Una de las máximas virtudes del cine polaco contemporáneo es que en la inmensa mayoría de sus producciones se muestra la realidad actual del país recurriendo a personajes estereotipados que han vivido un pasado turbio, y que aun intentan recuperarse y luchar para construir un futuro mejor, tanto para ellos mismos como para la propia sociedad en la que viven. Virtud porque encara el futuro con optimismo sin olvidar el pasado. Es un cine que arraiga su pasado en los procesos políticos que culminaron en la constitución del Tercera República Polaca. Una cinematografía que construye historias a través de una nueva generación que, opuesta a la mentalidad de sus progenitores (afines estos al comunismo y a la creencia de que los valores de la Iglesia Católica prevalecen aun por encima de los intereses individuales), han querido participar en la construcción de una nueva sociedad democrática y aglutinadora de todos los pensamientos y libertades unilaterales, acorde con los signos de progreso económico impulsados por la propia Unión Europea.
Es por lo tanto un cine positivista que arroja destellos de un futuro prospero para sus conciudadanos, a pesar del pretérito lastre que acumulan desde finales de la Segunda Guerra Mundial. Introducirse en el contexto histórico contemporáneo de nuestros compañeros europeos debería resultar mucho más fácil si es a través de producciones como Sennosc / Somnolencia (Magdalena Piekorz, 2008), en la que el estancamiento emocional y profesional de una serie de personajes por culpa de losas que van arrastrando desde sus juventudes, impidiéndoles ver un futuro más allá de la nueva puesta de Sol, podrá conectar con muchos espectadores que, sin conocer nada de la cultura y folklore polaco, han pasado por estos trances, momentáneos o duraderos, de paralización mental.
El título es ya un indicativo del momento personal en el que se encuentran los personajes de las tres historias independientes que conforman el filme y que se van uniendo por un delgado cordón umbilical. En realidad, y dejando al margen el estado anímico en “stand by” de sus protagonistas, esta producción perteneciente al novísimo cine polaco también puede enfocarse desde el punto de vista afectivo del amor, entendido desde varios ángulos y realidades distintas. Por lo que se puede hablar de tres historias de amor adictivo, pero en el fondo de amor puro, cuyos máximos interesados deben de reconsiderar si quieren mejorar con sus parejas o simplemente revocar la relación para hallar nuevas experiencias amorosas que les aporten esa gratificación personal y plenitud anímica que anhelan tener.
En la primera historia tenemos a un médico joven que, después de conseguir licenciarse en medicina, intenta establecerse por su cuenta, trabajando en las urgencias de un hospital de un barrio deprimido, para huir de sus conservadores progenitores. Allí se topará con un carterista que se ha roto la mano al huir de la policía y descubre que, igual que él, se siente atraído por los de su mismo sexo, aunque esto no esté bien visto por los de su banda. En la segunda, un escritor sin ideas se aferra a su neurótica esposa y al descubrir que su cáncer está en fase terminal intenta prevenirla ante su inminente desaparición; su aislamiento se deberá a la obligada recapacitación sobre lo que ha hecho en la vida hasta el momento presente y un esfuerzo final para dejar un legado literario que haga reflexionar a la sociedad. Y finalmente, en la tercera, estrechamente vinculada con el título del filme, una cantante que se está recuperando de un accidente de coche, que sufrió justo al salir de una actuación, padece ataques de narcolepsia y sospecha que su marido le es infiel, a la vez que intenta descifrar porque siempre que intenta recordar algún detalle del día del accidente se queda dormida al instante. ¿Cómo se vinculan los tres relatos? Esto deberán descubrirlo los que se atrevan con este alegato contra el romanticismo mal entendido y ñoño, pues sólo el encuentro casual entre varios de estos personajes de sendas historias dará pie a que Cupido pueda cruzar e intercambiar sus flechas, además de hacer evolucionar sus existencias. Solo una pista: el legado literario de ese escritor estancado tendrá que ver con el estado somnoliento de la solista.
Magdalena Piekorz, que ya había realizado un durísimo filme previo en el que mostraba cómo el pasado nos impide alejarnos de la previsibilidad del presente y despejar las incógnitas que rodean el futuro (The Welts, que rodó en 2004), traza hábilmente un puzle amoroso que parece irresoluble por el espiral de complejidad emocional al que todos sus personajes se ven sometidos. En cierto modo, esta notable producción es un cruce entre Dolls (2002) de Takeshi Kitano, porque también se mostraba mediante tres relatos de amor el idealismo de una serie de personajes y la sensación de que las segundas oportunidades pueden servir para corregir y solidificar ciertas relaciones, y Vidas Cruzadas (1993) de Robert Altman, por las experiencias amargas que viven la mayoría de personajes (sea de forma individual o con sus parejas, incluso intercambiadas), la resignación de pasar por ellas y la manera en que como resuelven esos conflictos interiores. Tampoco incide en tantos aspectos de la Historia polaca del último tercio del pasado siglo como se podría presuponer, solamente algunos acontecimientos históricos son introducidos de forma sutil para dar una mayor profundidad a la evolución de los estados de ánimo de los personajes, desdramatizar un poco las situaciones que afrontan e incluso ofrecer un contrapunto cómico (como por ejemplo a través del padre de la hija que está casado con el reputado escritor, un diputado obsesionado con su imagen que, con el pretexto de reformar el país, lo único que hace es ensombrecer a su familia y acrecentar su ego de forma desmesurada). Se establece un equilibrio, pues, entre lo que son los parámetros que definen los caracteres de los personajes, en función del contexto socio-político (y por tanto histórico) que les ha tocado vivir de muy jovencitos o en sus infancias, y los que muestran abiertamente aspectos de la sociedad contemporánea polaca y sirven de complemento para reforzar las tres historias en sí mismas. Un gran trabajo de escritura que realza los valores que quiso imprimir su realizadora y una manera perfecta de introducirse al cine “made in Poland” del nuevo milenio sin el miedo de encontrarnos con un ladrillo que, parafraseando el título, nos produzca somnolencia.