlos, pero no es un director hábil. Amenábar, sin embargo, es un director con talento, que sabe qué referencias utilizar para conseguir una buena narración, pero flaquea en la construcción de los guiones. Esto es utópico, pero sería un gran experimento que Amenábar dirigiese un guión de Almodóvar.

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Almodóvar se sirve del virtuosisimo de gente como José Luis Alcaine o Alberto Iglesias para soslayar sus carencias en la dirección. Aménabar echa mano de Mateo Gil en los guiones. Mateo Gil es el gran tapado del cine español. Es un buen guionista y un buen director. Y él mismo se está convenciendo poco a poco de ello, de sus posibilidades. Cuando un cineasta decide afrontar un western como Blackthorn, es que esta seguro de no errar el tiro. Lo importante es que Mateo Gil aún no ha cumplido los 40 años y ya parece tener esa convicción, esa puntería.

Mateo Gil dirigió ese thriller urbano que convertía Sevilla en una pesadilla durante Semana Santa llamando Nadie conoce a nadie. Y uno de los mejores cortometrajes del cine español, Allanamiento de morada, un reloj que mostraba la fragilidad de nuestras convicciones frente a quién las amolda para conseguir un objetivo. También ha escrito o ha ideado al alimón casi todas las películas de Amenábar u otras como El Método, que es una extensión del tema de Allanamiento de morada ampliada al ámbito laboral. Mateo Gil es el punto medio entre el talento de Aménabar y el de Almodóvar.

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Blackthorn es una película que no debía existir, un accidente. Porque Gil iba a rodar nada menos que una adaptación de la inmortal, nunca mejor dicho, novela de Juan Rulfo, Pedro Páramo. Hay que estar muy seguro de uno mismo para acometer ese proyecto, la primera vez que se adaptaría el texto por un cineasta no mexicano. Pero la película, una coproducción luso-española, no ha salido adelante. Y a Gil se le ha quedado en la mente. en la cartuchera, la textura de cierto modo de narrar que ha tenido que dar salida en un western crepuscular, algo insólito en la cinematografía española, donde el western siempre ha sido una referencia para hacer otro tipo de historias, como en La Caza de Carlos Saura o en La Vida Mancha de Enrique Urbizu.

Mateo ha cogido su fusil, ha disparado y ha dado en el blanco. Creo que aún le quedan cartuchos, así que es cuestión de tener paciencia.



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El rincón en que el crítico torturado explica por qué el cine puede ser algo muy grande unas pocas veces, y algo muy, muy miserable muchas otras.

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