La relación autor-obra podría dar para un tratado de extensión similar al de cine-arte, más extensa cuanta menos afición haya al sentido común. Existen casos de autoría marcada como los hay en que la aportación artística es evidente. Otros en que por no haber rasgo alguno de personalidad (o ápice de arte alguno), su pertenencia a un formato determinado al que se considere fuente de autoría o de arte no debería ser suficiente para producir la identificación inmediata (algo frecuente cuando se considera al cine como arte, y por tanto a cualquier cosa envasada en fotogramas de la misma forma).
Ahora, no obstante, nos centramos en las particularidades de la autoría. Eje esencial de la protección de las obras y su rentabilización, excusa para los recaudadores, motivo desprecio para los saqueadores digitales, lo cierto es que la íntima unión de autor-obra -sí, más en unos casos que en otros- le da a éste una posición de dominio natural y justifica que sea él quien habiendo hecho la aportación se lucre en caso de haber beneficios. Incluso le da derechos a la hora de defenderla de ciertos abusos, cosa que se complica cuando habiéndolos vendido, la productora de turno lo da todo sin el más mínimo complejo.
Luego están "esos casos". Los de la obra que algunos acogen como tienda de acampada, como lugar imaginario en el que vivir. El centro de sus psicóticas vidas, el leitmotiv de sus conversaciones delirantes, cuando no reuniones siniestras caracterizados por personajes de las películas (cómics, videojuegos…) que les inspiraron. Aquello que da sentido a la idea de que el frikismo no es sino una forma clara de dar a las cosas más importancia de la que tienen.
Con esa gente de la mano, nos vamos al caso particular en que el creador de su universo sea un cruce de friki déspota y tipo que ha perdido el norte con los años. La demostración de que hay que tener cuidado con a quien se idolatra, y que si este es inspiración adecuada, caso de virar el rumbo hay que abandonarle con presteza.
Sí, hablamos de George Lucas. Un tipo capaz de parir sagas como la de Indiana y Star Wars y de machacarlas sin descanso. De ofender al recuerdo del arqueólogo más
carismático con una cuarta parte para la que fusiló un guión excelente a cambio de uno bochornoso, de dejar en minoría frente a los bostezos los hallazgos de la saga galáctica por antonomasia. Un tipo que parece no descansar un segundo a la hora de machacar sus creaciones, como demuestra la noticia de que recientemente ha vuelto a modificar a su antojo la trilogía original de Star Wars (inserción de grititos en boca de Darth Vader).
Hemos mencionado algunas veces cómo algunas obras son más el fruto de una época y unas circunstancias en que el talento pudo tener tanto papel como la fortuna, y mucho de eso debió influir también para que obras de culto como las mencionadas pervivieran el paso del tiempo. El tiempo ha puesto en evidencia de distintas maneras que el fruto de otra época y otras circunstancias puede arruinar el recuerdo que muchos teníamos,
bien al volver a ver una película antigua que no soporta el paso de los años, bien atendiendo a una continuación infame, o en el caso más extenuante, atendiendo a varias continuaciones con distinto grado de calidad (pero con una indudable ambición sobre-explotadora) que llegan a adentrarse en las entrañas de las primeras películas para rehacer lo que estaba considerado de culto, profanado así por quien más respeto debería otorgarle.
Puede que con todo aún quede margen para el sentido común. Que baste con encerrarse en las cintas originales, en no atender a revisión alguna, en no volver a prestar atención a ningún proyecto de un tipo que supera cada día a la versión de él que dieron Los Simpson. Puede también que sea sólo un tipo cínico que se desternilla con sus propias bromas privadas a costa de aquellos que le rinden innecesario culto.