¿Que tienen en común un sentimental gigoló, una actriz porno madurita con problemas de diógenes, un escritor freelance obsesionado con las revistas eróticas, un estudiante aficionado a las series tipo Ultraman, una mojigata que trabaja en unos grandes almacenes y una gothic lolita con unos quilitos de más? Pues que comparten sus frustraciones sexuales en un largometraje coral, cuyo máximo aliciente para esos viajeros inquietos es el de reencontrarse con Shibuya: uno de los barrios más cool de la capital nipona y escenario por dónde transitan todos estos personajes de corazón frágil.

Tokyo no es precisamente una reconocida capital del turismo sexual, a pesar de que hay algún que otro distrito específico dedicado a ello. Aún así cuando deambulas por los bulliciosos callejones de los céntricos barrios de Shinjuku, Akihabara o Shibuya, sueles encontrar ciertos negocios que vienen a indicar que la industria pornográfica (para muchos erótica porque en muchas ocasiones la censura evita que lo libidinoso se convierta en obsceno) es uno de los pilares de la economía nipona. Y eso teniendo en cuenta que para el pueblo japonés suele ser un tema tabú, un tema del que se rehúsa hablar y que cuando sale a colación se enfoca siempre de forma cómica. Todo ello provoca que las fantasías eróticas hayan dado pie a un estimulante mercado sostenido por personas anónimas que, fruto de su falta de contacto sexual por razones derivadas de una falta de percepción comunicativa hacía sus compatriotas cercanos, busquen alternativas a su nula vida sexual.

En este contexto se ubican esos seis personajes imbuidos por un deseo no realizado: un gigoló con sonrisa de dentífrico blanqueador intenta captar a nuevas idols para su negocio, siendo en realidad una tapadera para que luego las chicas terminen formando parte de una pequeña productora de cine para adultos. Lo suyo es verse siempre involucrado en líos de faldas pero ya le viene de familia, pues su madre es en realidad una veterana actriz especializada en abrirse de piernas que ahora vive una época decrépita al haber de cuidar además de un marido enfermo. En un arrebato impulsivo decide prender fuego a la vivienda en donde se encuentra postrado el pobre consorte, envuelto por toneladas de basura que han ido acumulando durante años. Le ayudará un personajillo freak que pasaba por allí, que trabaja en un karaoke y que se esconde tras las mallas de un héroe ficticio para evitar relacionarse con el sexo contrario. Con todo, el postizo dandy decide no involucrarse en los problemas que envuelven a su familia, y por su parte decide enamorarse de una de sus actrices fetiches, una muchacha que trabajaba en unos grandes almacenes y que decidió dar un giro radical a su vida. Fruto de su relación impostada, empiezan a compartir su nidito de amor, ignorando que en sus noches de lujuria, el vecino del piso de abajo, un treintañero que trabaja como escritor para semanarios diversos, les espía secretamente porque un pervertido no consumado. Para satisfacer sus ansias y evitar ser descubierto por la parejita, contacta con una gothic lolita que filma videos caseros con posturitas diversas y que luego van a parar a un establecimiento de AV (Adult Video), por el que casualmente aparece nuestro divo cazador de jovencitas.

Seis relatos que se van entrecruzando de forma casual; seis ciudadanos anónimos que no encuentran una causa-efecto en sus relaciones interpersonales porque son unos antisociales, y cuyas pequeñas existencias difícilmente hacen presuponer que algún día podrían cruzarse las unas con las otras. Pero sucede, algunas veces de forma cómica, otras de forma dramática y algunas incluso de forma trágica, pero sí en algo coinciden todas esas almas quebradizas es en el ansia de ser recompensados de forma anímica, siendo el sexo el medio que les permite recuperar su autoestima (muchos de ellos carecen de ella). Por lo tanto podemos afirmar que estamos ante una comedia dramática algo exótica, construida a base de pequeñas historias que no terminan de aunarse las unas con las otras, y con personajes que se convierten en arquetipos a consecuencia de sus caracteres, muy bien delimitados por otra parte en la novela original escrita por Hideo Okuda, y que Masayuki Miyano se ha encargado de darle vida en fotogramas, siendo Lala Pipo (2009) su opera prima en la dirección. Otro aspecto que refuerza el comportamiento de esos seres desprovistos de empatía social son sus hábitos cotidianos, los sitios por dónde frecuentan, siendo este un punto muy trabajado en el filme por Tetsuya Nakashima (realizador de la sobrevalorada Confessions y que para la ocasión se encarga de la puesta en escena). Aunque todos los ambientes se sitúen en Shibuya y sus alrededores, se han buscado localizaciones no reconocibles a simple vista, que invitan a hacer un paseo por la zona para redescubrir todos esos tugurios underground por los que deambulan estas almas solitarias que necesitan ser amadas más allá de la pasión carnal.