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Slipstream

Un artículo de Eduard Terrades || 20 / 2 / 2012
Pantalla Invisible

Inquietante y mareante, dos de los adjetivos que mejor se ajustan a la reacción que despierta el visionado de Slipstream (2007), tercer largometraje dirigido por sir Anthony Hopkins, que además de interpretarlo se encargó de la escritura del guión y de la parte musical, y que nos transporta hacía un mundo onírico en que la realidad se mezcla con los sueños de un escritor, provocando una sobredosis visual de difícil asimilación.

Pantalla Invisible



Un guionista con síndrome bipolar está rescribiendo parte del libreto de un filme que se encuentra en vías de rodaje pero que se halla estancado por el caos que fluctúa en el ambiente de la producción; pese a todo intenta reflotar el proyecto entre las presiones a las que se ve sometido por culpa del productor. Peor presión será la que ejerza su propia mente, asfixiada por una enfermedad que va más allá de los síntomas básicos de la bipolaridad, provocándole una distorsión entre la realidad y la ficción: todos aquellos personajes que han nacido de su imaginación cobrarán vida más allá de su procesador de textos, persiguiéndole hasta que no sepa sí lo que está viviendo es real o forma parte de una pesadilla que viene a resumir toda su trayectoria como escritor.

Esto es lo que se puede deducir después de prestar mucha atención a una película que solo se puede entender como un conglomerado de secuencias sin conexión, poblada por seres que han perdido el norte y que no saben hacía donde se dirigen.

Así se puede definir Slipstream: un viaje lisérgico que nos traslada a otra dimensión, a la dimensión indescifrable de Hopkins; nos hace descubrir algunos de los recovecos perdidos de su mente inquieta. Pero si pretendía que en el post-screening generase debate (como si provocan las visiones alucinógenas del surrealista David Lynch, artista con el que ciertos bienaventurados dicen que Hopkins se ha podido influenciar para rodar este filme), lo único que genera tal acumulación de disparates visuales es la estupefacción. A priori pues ha conseguido que reaccionemos ante un producto, esta vez sí, inclasificable en muchos aspectos: no parte de una estructura lineal (ni de algo que se le parezca); los planos duran menos de cinco segundos; no hay un hilo argumental definido, del mismo modo que no hay una serie de personajes principales (a excepción tal vez del guionista que interpreta el propio Hopkins); no hay una clara disposición atemporal involuntaria que sirva de pretexto para que al final podamos ordenar todas esas escenas inconexas que hemos visionado; y por si no fuera suficiente, la constante experimentación en la fotografía imposibilita valorar sí de verdad tiene unas nociones básicas con el cinematógrafo o sí por el contrario el bagaje que parece atesorar viene dado por el equipo técnico que lo respalda.


Tampoco parece que haya una expresa voluntad por adherirse a los cánones de la posmodernidad cinematográfica, pues la larga secuencia en la cantina está planteada de forma muy clásica a pesar de que los diálogos de los personajes parece que vayan hacia un bucle sin salida (el equipo de rodaje se debió compadecer del pobre Christian Slater, que a pesar de encontrarse en su salsa, nunca sabe qué narices hace). ¿Neoclasicismo? No, la anarquía pura y dura.

Este es el motivo por la cual se convierte en un experimento excéntrico, genuino y estrambótico. Y encima metacinematográfico. Por si fuera poco aparece Kevin McCarthy (protagonista de La Invasión de los de los Ladrones de Cuerpos, la original, la del 1956, la que rodó Don Siegel) interpretándose a sí mismo. Parece que Hopkins nos quiera tomar el pelo, y nosotros, siendo condescendientes con una de las figuras clave del cine moderno, nos lo dejamos tomar; somos participes de este pastel de setas alucinógenas que el protagonista de El Silencio de los Corderos cocinó para todos los cinéfilos interesados en su trayectoria, coincidiendo además con su setenta aniversario. Una tarta de sabores indescriptibles que una vez nos la hemos zampado, y parafraseando el título del filme, deja una estela de perplejidad en nuestros cerebros. Felicidades Sir Hopkins, nos ha engatusado a todos con su pastel de cumpleaños.

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Ediciones disponibles: editada milagrosamente en España en DVD (zona 2) por Versus Entertainment, sin extras destacables.




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La sección en donde se dará a conocer obras perdidas del cine, de ayer y de hoy, con el objetivo de que lleguen al espectador con mayores inquietudes cinéfilas

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