El “pinku eiga” (el cine erótico de procedencia nipona) siempre se ha caracterizado por su originalidad y versatilidad; no sólo de posturitas sexuales viven los personajes de este tipo de producciones destinadas al consumo doméstico. Pero que esté protagonizado por un “kappa” (un ser acuático procedente del folklore fantástico autóctono) ya no resulta tan habitual, y sí encima se marca unos pasos de baile entre coito y coito, uno ya no sabe como encararla. El resultado es Underwater Love (2011), una extraña coproducción germano-japonesa que ha ido transitando comercialmente por distintos festivales, dejando pasmada a la audiencia asistente, y que se convierte en un divertimento bizarro con un aire “gafapasta” al disertar sobre algunos aspectos de la religión shintoista. Encima está amenizada con algunos números musicales que provocan la vergüenza ajena.

¿Cómo sintetizar el argumento de un filme constituido por acalorados fotogramas? ¿Cómo enfocar el análisis de un producto del que emanan fluidos cada cuarto de hora y que ha tenido cierta trascendencia entre el séquito de aficionados al cine asiático al estar financiada por Rapid Eye Movies (productora alemana) y venir avalada en las tareas fotográficas por el sobrevalorado Christopher Doyle? Respuestas que vienen dadas por un relato lineal que podría haber rodado cualquier cineasta asentado en la industria nipona indie actual: una mujer algo amargada trabaja en una piscifactoría; a pesar de estar prometida con el capataz de su fábrica, se encuentra frustrada sexualmente. Un día mientras pasea cerca de una laguna descubre a un “kappa” que le resulta familiar, pues sus facciones se parecen razonablemente a su primer amor de adolescencia. Ni corta ni perezosa decide intimar con dicha criatura y al poco tiempo empieza a sentirse más aliviada (sexualmente, se entiende). Pero al mismo tiempo se da cuenta que le será imposible convivir con un ser que necesita de un medio acuático para sobrevivir, con lo que decide visitar el ecosistema local de los de su especie y convertirse en uno de ellos, abandonando la vida que llevaba como humana. Y entre copulación, música del grupo alemán Stereo Total y varias filosofadas para rellenar metraje, termina regresando a su hogar, recuperando, eso sí, el espíritu joven que había perdido después de estar trabajando tantos años de forma monótona en la explotación pesquera.

Lo apuntábamos antes, un “kappa” es un ser que forma parte del fabulario fantástico japonés y que se puede describir como un híbrido entre una rana (por las ancas en las distintas extremidades), una tortuga (por el caparazón que trajina en su espalda, un pato (por el pico) y un ser humano. Aunque actualmente se los venere y sean afables, en siglos pasados eran considerados como auténticos vampiros que se comían a niños para subsistir. Su participación cinematográfica no ha sido abundante, pero lo cierto es que nunca habían sido los protagonistas de un festival erótico como el que Shinji Imaoka (realizador curtido en el género erótico) ha filmado para satisfacer sus ansias artísticas. Y es que el mercado pornográfico japonés no existe como tal, pues desde los años 60 el artículo 175 del Código Penal japonés establece que lo obsceno (equivaliendo como tal el miembro viril y el pubis femenino) no se puede mostrar en ningún soporte artístico (con excepciones). Esta censura retrograda ha provocado que las cintas pornográficas se las ingenien para enseñar lo que todo el mundo intuye pero que no muestran explícitamente por miedo a que sean prohibidas por decreto ley (pena capital a la que fue condenado Nagisa Oshima cuando exhibido sin ningún tipo de pudor El Imperio de los Sentidos). En este contexto tan miserable, los productores dan vía libre a los cineastas para que exploren nuevas posibilidades que capten la atención del público, siempre que contengan un mínimo de escenas subidas de tono. Y así es como producciones como Underwater Love ven la luz en un mercado doméstico copado por aburridas fantasías clónicas o por filmes en el que se mezcla el terror con el erotismo para crear un clima de tensión sexual.

En esta ocasión lo terrorífico no viene condicionado por la figura del “kappa”, sino que lo horrible viene dado por la escasez de medios (típico del subgénero) que se han empleado para rodarla, y es que a pesar de que los efectos de maquillaje y el diseño del bicho han corrido a manos de Yoshihiro Nishimura (enfant terrible del gore nipón, sólo falta visionar la apreciable Tokyo Gore Police), los acabados finales distan mucho de lo que se merecen estas veneradas criaturas. Las reflexiones intelectuales entorno a ciertos aspectos animistas que envuelven el mundo de los “kappa” tampoco ayudan demasiado, y menos cuando estas cavilaciones se hacen a la mitad de un acto sexual. Como compensación podríamos hablar maravillas de los números musicales, pero no todos funcionan en pantalla, ya que sí el objetivo final era buscar cierta comicidad, que hiciera olvidar lo bizarro que resultar visionar una relación entre una mujer y uno de esos seres fantásticos, no lo consigue. Da la sensación de que no ensayaron demasiado las coreografías (¿por falta de tiempo en la planificación del rodaje?), demostrando un cierto amateurismo que, a pesar de no sentarle mal del todo, termina por hacer chirriar todo el conjunto.

Probablemente la expectación que se creó en el momento en que muchos nos enteramos de la viabilidad de una locura como esta, es proporcional a la decepción que nos llevamos al comprobar que no deja de ser un filme marginal que se olvida al cabo de una hora de haberla visionado. Una lástima ya que es una rareza digna de conversar en formol, como esos (falsos) “kappa” que se conservan en algún que otro museo de algún que otro remoto pueblo nipón (¡buscad las fotos por la red, que existen de verdad!) y que sus dueños aseguran que son auténticas criaturas que cazaron sus antepasados. Más bizarro imposible.