Mucho antes de que Dante Lam se convirtiera en uno de los mejores realizadores de acción que hayan surgido de la industria cinematográfica hongkonesa, firmó una serie de comedias románticas nada pretenciosas ideales para parejitas acarameladas. Tiramisu (2002) es una de ellas, pero lo más curioso de todo es que mezcla el edulcoramiento más ñoña de los típicos relatos de amor imposible con la fantasía heroica más kitsch. Una amable propuesta, a ratos empalagosa, a ratos curiosa, que nos permitirá introducir otra variante genérica del cine cantonés.

Un encuentro fortuito entre dos ciudadanos anónimos desembocará en un accidente posterior de unos de ellos: Jane (Karena Lam) es una bailarina profesional que lucha por abrirse camino en su profesión, mientras que Fung (Nicholas Tse) es un chico con problemas auditivos que trabaja en una compañía de mensajería exprés, pero por azares del destino se toparán en un vagón de metro y posteriormente cruzarán sus miradas en un paso de cebra; sus corazones se acelerarán. Lástima que este flechazo les durará unas décimas de segundo, pues la muchacha morirá arrollada por un vehículo. Pero ya saben que el cartero siempre llama dos veces y más si es para devolver la agenda personal que se le olvidó a ella en el asiento del metro. Justo en el instante que pise su hogar, un aura lo rodeará, hasta descubrir como la chica con la que un día se topó, se materializa ante él. Pronto descubre que en realidad ha vuelto como fantasma y que está siendo perseguida por unos guardianes del más allá, que intentan llevarse a todas esas almas en pena que deambulan aún por el mundo de los mortales. La única solución es que el espíritu de la chica se introduzca en el cuerpo del repartidor, ya que es la manera de no ser descubierta por los paladines de la muerte. Fruto de esta fusión surge su amor, pero en un intento por relanzar la carrera artística de Jane, a través del esfuerzo suplementario que hace Fung por aprender el oficio de su amada en sus ratos libres, son sorprendidos por los caballeros de la oscuridad. Como sí un hilo celestial los uniese, intentarán por todos los medios evitar su superación, aunque las leyes entre el mundo terrenal y el del más allá no lo permitan.

Lo cierto es que esta es una de esas producciones ideales para ver o en pareja o en la intimidad si has perdido a un ser querido y tienes ganas de verter unas lágrimas por él. Aún así Lam procura no inundar el largometraje con prolongadas secuencias lacrimógenas, solo las justas y necesarias. En el campo de la acción, lo cierto es que aún no destila su estilo formal, aquel en que de forma obsesiva va impregnando la trama hasta que la violencia asfixia a todos los personajes, pero en parte es comprensible ya que no se trata de un thriller policial (como sí son Beast Stalker o Stool Pigeon) sino de un thriller emocional, en que las secuencias marciales con los guerreros montados en caballo (para hacerlo más angelical) simplemente actúan como filtro ante tanto empalagamiento protagonizado por los dos amantes. Pura zalamería que suele gustar (y mucho) al público cantonés (y por ende al hongkonés). Probablemente sea en la cinematografía hongkonesa, junto a la surcoreana (que ya resulta del todo escandaloso) la que mejor sabe construir estas tramas románticas, en las que la comedia (la primera hora) se combina con el drama (en su segunda hora y desenlace final). Lo original de esta propuesta es su mezcolanza con el cine fantástico (a pesar de que si rebuscamos en las entrañas cinematográficas de ambos países, encontraríamos precedentes fílmicos).

Casualmente el proyecto de Tiramisu se llevó a cabo justo en el momento en que el terror asiático estaba en su punto más álgido. Fue el mismo año en que se estrenó el blockbuster regional Inner Senses (un filme de fantasmas rodado en la ex-colonia británica que se influenciaba de El Sexto Sentido y curiosamente también protagonizado por Karena Lam), por lo tanto un romance entre una fantasma y un humano era un buen reclamo fílmico que se ajustaba y complementaba a esa moda por lo sobrenatural. De todos modos prima el dramatismo por encima de la comicidad (que normalmente siempre viene de la mano de un sobreactuado Eason Chan, como compañero de piso del prota), pero la fantasía se halla presente desde principio a fin (eso sí, las recreaciones del más allá parecen salidas de un biopic de Maria Antonieta). En definitiva, que estamos ante una película romántica con un diseño artístico algo “demodé” y que sirve para descubrir los orígenes del reputado cineasta Dante Lam e indagar en el magnífico cine de color de rosas hongkonés. Por cierto, faltaba decirlo pero el nombre del filme hace referencia al plato favorito de uno de los dos protagonistas. Ya los descubriréis.