Después del desastroso cóctel estereoscópico que supuso su anterior experiencia fílmica, es decir, la horrenda Shock Labyrinth (2009), parece que Takashi Shimizu haya querido enmendar su error en un invento metacinematográfico (como ya hizo en Reincarnation) en el que un conejo persigue a un pobre niño para advertirle de varios aspectos ocultos de la vida de algunos de sus familiares. Aparentemente no pinta demasiado bien, pero cuando esa fábula trasciende más allá de la imaginación se vuelve terrorífica, o al menos así lo deberían percibir esos espectadores que aún no hayan alcanzado la pubertad.

¿Qué pasaría si en un pase infantil hubiéramos experimentado la sensación de ser imbuidos por la película proyectada, hasta tal punto de vernos abocados a formar parte de ella, a ser absorbidos por esas imágenes que se plasman en la gran pantalla? Pues esta inverosímil situación es la que experimenta un inocente chaval nipón, que ve como un conejito de dudosas intenciones sobresale de la película que está viendo en un destartalado cine de barrio. A partir de ese instante el gigante conejo no se alejará del chico, introduciéndole en un mundo onírico en el que también participará su familia (principalmente una hermana medio autista y un padre deprimido que se gana la vida ilustrando cuentos infantiles), y que será determinante para resolver el secreto que pretende transmitirle el mamífero de marras. Todo ello adornado con algún que otro susto previsible, siguiendo la estética minimalista del “neo kaidan eiga”, es decir, del cine de fantasmas japonés contemporáneo que tan malos momentos nos hace pasar en las butacas (aunque cada vez menos).

Con semejante argumento es normal que la gente no sea demasiado receptiva con una propuesta tan atípica en la filmografía de Shimizu, y es que el otrora realizador de la saga Ju-on (aka La Maldición) siempre ha tendido a reciclar las líneas argumentales de un filme a otro, dando pie a que sus detractores consideren que su cine resulta tedioso, tendencioso con el género que pretende explotar y en general carente de creatividad artística (y puede que un poco de razón tengan). Pero no sería justo marginar a esta alucinante aventura onírica por el simple hecho de que no nos han convencido ciertos largometrajes suyos del pasado, ya que de entrada nos estaríamos perdiendo un filme en el que por fin se utiliza el 3D de forma inteligente. Y es que si hay alguna cualidad técnica que destaque por encima de otra es el acertado uso del relieve: la excelente profundidad de campo se ha conseguido precisamente con el formato estereoscópico, amén de una concienzuda recreación del mundo de ensueño, y cuyas imágenes sobresaliendo de la pantalla aún acentúan más esa sensación de verse abocado en un universo paralelo del que difícilmente se puede escapar. Es probable que esta pericia técnica haya venido condicionada por la fotografía de Christopher Doyle (conocido sobre todo por su unión casi paternalista con Wong Kar-wai), que ha ayudado en todo momento en la composición de esas texturas artificiales del mundo paralelo en el que son transportados los personajes.

Tormented (que atormentaba a la audiencia presente en el Sitges Festival 2011 y que también es conocida por Rabbit Horror) es una producción que no debería pasar desapercibida por todos aquellos que claman a favor del cine en 3D, y a pesar de su falta de cohesión argumental (teniendo en cuenta que es una producción fantástica no resulta tan grave esos lapsos temporales como se podría presuponer) y de sus altibajos rítmicos durante la última media hora, es una grata sorpresa y un cambio de estilo por parte de Shimizu, magnificándose por una increíble resolución muy ligada a la profesión de uno de sus protagonistas, y que entronca con esa tradición tan nipona de no aclarar el origen del mal a ciencia cierta. Una muestra de cómo este realizador ha evolucionado en su discurso, llevando una de esas pesadillas de infancia al terreno de los adultos con una atmósfera angustiante y sin escatimar en crueldad infantil. Os aseguro que a partir de este instante ya no volveréis a mirar con tan buenos ojos a los conejitos de pascua.