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Onibaba: detrás de la máscara de la muerte

Un artículo de Eduard Terrades || 08 / 8 / 2011
Pantalla Invisible

“Esta historia, basada en una antigua leyenda, sobre guerras y tragedias, muestra el aspecto primitivo que se halla debajo la civilización”. Así rezan los títulos de crédito de Onibaba (1964), uno de los grandes títulos clásicos de la edad de oro del cine japonés, cuyos toques fantasmagóricos bien pueden introducir, a los no iniciados, al género del “kaidan eiga”.

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Kichi y su vecino Hachi hace tiempo que han partido hacía las milicias. Su madre y su esposa esperan que regresen al hogar. Mientras tanto, las dos mujeres, al ser campesinas de origen muy humilde, para poder subsistir se dedican a asesinar samuráis que ocasionalmente se pierden en los frondosos parajes en donde viven. Principalmente su labor consiste en matarlos, les roban sus armaduras y echan los cadáveres a un pozo cercano. Posteriormente venden todo el armamento a un campesino adinerado que se dedica a la compra venta de material relacionado con los samuráis. De esta forma consiguen su ración de comida diaria.

En una noche inesperada regresa Hachi, anunciándoles que Kichi ha caído abatido en el frente. Al cabo de pocos días, Hachi empieza a flirtear con la viuda de Kichi, siendo visto con malos ojos por la madre, porque eso significará que su nuera la abandonará.
La madre urde un estratégico plan para terminar con las aventuras nocturnas protagonizadas por su nuera y Hachi: una noche consigue asesinar un poderoso samurai, robándole la endiablada máscara de “hanya” que lleva puesta en su cara. A partir de ahora, y durante el transcurso de cada noche, se cruza en el camino de los dos amantes disfrazada como un auténtico “oni” (ogro del infierno budista). Finalmente se desvelará la identidad secreta del falso diablo, aunque lamentablemente la mujer ya no podrá quitarse la máscara de ninguna de las maneras: ha sucumbido a su embrujo.

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Onibaba es un título fundamental para aquellos que aprecien un poco el cine fantástico nipón, así como el folclore del país. Fue rodada por Kaneto Shindo en un momento glorioso para la industria japonesa; cuando el cine nipón se encontraba en boga y tenía un cierto prestigio en Estados Unidos. Shindo no es precisamente recordado por sus películas de temática fantástica o terrorífica, pero gracias a esta disección del modelo de vida feudal y sobre todo de Kuroneko (1968), aportó su particular visión del mundo espiritual o del más allá. Igualmente tampoco se puede describir como una “kaidan eiga” al uso, es decir, esas historias con componente sobrenatural que se traspasaban de padres a hijos y que han perdurado hasta mezclarse con el Japón más tecnificado, pero dada su importancia y maestría técnica, configura una de tantas piezas que conforman este sugerente género. Más bien podríamos definirla como un film costumbrista con elementos fantasmales.

Puede que sea además la mejor manera de revivir las miserias que desde tiempos inmemoriales sufrían los campesinos en períodos de largas contiendas bélicas; solo observando su forma de vivir, sus precarias viviendas, sus redundantes hábitos alimenticios o su concepción tan cerrada de la vida, nos podemos hacer una ligera idea de las duras condiciones a las que se enfrentaban para sobrevivir. Por si fuera poco, al introducirse el factor sobrenatural a la mitad del metraje, agrava las penurias que padecen los protagonistas. Con esto, el miedo hace su aparición en algunas secuencias concretas, y aunque se exprese en cuentagotas, hay algunas incursiones que merecen especial atención: la primera aparición del samurai, con esa máscara tan característica del teatro Noh, en medio de la oscura noche; la escena del pozo, en donde se aprecian los huesos que se han acumulado durante años, y en dónde la anciana quita la careta del samurai muerto; o la persecución final entre los campos, una delicia extremadamente ajustada y filmada por Shindo en un exquisito blanco y negro.

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Este filme tan apreciado por la crítica especializada se basa en una famosa leyenda japonesa pero... ¿Hay algún significado detrás de ella? ¿Qué pretende mostrarnos Shindo con el primitivismo que reina en las casi dos horas de metraje? Probablemente cada uno la interprete a su manera, aunque parece haber una moraleja detrás de sus imágenes basada en quien la hace la paga, de una forma u otra. Recordemos que la representación de la madre viene encarnada por una mujer muy posesiva que no quiere desvincularse para nada de su nuera, por eso obedece a sus instintos, engañándola de tal forma que le hace creer que sí una persona es infiel irá al infierno. Un engaño propiciado por su egoísmo feroz, ya que por un lado tiene envidia porque es repudiada sexualmente por su vecino y por otro no consiente quedarse sola en su minúscula cabaña sin ninguna compañía con la que distraerse (teniendo en cuenta que además necesita la fuerza de alguien joven para poder eliminar a los samuráis moribundos con tal de conseguir algún medio de pago para la comida). Así pues el castigo que recibe no es tanto por el instinto carnal y sí por la codicia desaforada, un tema que puede ser recurrente en algunas producciones de fantasmas de la época a la que Shindo parece tomar como base para esta terrorífica historia en la que el miedo proviene de una desabitada zona rural.