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Coherence

Un artículo de Eduard Terrades Vicens || 11 / 11 / 2013
Pantalla Invisible

Los submundos resultantes de una brecha en el espacio tiempo; la existencia de un “doppelgänger”, de un 'doble yo' que te suplante la identidad; o alterar el tiempo para cambiar un acontecimiento no deseado. Son realidades alternativas muy jugosas desde el punto de vista de la ficción artística. Todas ellas, además, comparten algunos nexos comunes: aterran por su inmaterialidad, porque se hallan en el límite entre lo que es ciencia (ficción, en algunos contextos) y fantasía (el doble de uno mismo ya se apuntaba en leyendas nórdicas y se explotó en la literatura del prerromanticismo, a mediados del siglo XVIII), y porque han sido exploradas en infinidad de ocasiones en producciones que, con mejor o peor acierto, hacen uso de sus bases conceptuales para desarrollar puzles fílmicos que raras veces terminan sin que hayamos logrado colocar todas las piezas en su sitio. Muestras representativas individualizadas de ellos, y sin caer en condicionantes cualitativos o conocidos, las tenemos en la rebuscada La Doble Vida de Verónica (Krzysztof Kieslowski, 1991); la trilogía con la que los hermanos Wachowski se hicieron de oro, es decir, Matrix (1999-2003); la casi indescifrable Doppelgänger (Kiyoshi Kurosawa, 2003) o la que para muchos es la mejor película de Duncan Jones, donde habla abiertamente de los flujos entre la diferencia entre espacio y tiempo para variar un hecho dramático (siguiendo la línea de Déjà Vu de Tony Scott), y que no es otra que Código Fuente (2011).

Pero unir en un mismo largometraje ambos conceptos ya resulta más complicado y eso es lo que ha intentado James Ward Byrkit en Coherence (2013), planteándola además como si fuera una reconstrucción certera (“found footage”, cámara digital en mano) de una cena entre amigos, que organizan para reencontrarse al cabo de mucho tiempo y que coincide con el paso de un cometa bajo el manto celestial islandés. Auroras boreales incluidas.

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Ya nos lo advertía el realizador en su paso por Sitges 2013 (llevándose consigo el premio al mejor guión), junto a Nicholas Brendon (si recordáis, era el actor que encarnaba a Xander Harris en Buffy, Cazavampiros), con respecto a su opera prima: que no nos tomáramos al pie de la letra el título, pues había depositado en él un poco de sarcasmo y durante todo su metraje encontraríamos incoherencias. Y sobre todo, que no nos desesperásemos si en algún momento de su metraje nos sentíamos perdidos o desconectábamos, ya que todo formaba parte de un engranaje, a pesar de que todas las piezas no eran necesarias. Y realmente es así. Las herramientas con las que disponemos para ir encajando todo la maquinaria son muy fáciles de usar y es en el proceso de utilización de las mismas donde podemos encontrar las soluciones a las diatribas que se presentan durante su hora y media: una grupo de amigos comparten una velada nocturna hasta que empiezan a sentir que son acechados por alguna presencia del exterior. Ruidos, golpes, cortes en la luz, etc. Todo ello les invita a jugársela e investigar que está ocurriendo fuera de esa apacible y segura segunda residencia. El desconcierto se producirá cuando descubran atónitos que los instigadores de esa vigilancia son ellos mismos o, mejor dicho, unos dobles de ellos mismos; descubriendo como colofón final que enfrente hay una vivienda igualita a la suya, a la que estaban festejando ese banquete, cuyos invitados terminarán algo desquiciados y muy cambiados, tanto física como mentalmente, a cuando entraron. ¿Y si el cometa, cuya órbita está trazando su trayectoria muy cerca de la tierra, tuviera algo que ver en ese desdoble físico y psicológico? ¿Y si en realidad ese juego fuera aun más complejo y se manifestasen hasta tres realidades y personalidades distintas?

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No os frustréis en su primer visionado porque la cámara resigue a todos los personajes en primeros planos en la mayoría de secuencias, con movimientos oscilantes, desenfocando la toma en todo momento, y los diálogos son veloces, imprecisos y con algunos tecnicismos científicos para provocar aun más el desconcierto o confusión argumental. Lo gracioso es cuando los personajes salen del encuadre, pues la acción se vuelve más inquietante, teniendo en cuenta del reducido espacio por donde transitan y ocurre la trama. Es complicada de seguir, de acuerdo, pero no pretenciosa y puede que la incomprensión vaya ligada a la falta de concentración del espectador. Con lo cual es recomendable visionarla con la mente despejada, con una mirada abierta a lo desconocido e intangible y con la predisposición de dejarse llevar al huerto, pues en los últimos minutos se halla el quid de la cuestión, la madre de todos los huevos, la resolución (temporal) del problema al que se enfrentan. Y es que tal vez, y como decía el propio realizador, todo lo visionado no deje de ser una broma de mal gusto o un juego de adultos mucho menos complicado de procesar o resolver de lo que aparentemente parece ser.

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¿O tal vez no tomó el pelo de forma inocente y nosotros nos lo dejamos tomar? Sin duda alguna, la respuesta y desconcierto final se producen en el último minuto, prácticamente en el último plano, donde esa incoherencia deja paso a la coherencia expresada en el anunciado de su título: una apuesta inteligente para hablar sobre la supuesta inmaterialidad del mundo terrenal, sobre esos mundos paralelos que uno mismo se crea, a veces, para escapar de la realidad y que con mucha imaginación trazamos para buscar una nueva dimensión de los problemas reales, un nuevo enfoque para enfrentarnos a ellos desde otro punto de vista. Aunque esos extremos irreales terminan tocándose (como atestigua una de las protagonistas) y esa doble (o triple) que un ser humano puede llegar a crear de si mismo, y que a la par parece vivir una realidad mejorada a la nuestra, termina ahogándose en ese mundo artificial (¿o realidad paralela?) por el que transita de forma temporal para suplantarnos. Sí, es complicada, igual que su interpretación. Puede que una vez terminada aun tengáis más dudas que las que plantea inicialmente. Sin embargo es fascinante y lúdica al mismo tiempo. Una manera de defender que el cine bien hecho, de sabor intelectual y con un punto de radicalidad en la narración, también puede valer como entretenimiento.



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