Hace unos días en FanDigital nos hacíamos eco de una ola de protestas surgida entre los espectadores de los Estados Unidos por la escasa relación calidad-precio en las películas 3D. No sobre la calidad narrativa de la película, su tema o su historia, sino por la falta del plus de espectacularidad que se espera de un visionado cuyo precio aumenta entre un 20 y un 30% el precio de la entrada.

Como se comentó en dicha noticia, las condiciones de luminosidad de una proyección en 3D son menores que las tradicionales por motivos técnicos de las lentes. Hacen falta unas condiciones muy cuidadadas en la sala, el proyector y la cabina para que dicha proyección “brille” por completo. Es algo que también sucede con el sonido, pero esto es menos notorio para el espectador y, hasta el momento, no se conoce ningún aumento de precio en la entrada porque el sonido de la película incorpore alguna innovación técnica.

Que la aparición y el auge del 3D haya coincidido con la crisis económica hace que los espectadores andemos más cuidadosos con el empleo de nuestro dinero para el ocio. La entrada de cine en los EE.UU. ronda los 15$, que se podrán poner en 20$ con el suplemento 3D. En Japón, transformando divisas, este precio puede sobrepasar los 25$. Asi que con esas entradas, que menos que esperar que te salten un ojo con algún objeto saliendo de la pantalla por virtud del 3D... el ojo bueno, se entiende, porque el otro se lo acabas de dar a la taquillera para poder entrar.

La falta de luminosidad y el precio no son las únicas 3Decepciones. Existe una gran diferencia entre una película filmada en 3D, con cámaras especializadas para ello, que una que ha sido transformada a 3D en postproducción... sin embargo, a los espectadores nos la cobran al mismo precio.

James Cameron, responsable del auge 3D con Avatar, verá a la Titanic responsable de sus delirios de grandeza 'adaptada' a 3D.

Sin embargo, el rebufo de las ganancias adicionales ha llevado a muchos productores y distribuidores a rodar en 3D cualquier proyecto que tuviesen entre manos. Da igual si en la planificación de la película no hay ni una sola escena pensada para que esta innovación técnica enseñe sus cualidades. Es como si en los años 60, con la invención del formato panorámico (70 gloriosos milímetros de celuloide), se hubieran rodado las películas como si fuesen telefilms, sólo con planos medios y primeros planos. Obras como La Hija de Ryan, Lawrence de Arabia o Dersu Uzala no serían lo que son si sus creadores (David Lean, Akira Kurosawa) no las hubieran concebido pensando en la completa utilización de este recurso técnico que se les ofrecía.

Pues toda esa imperfección el espectador la termina pagando, sea o no sea auténtica, esté o no esté infrautilizada. No es culpa del 3D, es culpa de que el negocio del cine ha conseguido obtener unos años de prorróga sobre las pérdidas gracias a este avance técnico, porque que el streaming viene pegando fuerte y la crisis no amaina, lo que hará que Internet devore buena parte de su negocio como lo está haciendo con el de las discográficas.

Los espectadores, aunque somos fáciles de engañar, también aprendemos rápido y empezaremos a exigir algo más que una espada apuntando al rostro del espectador para justificar el sobreprecio de la entrada 3D. Puede que una buena piedra de toque sea ese Titanic tridimensional auspiciado de nuevo por James Cameron que se estrenará en 2012. Veremos como de asqueados andamos en ese momento para consumir un producto que ya conocemos y que no estaba pensado para el 3D. Cameron y cía. ya se estrellaron con el reestreno del montaje del director de Avatar, que no fue a ver casi nadie, pero los réditos que se pueden conseguir con Titanic 3D son muchos en virtud de la inversión que se necesita para convertirla a las tres dimensiones.

Mientras tanto, habrá que seguir a la espera del David Lean del 3D.