El folklorismo orientalista sitúa a Agartha bajo el desierto del Gobi: la capital de un mundo subterráneo bajo la corteza terrestre; un nuevo mundo emparentado con el Shambala y, según algunas creencias esotéricas, un sitio donde las almas de los vivos se encuentran recluidas allí una vez muertas, esperando a que sus seres queridos vayan a rencontrarse con ellas en algún momento de la eternidad. Con este trasfondo fantástico Makoto Shinkai brindó una de las experiencias sensoriales animadas más profundas que se recuerdan en años: Viaje a Agartha (2011), un delicioso anime para mentes abiertas, de una belleza visual embriagadora que la equipara con las mejores producciones del Studio Ghibli y en la que no importa los objetivos del viaje, sino la travesía en sí misma; una travesía en la que los personajes aprenden sobre la vida y la muerte y les sirve para alcanzar otro estado mental que los aleja de las mundanidades del mundo terrenal.
Más conocida en círculos internacionales con el nombre de Children Who Chase Lost Voices (mucho más acertado este título con respecto al inicio de la historia, aunque su título original se traduce como “Los Niños que perseguían las estrellas”), lo cierto es que hay que advertir que esta nueva proeza fílmica de Shinkai no es fácil de digerir en según qué momentos, dada la mística y profusa mescolanza folklórica religiosa (desde el sintoísmo, pues la historia arranca en un pueblecito de Japón, hasta dioses de la cultura y mitología mesoamericana, como los Quetzacóatl). Lo más recomendable es dejarse llevar por sus imágenes, y es que en realidad su historia no deja de ser la crónica de un periplo por las profundidades de la tierra con el objetivo de cumplir esa utopía que todo mortal ansia de reencontrarse con sus seres queridos por unos últimos instantes, sea para despedirnos de ellos (algo que ya se exploraba en Una Carta para Momo, de Hiroyuki Okiura), o para mirar de revivirlos. En este caso, de una niña que perdió a su padre siendo una niña y que ahora, gracias a la voz lejana de un príncipe del inframundo de Agartha, que sube a la superficie para sellar la puerta de entrada ante la amenaza de un arqueólogo que fue llamado a filas (supuestamente durante la segunda guerra mundial) y que busca reencontrarse con su amada, iniciará un descenso por ese reino subterráneo de inabarcable territorio e infinita fantasía. Un reinado codiciado por los humanos por su “vital-aqua” (que vendría a ser lo que el catolicismo u otros religiones consideran el agua purificada) y en la que se puede respirar aún estando completamente sumergido en ella (vendría a ser el santo grial de ésta tierra y, tal y como se explica en uno de los pasajes del filme, una de las quimeras que perseguían los nazis para lograr dar con la inmortalidad).
Según la humanidad, Agartha podría considerarse el inframundo, pues viene a ser la entrada que separa el mundo de los vivos con los muertos, pero no es un más allá tal y como podrían contemplar los griegos, dominado por Hades y lo lúgubre, sino más bien el paraíso desde la óptica cristiana o el nirvana según el hinduismo y el budismo (oponiéndose al “naraka”, que es el infierno; el “jigoku” en terminología nipona). Para sus habitantes, un reino que custodia y separa los vivos de los que han traspasado; una tierra prometida, real y tangible, que solo puede ser accesible para aquellos mortales que tengan una espiritualidad latente en sus mentes y corazones, aun no habiéndola desarrollado. Con toda esta amalgama mitológico-folklórica podemos concluir en que Viaje a Agartha es una gran película espiritualista, cuyas teorías planteadas y expuestas en imágenes (se da por sabidas y no se entran en detalles de precisión teórica) podrán ser rebatidas al final del viaje por aquellos espectadores que sienten cierto vínculo con todo lo mostrado a lo largo de las dos horas de fugaz metraje.
Los demás deberían contemplarlo como un gran espectáculo animado, relajante y emocionante, que muy probablemente les cambie la concepción negativa y fúnebre que tengan sobre la muerte. Y es que sí hay algo que resaltar y darle todo el mérito del mundo a Shinkai es que consigue que su mensaje positivista llegué con más claridad que no todo el esoterismo que propone: que el acto de traspasar, más allá del miedo que conlleva, debe ser aceptado, especialmente por los que quedan en vida y sufren por sus seres que se han marchado; y no contemplarlo como una tragedia, sino como un acto de nuestras almas para alcanzar otro estado superior. Y se acepta de forma mucho más plácida sí sé es creyente, como parece que lo es Shinkai. Algo que, y más allá de las cualidades técnicas (la paleta de colores, la degradación de la misma, la banda sonora de la formación musical Tenmon, con la que suele trabajar Shinkai en sus filmes, etc.), se debe respetar y tener en cuenta a la hora de valorar este magistral anime de uno de los grandes con los que cuenta actualmente la animación japonesa.
Ediciones: editada aquí, tanto en DVD como Blu Ray (en una edición de lujo acompañada con un libro) por Selecta Visión.