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The Sorcerer and the White Snake

Un artículo de Eduard Terrades || 07 / 11 / 2011
Pantalla Invisible

Fantasía heroica épica para este reeboot épico de la majestuosa Green Snake (Tsui Hark, 1993), en el que no falta sensualidad, coreografías marciales, comedia tosca y sobretodo muchísimos efectos especiales confeccionados con portátiles de marca hongkonesa. Dirige Tony Ching Siu-tung (Duel to the Death), todo un especialista en el género que con esta readaptación de la desconocida novela de estilo wu xia narrada por Pik Wah Li vuelve a demostrar porque en su día fue un pionero en las artes marciales acrobáticas cinematográficas.

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Un monje extraviado cae accidentalmente en un profundo lago mientras práctica algunas enseñanzas budistas y, justo en el momento de morir ahogado, es rescatado por una bella mujer que en realidad es una serpiente blanca que puede adoptar forma humana. A pesar de las advertencias de su hermana, una serpiente verde, decide infiltrarse en el mundo de los humanos para poder volver a reencontrarse con su amado. Los años pasan y finalmente el rencuentro se desenvuelve de manera accidental en un festival nocturno. Los dos amantes deciden casarse ante la mirada atenta de un veterano maestro budista (un Jet Li envejecido), quien sospecha que detrás de la fina piel de la joven se esconde las escamas rugosas de una serpiente. Pronto hechizará a la fémina para que recobre su aspecto original, lo que producirá su ira y junto con la ayuda de su hermana intentarán destruir el reino como venganza. La tentación versus la rectitud budista; la carnalidad versus la espiritualidad; Jet Li versus dos serpientes gigantes. El combate está servido.

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El otrora realizador de la mítica trilogía Una Historia China de Fantasmas ha decidido poner toda la carne en el asador con respecto a los CGI, descuidando un poco el guión, que queda diluido en un mar de falsos finales, espectaculares secuencias de luchas aéreas como nunca se habían visto y alguna que otra escena infantil con animalitos que balbucean paridas a las dos serpientes. Atrás quedan las entrañables serpientes de plástico que utilizó Tsui Hark en el filme original, en substitución de unas serpientes digitales que lucen a la perfección a la primera hora de metraje, pero que luego pierden todo su poderío cuando se transforman en un solo ser descomunal que parece sacado de un videojuego. Digamos que esta reorientación posmodernista no le sienta demasiado bien, en parte porque tanta saturación de ordenador termina por cansar al espectador, además de ridiculizar la historia de amor (si es que de entrada no resultaba ridícula…). Algunas imágenes sintéticas tampoco terminan de encajar, sobreexpuestas a una paleta de colores extrema. Tampoco parece terminar de encajar Shengyi Huang, la actriz (con cuello de ofidio todo cabe decirlo) que se reconvierte en la serpiente blanca de marras, y que de ningún modo supera la brillante interpretación con la que Maggie Cheung (Deseando Amar) nos deleitó en el largometraje de Hark. Se le echa en falta esa sensualidad que sí fluía en el filme original, más por la expresividad forzada de Huang que no por la clara intencionalidad de incorporarla a lo largo del relato.

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Eso sí, la planificación escénica y la narración son ejemplares, condicionadas por la experimentada trayectoria de Siu-tung, que a estas alturas no debe demostrar nada a nadie, solo cabe comprobar la majestuosidad imperante con la que filma el enfrentamiento nocturno entre una estirpe de murciélagos demoníacos y los monjes budistas mientras se desenvuelve una festividad local. Obviamente realzada por la fuerza interpretativa de Jet Li, que a pesar de restar en segundo plano y de que los años no perdonan a nadie, sigue forzando sobrehumanamente sus dotes marciales más allá del agotamiento permisible. En este aspecto The Sorcerer and The White Snake (versión 2011) se salva por la fuerza narrativa más que por sus espectaculares mundos artificiales, sólo disfrutables en pantalla grande. En definitiva, un entretenimiento familiar que se olvida a los cinco minutos de su visionado, pero en el que vale la pena detenerse ni que sea para admirar el buen hacer del maestro Tony Ching Siu-tung.



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