Hay historias inverosímiles que cuando en fotogramas adquieren una verosimilitud fantástica, resultando pasionalmente intensas y a pesar de que seamos concientes de que es prácticamente imposible que se puedan trasladar a la vida real, nos dejamos atrapar por ellas. Este es el caso de Juliet in Love (2000), una extrañísima producción “made in Hong Kong” que se debate entre la comedia romántica y el relato negro, con un reparto excepcional que incluye figuras de la talla de Francis Ng, Simon Yam, Sandra Ng o Lam Suet.

Una mujer divorciada (Sandra Ng), que recientemente ha superado un cáncer y ha regresado a su localidad natal para cuidar a su padre, se ve envuelta en una trifulca protagonizada por un pequeño ludópata (Francis Ng) y un jefe de las tríadas locales (Yam) en el restaurante en dónde trabaja. Aunque el altercado acabe en empate, entre los tres se forma una especie de complicidad no escrita que más tarde se consolidará cuando el triádico sea acuchillado y la chica acepte hacerle una transfusión de sangre -ya que por casualidad se encontraba en el hospital en dónde es ingresado después de que hayan atropellado a su padre-. La situación se volverá embarazosa cuando la amante del triádico se presente en la clínica con un bebe en brazos y, para evitar que su esposa se de cuenta que le ha sido infiel, les encasqueta el infante para que lo cuiden mientras se recupera de las heridas.

A partir de ese instante se formará un extraño vínculo emocional entre ambos, derivando en un romance que nunca se podrá consolidar porque las deudas asfixiarán una vez más al desgraciado “loser”, poniéndolo entre la espada y la pared: deberá escoger entre ella o salvar el pescuezo.

Estamos sin duda alguna ante la propuesta más atípica de Wilson Yip, un realizador que le gusta experimentar con la cámara y la narración, y que normalmente firma thrillers minimalistas (Bullets Over Summer) o cintas de acción en que las artes marciales son un protagonista más (el díptico que conforma Ip Man). De hecho en este largometraje intimista no puede huir del género que más domina, es decir, del thriller seco y contundente (o polar para los cinéfilos franceses), a pesar de que el tono romántico prevalece por encima de los enfrentamientos a cuchillazos, típicos de las cintas de tríadas. Mafiosos que han evolucionado, descritos por uno de los amigos del matón como “personas de los nuevos territorios”, refiriéndose a que han extendido su poder e influencias en regiones no adscritas al régimen especial de Hong Kong, y que se comportan de forma elegante manteniendo el anonimato para pasar desapercibidos.
Por lo tanto no es de extrañar toparse con ellos de forma casual y verse involucrado en alguna de sus trifulcas (lo que le sucede precisamente al personaje que encarna un impresionante Francis Ng, en uno de los papeles más remarcables que ha hecho en toda su carrera como actor).

En realidad Juliet in Love (no confundir con July in Rhapsody de Ann Hui, estrenada con pocos meses de diferencia, aunque ésta se decanta más por el drama amoroso) es un interesante filme de encuentros casuales, pero desgraciadamente abusa de esas situaciones en las que el azar parece jugar sus mejores cartas, dando la sensación de que el guión fue escrito sobre la marcha: demasiadas subtramas, soluciones narrativas e historias paralelas que no terminan de arrancar (como la del padre moribundo, obsesionado con el refresco de Coca-Cola y con su lema, siendo un claro patrocinio de la marca en el filme y que termina por irritar al espectador). Eso sí, contiene un twist final a la desesperada hilvanado con cierta gracia y mucha fantasía. Lo recomendable es olvidarse de las incongruencias argumentales y dejarse llevar por esa pasión contenida que van experimentando los personajes, y que poco a poco va derivando hacía un río de emociones sin efecto lacrimógeno del que seremos participes sí aceptamos el juego que nos ha planteado el realizador durante todo el metraje.