Una criatura libidinosa que busca presas fáciles; un profesor universitario que practica kung fu en sus ratos libres; una princesa camboyana ligerita de ropa; escenitas sexuales prácticamente subliminales y vestimenta hortera “made in Hong Kong” que provocan la vergüenza ajena: todo esto y unos ligeros toques de humor tosco en un guión infumable, repleto de ensamblajes narrativos realizados por algún montador insobornable, y que tiene como protagonistas a Donnie Yen y Sibelle Hu.

Fiesta popular. Luna llena rojiza. Orgía visceral. No, por su estructura, no se trata de un haiku, sino la descripción de los primeros cinco minutos de este descalabro fílmico rodado por Wong Chun-yeung (aunque en algunas carátulas figure Tony Liu, pero tanto da): un profesor universitario (Donnie Yen con unas gafas horribles) está celebrando una festividad local al aire libre con sus recién graduadas alumnas, cuando de repente un invitado sobrenatural irrumpe en la alegre velada, destripando a las pobres féminas ante la mirada pasiva del aprovechado tutor. Automáticamente da el parte a la policía, pero no se lo creen y es detenido como principal sospechoso de la masacre. Por suerte un hermano suyo trabaja como investigador privado y consigue convencer al inspector encargado del caso (que no sabemos porque mantiene un affaire amoroso con su esposa) para que lo suelten. Yen, o mejor dicho, el maestro con dotes marciales, investiga lo ocurrido y, después de comprobar como en otra noche de luna llena se suceden varios casos parecidos, pide ayuda a una famosa investigadora de lo ocultismo con cara de no haber roto nunca ningún plato. La virginal profesora especula con la posibilidad de que una leyenda local camboyana se esté haciendo realidad en las bulliciosas calles de Hong Kong: un culto que entronca con la creencia que un selenita con muy malas pulgas desciende del satélite para cobrarse unas cuantas vidas con las que poder engordar su panceta, a no ser que una heroína local muy mona le pare los pies. Yen y su tropa no se lo piensan dos veces: parten rumbo a Camboya para descubrir la verdad.

A principios de junio del 91, y sin ningún tipo de decoro artístico, se estrenaba en esos cines de barrio más cochambrosos de la ex-colonia británica una extraña producción que, lejos de permanecer olvidada por la saturación de largometrajes con artes marciales de por medio, se convertiría en un producto buscado en esos últimos años de vida del casposo VHS. Una tontería bien empaquetada que recaudaría más de dos millones y medio de dólares hongkoneses, propiciando que algún que otro osado distribuidor internacional comprase los derechos para reestrenarla con algún que otro pequeño tijeretazo bajo el engañoso título de Holy Virgin vs The Evil Dead. Un reclamo comercial cuyo cartel tomaba prestado parte del diseño que Sam Raimi ideó para su Terroríficamente Muertos (la secuela oficial de Posesión Infernal o para los más puristas The Evil Dead). ¿Pero argumentalmente tienen algún punto de conexión? ¿A que virgen se refiere el anunciado cuando todas las féminas que aparecen en la función están mancilladas por algún hombretón de bajo nivel sexual? ¿Tal vez sea la pobre princesa de indumentaria hortera la escogida para ser desvirgada por el “monstruo”? ¿Pero realmente hay un ser maléfico que asusta entre la audiencia y que sirve de pretexto para usar el cartel del filme de Raimi? Pues la respuesta es ambigua, todo lo que se anuncia a bombo y platillo en el trailer, lo que se desprenden de sus imágenes del póster y de lo que se lee entre líneas de su argumento, todo, absolutamente todo, está sobredimensionado para que la gente picara ante un producto que principalmente se inscribe dentro de la acción de serie B.

Y es que así como en los primeros cuarenta minutos la historia se centra en la investigación que se lleva a cabo a raíz de las muertes violentas, con un punto de suspense bien calibrado a pesar de sus torpezas visuales (malos encuadramientos y fallos de raccord constantes), el resto de metraje se debate entre un filme de tortas al uso y una película de aventuras con toques bélicos en selvas camboyanas; es decir, que de terror poco, y a pesar de varios homenajes explícitos al cine de John Carpenter (ese lanzallamas quemando al monstruo es un tributo o plagio de La Cosa, mientras que el asalto a la fortaleza camboyana está inspirada en la de Golpe en la Pequeña China), todo es tan confuso que provoca el desconcierto en la platea. Y de erotismo ya ni hablamos, porque queda reducido algún destape parcial y una escenita de cama filmada con muy poca elegancia. Y aún así nos parece una cinta curiosa, de esas que te quedas embobado mientras haces zapping (aunque dudo que ningún programador tenga la osadía de emitirla por televisión), de esas que, aún sabiendo que franquea la delgada línea roja entre la serie B y la Z, le puedes encontrar algunos puntos a favor (las peleas están resueltas con eficacia y las escenas nocturnas lucen mejor de lo que se puede pensar). Aunque Donnie Yen, cuando se le pregunta por ella en entrevistas, suele considerarla como la peor de todas en las que ha intervenido, pero por suerte nuestra es lo mejor de este cóctel molotov repleto de efectos especiales de baratija y actuaciones lamentables. Un placer para todos los amantes del cine trash hongkonés.