Lo explicaba el propio Andrew Lincoln (Rick Grimes) tras el desenlace de la primera parte de la quinta temporada de The Walking Dead: “Cuando tienes tres episodios sin una muerte, sabes que eso presagia algo malo. Todo el mundo comienza a ponerse nervioso”.
La técnica no es nueva, y la conocen en otras series como Juego de Tronos: se invierte mucho tiempo en crear varios personajes, progresivamente se van jalonando sus muertes para que la audiencia viva una montaña rusa emocional que podríamos considerar cuestionable.
Y de cuestionable pasa a muy cuestionable si nos atenemos a las últimas formas en que han caído personajes en The Walking Dead (y a partir de aquí, avisamos, spoilers): la muerte de Beth tiene mucho de esperpéntico, la forma de reiniciar, aniquilando a otro protagonista de manera caprichosa (no citaremos a quien, pero alguien capaz de deshacerse de numerosos zombies a la vez y al que pillan despistado en el momento más inexplicable) suena a que no sabían cómo volver a impactar al reanudar.
“Ese es el tema. La gente asume que es algún tipo de táctica, y no lo es. Es una evolución orgánica de la historia como estaba planteada desde el principio. En lugar de decir 'OK, hemos impactado a la gente con una gran muerte, y ahora vamos a hacerlo de nuevo’, se trata de algo orgánico para la narración y para dónde están sus personajes en un punto concreto de su arco argumental y del arco argumental del show”, explica Gale Anne Hurd en una entrevista con TV Guide.
Así que todo aclarado: es algo “orgánico”. Y sea lo que sea lo que eso significa, la forma en que se han producido las últimas muertes suena a recurso desesperado. Algo que se agrava si tenemos en cuenta que los responsables de The Walking Dead han abierto otro frente con su spinoff bajo el título Cobalt: ¿aguantará la audiencia esa forma de presentarnos a personajes condenados indefinidamente? ¿La carestía de ideas se agravará duplicando la propuesta?