Probablemente estemos ante uno de los tres mejores thrillers surcoreanos del año, aunque tal vez no sea el “best-one” (por delante podríamos situar Haunters y The Yellow Sea), sí la propuesta más madura de Ryoo Seung-wan, un realizador de culto que siempre ha estado relacionado con el blockbuster de acción. En The Unjust (2011) ha tomado el pulso a la corrupción de su país en un emocionante duelo que engloba a varios estamentos del poder con el fin de frenar a un asesino en serie que… ¡teóricamente ya ha sido apresado y enterrado!

El país vive sumido en una crisis policial después de que un asesino en serie de colegialas haya campado a sus anchas durante un largo período de tiempo, sin que nadie haya podido localizar su paradero. La presión que ejercen los medios de comunicación provoca fuertes críticas hacia el sistema fiscal y amenaza con una moción de censura ciudadana hacía el primer ministro. Y justo cuando la tormenta parecía convertirse en un huracán, hallan a un sospechoso que podría estar relacionado con los crímenes, solo que cuando por fin intentan detenerlo cometen un error táctico y terminan acribillándolo. Agraviados ante la magnitud de la tragedia y presionados por las familias de las víctimas, deciden mentir de cara a la galería y buscar un falso culpable. Para buscar a este cabeza de turco, que serviría como salvoconducto tanto para el fiscal encargado del caso (interpretado por Ryoo Seung-beom, el hermano pequeño del realizador) como para el primer ministro, usan a un rudo policía asfixiado por las deudas contraídas en negocios oscuros, para que utilice sus contactos en los bajos fondos con el fin de encontrar a una alma inocente que cumpla con el perfil del psycho killer. A ello le ayuda un violento empresario de la construcción que utiliza métodos poco ortodoxos. Pero la jugada no les sale como deseaban, y poco a poco los intereses personales se van intercalando con los profesionales, en un juego para salvar el cuello y preservar la identidad secreta del falso criminal.

Crónica sarcástica y mordaz de la sociedad surcoreana; de los presuntamente tratos de favores existentes entre las autoridades políticas, policiales y jurídicas ante situaciones embarazosas que comprometen a la propia Corea como nación; de la poca benevolencia que los mass-media y los propios ciudadanos dispensan ante un sistema (una vez, presuntamente) corrupto y en el que no confían demasiado. Este es el mensaje clave que Seung-wan pretende transmitir a las audiencias a modo de thriller urbano, en el que las tramas secundarias realzan ese discurso pesimista y moralista entorno a una Corea que no aún no sabe lo que es vivir de la tutela de los mercados internacionales porque parece haber esquivado la crisis financiera mundial, pero que vive acechada por una maraña corruptora que podría acabar pasándole factura a nivel económico (o eso es lo que se nos intenta vender, sobre todo a través del constructor mafiosillo).
La cortina de humo es magistralmente trazada por el creador de City of Violence en que, y a diferencia de esa odisea de testosterona masculina que era su anterior mencionado filme, la acción aparece en cuenta gotas y está insertada únicamente para trazar algunos cliffhanger que determinan el devenir de la trama. En su lugar ha preferido profundizar en todos esos dilemas morales con los que deben lidiar los personajes; antagonistas (sobretodo el policía que interpreta de forma contenida Hwang Jeong-min) que se encuentran en la cuerda floja ya que viven apresados por el miedo a que se descubra todo el pastel.

A pesar de contar con una buena idea inicial y una temática de actualidad a explorar, la trama no termina de desarrollarse como nos esperábamos (y eso que parte de una estructura lineal sin dificultades añadidas). Puede que la saturación de personajes secundarios, subtramas que enmarañan la línea principal de acción, algunos altibajos narrativos en la parte central y dos minutos finales que no aportan nada nuevo a lo que ya sabíamos del funcionamiento de la alta administración coreana, sean las responsables de ese desequilibrio que globalmente denota el filme en su conjunto. Una lástima porque repetimos que hay muy pocas producciones coreanas que este año hayan alcanzado un nivel tan alto como The Unjust. Probablemente por su valentía, por su madura concepción genérica y muy probablemente por la manera en como Seung-wan ha creado a los personajes (como si fueran avatares de auténticas personalidades existentes de la Corea actual), el jurado de la sección Casa Asia del Sitges Film Festival 2011 le otorgó el premio como mejor película asiática del certamen (eso y que casualmente el cineasta se encontraba por la villa catalana como miembro del jurado de la sección oficial). Sería injusto pues perdérsela, ya que sí se quiere estar al día en cuanto a materia cinematográfica asiática se refiere estamos ante uno de los títulos imprescindibles del año.