Thriller político que despertará la curiosidad de todos aquellos que consideran necesario preservar la memoria histórica, no solamente como acto para salvaguardar la veracidad documentada de un país, sino como herramienta para descubrir las raíces de nuestras sociedades contemporáneas. Y en esa realidad ultra-tecnificada que es hoy en día Corea del Sur, un filme que recrea las últimas horas del otrora presidente surcoreano Park Chung-hee, viene a perpetuar ese oscuro pasado que ha sido olvidado o ignorado por las nuevas generaciones surcoreanas, y que el realizador Im Sang-soo decidió rememorar de forma cronológica en poco menos de dos horas de metraje.

Reinando en su cuarta república, después de que en 1972 hubiera impuesto una ley marcial y que un espía norcoreano hubiese atentado contra él (salvando el pellejo de milagro pero no su esposa, que feneció a consecuencia de una bala perdida), ciertos sectores de las altas instancias, así como los estudiantes universitarios, se empezaban a quejar de la rigidez de su sistema, un régimen de mármol amparado por la junta militar. Poco se podía esperar Park Chung-hee que su vida terminaría un 26 de Octubre de 1979 en manos del director de la KCIA Kim Jae-kyu (interpretado en el filme por Baek Yoon-sik, el alienígena oculto de la inclasificable comedia Save the Green Planet!); un acto de sublevación al poder que en sus propias palabras “era necesario porque el presidente obstaculizaba la apertura del país hacía la democracia”. En este contexto se ubica este intenso thriller enmarcado en las últimas veinticuatro horas del gobernante de hierro, asesinado en la Casa Azul (oficialmente Cheong Wa Dae, es decir, la residencia oficial del jefe de estado) mientras celebraba un banquete privado con varios de sus hombres de confianza y un par de cantantes famosas. Lo que se desvela en este polémico largometraje es que previsiblemente no actuó solo, sino que la conspiración se tejió con la ayuda incluso de varias personas encargadas del servicio doméstico, y que la logística para perpetrar el atentado fue un completo desastre, sobre todo después de haberse cometido, minutos caóticos que son representados con una desesperada masacre entre todos los residentes en el banquete. Todo ello conjuntado con cierta ironía mordaz como tan bien sabe alimonar Sang-Soo en sus largometrajes (sólo falta rescatar La Mujer del Abogado o The Housemaid para poder compararlas con la cínica actitud que imprime a los personajes del filme que nos ocupa).

The President’s Last Bang (2005) no pudo haber llegado en mejor momento, pues un año antes se había estrenado con cierto éxito The President’s Barber (Lim Chan-sang, 2004), una controvertida visión del régimen dictatorial de Chung-hee a través de su barbero, un pobre desgraciado que vivía al lado de su residencia y que sufrió una persecución constante tanto por parte de sus hombres de confianza como de agentes del KCIA. Lo cierto es que la coincidencia de fechas provocó cierta confusión en los mercados internacionales, y más teniendo en cuenta el semblante entre sus títulos y la temática abordada, aunque hay que reconocer que la versión de Sang-Soo se mantiene en una posición bastante neutral, sin ejercer una crítica feroz a la que muchos han considerado una dictadura atroz, mientras que el largometraje de Chan-sang no se corta ni un pelo a la hora de mostrar ciertas actitudes fascistas utilizadas por el servicio nacional de inteligencia contra sus compatriotas (incluso con niños), eso si, siempre con cierto humor tosco que, por un lado sirve para desdramatizar las imágenes, y que por otro esgrime cierta burla hacía los gobernantes de aquellas décadas tan oscuras.

Aun así Sang-soo no se salvó de la censura, ya que cuando se presentó en premiere en Corea del Sur, la hija de Chung-hee le puso una demanda al haber utilizado auténticas grabaciones de la época, que pertenecían al círculo más íntimo de la familia, sin consentimiento previo. Al revisar dichas imágenes se puede constatar que algunas eran de trascendencia pública, más propia de noticiarios, dándole un toque documentalista que tampoco le hace justicia ya que en todo momento el cineasta se decanta por el thriller conspirativo, con un guión que podría aplicarse a todas aquellas producciones en que se teoriza sobre un posible asesinato de un líder político con carisma. Además, dicen las malas lenguas que la productora MK Pictures tuvo que pagar previamente más de 100 millones de wons (unos 100 mil dólares de la época) a los herederos de Park para poder rodar esta especie de biopic sobre las últimas horas de un presidente que mayoritariamente es recordado por no mostrar compasión hacía el pueblo que gobernó. Resulta difícil que el espectador no coreano pueda ponerse en la piel de toda esa generación perdida en un mar de lágrimas y sufrimiento, pero vale la pena darle una oportunidad a una cinta que, a pesar de sus problemas en su arranque (sí, le falta un poco de planificación narrativa en la primera media hora), nos instruye acerca de la convulsión política que sacudió la república coreana a finales de los años 70 y que pudo instaurar una auténtica Democracia como la que hoy prevalece en este estratégico punto económico del continente asiático.