Carrie Ng fue toda una diva sexual durante la nouvelle vague cinematográfica hongkonesa (entendida como tal desde que A Better Tomorrow dio el pistoletazo de salida con el “heroic bloodshed” hasta que la vieja colonia fue devuelta a China en 1997); para muchos fue toda una femme fatale que, además de exhibirse sin pudor, ofrecía unas más que convincentes interpretaciones, demostrando así sus dotes dramáticas ante las cámaras. Después de vivir ocho años apartada del mundo de la farándula, regresa por la puerta grande en Les Nuits Rouges du Bourreau de Jade (2009), en un papel hecho a su medida: el de una asesina sadomasoquista obsesionada por las prácticas sádicas que ejercía el verdugo de la corte del primer emperador de China a todos aquellos que osaban desafiar la autoridad de la monarquía. Una trama negra que implicará a una marchante de arte francesa (Frédérique Bel), un triádico que pretende vender una preciada pieza de coleccionista del período Qin y a varias víctimas colaterales que caerán en las garras de Jade de la tuneada Ng.

Visionar esta coproducción entre Francia y Hong Kong sin saber exactamente de que va la trama equivale adentrarse en una jungla de cristal asfixiante, en un húmedo suelo de cemento virgen del que emanan peligros a cada paso que das. Eso es lo que le sucede a una intermediaria, que también ha sido adiestrada en el arte de matar, al intentar estafar al mafioso cantonés (Jack Kao) que le ha encargado la misión de cerrar un negocio con la enigmática mujer que ha conseguido comercializar un portentoso perfume de Jade (Carrie Ng of course). Al descubrir en su primer encuentro que no es agua clara, decide plantarle cara por las bulliciosas calles hongkonesas, descubriendo en posterioridad que detrás de esa resplandeciente apariencia se halla una auténtica dominatrix regodeada con el placer de la carne, y que cuenta con la ayuda de un actor de opereta que ha llevado al teatro la macabra historia del ejecutor de Qin. Vamos, ficción histórica dentro de la ficción contemporánea.

Lo que empieza siendo una clásica trama de suspense va tomando tintes enfermizos cuando la maestra del dolor empiece a mostrar sus cartas sobre la mesa, asistiendo a una de las secuencias más escabrosas que se han podido ver en pantalla desde hace años (y que tiene como máxima protagonista a la modelo Carole Brana, sodomizada por la lujuria de Carrie Ng), no teniendo nada a envidiar al “torture porn” más “hardcore” que se ha podido ver en circulación en el último lustro.

Siendo justos con lo que se plasma en fotogramas podemos afirmar que, viendo la composición de según qué secuencias, a uno le viene en mente el cine que practicaba Takashi Ishii hace una década (sobre todo por Black Angel o Flower & Snake, dos de sus polémicos largometrajes con los que comparte puntos en común). En realidad detrás de las cámaras se encuentran la pareja francesa Julien Carbon & Laurent Courtiaud y su compañía Red East Pictures (fundada junto al también realizador Kit Wong), dos aficionados al cine asiático, afincados en la ex-colonia británica desde hace más de tres lustros, que se han encargado del diseño artístico, así como de pulir los libretos, de realizadores tan influyentes como Tsui Hark (en Black Mask 2: City of Masks) o Johnnie To (Running out of Time). Su trabajo previo como escenaristas se palpa en las imágenes de esta opera prima, pues tanto las localizaciones (la secuencia inicial del helicóptero sobrevolando los rascacielos, que asoman entre una neblina, son de ensueño), como los “set pieces” (atención a la recreación de la tasca subterránea en dónde se producen los primeros encuentros violentos entre las dos viudas negras o al clímax final, más propio de la saga de Pesadilla en Elm Street), así como la composición de los planos (y en si mismo la planificación secuencial), resultan perfectas desde un punto de vista técnico; una labor con la que han tenido mucha cura y que demuestran la profesionalidad de dos chiflados de esta estratégica ciudad alumbrada por miles de neones.

El único problema estriba en el ritmo pausado que le han querido insuflar, pues una vez se dejan claros los objetivos finales de todos los personajes no hay demasiado más que desarrollar; sólo falta proceder a la resolución del conflicto a la que han sido atrapados. Y en este aspecto, la narración termina por acumular una tendenciosa reiteración secuencial, esgrimiendo cierta pesadumbre en la repetición de las fórmulas expuestas (las ansias fetichistas de Ng, los encuentros entre la asesina francesa y el padrino que le ha encargado la misión, ciertas idas y venidas por escenarios cotidianos, etcétera), provocando que el tempo no sea todo lo fluido como sí debería ser en este tipo de relatos negros. Tal vez un poco más de acción hubiera sido necesaria para dotar de más dinamismo a una trama perfectamente encuadrada en los cánones del cine noir, y cuya milimetrada composición escénica refluye en una bellas y rojizas imágenes de sensualidad del Hong Kong contemporáneo, que una vez más interactúa como filtro narrativo de la historia (como afirman los propios cineastas: “la ciudad funciona como una fuerza impulsora detrás de la historia”). Lo mismo le sucede a Betrayal (2008), indispensable precuela que se rodó cuando el proyecto se estaba terminando de concretar, y que en forma de cortometraje descubrimos como las garras de jade fueron a parar en manos equivocadas.

Dos producciones pues que sirven para reafirmar la presencia escultural de Carrie Ng en el mercado cinematográfico hongkonés, y que resultan perfectas para descubrir como las gasta esta espectacular diva a la que caeréis rendidos fácilmente.