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The Ward: los fantasmas de John Carpenter

Un artículo de Eduard Terrades || 25 / 10 / 2010
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Hospital psiquiátrico, sustos fáciles y previsibles, giro de guión más o menos inesperado y una heroína encarnada en la figura escultural de Amber Heard. Un cóctel sin distribución comercial que prometía mucho pero que pincha en su primera hora al acumular reiterativamente algunos tópicos que John Carpenter no sabe como paliar ante este filme de encargo que desvirtúa su incuestionable estilo.

Primera secuencia: una joven corre por un bosque que lo conduce a un rancho abandonado. Acto seguido prende fuego a la vieja granja con mirada vengativa. Unos policías la detienen y la encierran en un manicomio. ¿Por qué esa inmediatez en encerrarla sin que la hayan juzgado previamente? Esto es lo que tendrá que descifrar el espectador en poco menos de una hora y media, pues tanto los carceleros, como las amistades que traba la muchacha en dicho centro psiquiátrico, parecen guardar un espantoso secreto relacionado con el lugar. Un enigma que se cuela en los resquicios de las paredes y que se manifiesta en forma de presencia sobrenatural. Un acertijo que parece envolver a la recién llegada y que nadie se atreve a resolver.

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Más no podemos avanzar, ya que un buen Carpenter debe visionarse sin saber demasiado de su guión. Sólo es imprescindible conocer la geografía, el contexto y la situación en la que se desenvuelven los personajes de sus filmes para disfrutarlo en toda su plenitud. Para esta ocasión, en un primer momento nos adentramos en esa América profunda y destartalada de mediados de los 50. Visualmente, esta introducción tan directa, sin concesiones explicativas, con ese primer impacto que supone la inesperada ignición del viejo casalote, recuerda (salvando las distancias) al esquema narrativo inicial de Vampiros (1998). Nos deja a todos con ciertas incertidumbres: ¿Qué narices está sucediendo? ¿Por qué arranca con esta secuencia inicial como si estuviéramos en plena mitad del filme? Presuntamente nos da la sensación de estar delante de una vieja producción del maestro. Pero en el momento en que la cámara penetra en ese misterioso psiquiátrico, las señas de identidad de Carpenter se volatilizan para dejar paso a un elenco de efectos de sonido y sustos “digitales” que no casan con la manera como habitualmente presenta el horror. No por casualidad, el guión es de los desconocidos hermanos Rasmussen, significando que Carpenter se ha suscrito al libreto original al pie de la letra.

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Eso si, nos lleva al huerto hasta el final; solamente esos espectadores más perspicaces sabrán leer entre líneas las palabras que aventura el doctor que trata a Amber en una de sus sesiones de rehabilitación. De todos modos, ya sea porque la historia se guarda un as en la manga, ya sea porque la trama no da para más y opta por dejar de lado el origen del mal y centrarse en el suspense, hasta los últimos minutos no sabremos exactamente el porque de todo lo acontecido. Podría haberse explicado de forma lineal, pero Carpenter prefiere marear la perdiz con sustos impactantes, previsibles, pero que te los comes con patatas a consecuencia de los cuidados efectos sonoros y por como varia de ángulo la cámara en el último segundo previo al sobresalto. Lástima que se obsesione en acribillar al espectador con momentos no aptos para cardíacos y pierda el rumbo de la trama, convirtiéndola en un sinfín de fallos narrativos que se van acumulando, dando como resultado algunas incoherencias demasiado evidentes.

Dejando de lado un poco el guión, lo que más atraerá a los aficionados al cine de terror es la ferocidad que se desprende de sus imágenes: no solo en momentos ocasionales en los que el gore salpica la pantalla, sino también en esos enfrentamientos entre las muchachas y la presencia diabólica. Ciertamente, hay algunos tramos de agresividad que recuerdan a las sacudidas violentas que practicaba Michael Myers a sus víctimas de forma virulenta. Pero The Ward no le llega a La Noche de Halloween (1978) ni a la suela de los zapatos, ni tampoco pretende emularla. Y es que a pesar de todos sus defectos (que se le perdonan a consecuencia de la terrible enfermedad crónica que lastra Carpenter desde hace años), no deberíamos considerarla su peor producción (invisible porque se especula en que su distribución será direct-to-DVD y la crisis en el formato doméstico no perdona). En el fondo, esta vieja historia clásica de psiquiátrico encantado termina convirtiéndose inconcientemente en una parodia de terror con muy mala uva, siguiendo todos los clichés del género, y con una sorpresa final que hará levitar a todo el mundo de sus butacas.

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