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Andarushia: Revenge of the Goddess

Un artículo de Eduard Terrades || 18 / 6 / 2012
Pantalla Invisible

¿Qué tienen en común Paris, Andorra, Barcelona y los soleados paisajes de Andalucía? Pues que todas ellas engloban el conjunto de localizaciones naturales de un thriller nipón extremadamente comercial: Andarushia – Revenge of the Goddess (2011), una superproducción que intenta plasmar la idiosincrasia de cada región sin esquivar los manidos tópicos, pero sabiéndolos integrar en una trama conspirativa que envuelve a un gran lobby financiero, a la Interpol y hasta al Primer Ministro japonés. Una ociosa aventura en suelo mediterráneo que, a pesar de algunos problemas en el raccord, resulta curiosa y entretenida al comprobar como puede sacársele partido a algunos de esos lugares comunes por los que muy seguramente hemos paseado alguna vez y que nunca nos hemos llegado a plantear su verdadero potencial escenográfico. Persecuciones, dobles identidades y secretos bancarios que deben ocultarse ante la amenaza de un gran escándalo que pondría en entredicho la propia nación japonesa. Todo ello y un poco de romance es lo que nos ofrece este hierático blockbuster palomitero.

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La trama arranca en la vigilia de una cumbre europea en la que coincidirán varios líderes de las principales potencias mundiales para debatir sobre diferentes posturas económicas y escándalos de corrupción. Paralelamente, y en la misma noche, en Andorra se ha cometido un presunto crimen violento: un broker de nacionalidad japonesa, hijo de un famoso teniente de policía, ha sido asesinado con un arma de fuego que se ha volatilizado por arte de magia. Su intérprete y banquera (Meisa Kuroki que, dramatúrgicamente hablando, ha madurado de la noche a la mañana) es interrogada como testigo y posible sospechosa por un agente de la Interpol de su misma nacionalidad (Hideaki Ito), hasta que aparece en escena un diplomado (gran Yûji Oda, recuperando al mismo personaje que ya había encarnado en un filme previo y en el serial televisivo Diplomat Kuroda) y que decide llevársela hacía Barcelona para pedir asilo político, ya que las investigaciones que ha ido llevando por su cuenta la relacionan con un gran escándalo financiero de blanqueo de dinero que podría involucrar al primer ministro nipón. Ella podría ser la cabeza de turco. Pero obviamente serán perseguidos por todo el apoyo logístico español de la Interpol y, después de formar un equipo común, descubren que el cerebro de la trama podría esconderse en una ciudad andaluza, en donde un capo de las financias mafiosas, que incluso mantiene conexiones con una importante refinería de gas, podría tener su oficina central. Hasta aquí podemos leer.

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Hiroshi Nishitani (Supect X) es todo un especialista firmando thrillers convencionales, en los que la complejidad de la trama suele adaptarse a la inteligencia media del público mainstream a los que van dirigidos, sin que sus producciones pidan de un esfuerzo suplementario para poder comprenderlas en toda su plenitud. Esto no supone ningún prejuicio ni insulto para el espectador, ya que lo suyo es ofrecer entretenimientos de calidad. Eso sí, requieren de cierta atención para que no se nos escape nada. Ningún “macguffin” ni pista debe ser infravalorada, ya que pueden sernos útiles para anticiparnos a las resoluciones finales de todos esos conflictos que va planteando a la vez que evoluciona la trama. Así, por mucho que en este relato de conspiraciones y estafas bancarias aparezcan algunos términos económicos, estos son tan genéricos que no necesitamos de un master para poder asimilarlos (ni mucho menos estamos ante un thriller de avanzado nivel intelectual como fue Margin Call de J.C.Chandor). A la hora de valorar todos esos aspectos positivos que refuerzan este lioso puzle, tampoco hay que descartar la sabiduría de Nishitani como veterano realizador, ya que este desconocido productor domina perfectamente el lenguaje cinematográfico al haber trabajado previamente en el formato televisivo. Su mente lucida siempre va por delante y sabe exactamente cuales son los mejores mecanismos para mantener a las audiencias enganchadas a la historia que plantea. De hecho, y partiendo de la base que suele aceptar guiones ajenos, es especialista en moldear la narración a su gusto, ofreciendo su toque distintivo a cualquier encargo que acepta.

Para esta ocasión exigía de una postproducción muy trabajada, y para ello necesitaba de un perfeccionadísimo “storyboard” al que debía ceñirse milimétricamente para tener muy claro los mejores encuadres de esas localizaciones en las cuáles nunca había filmado. En este aspecto, el papel del equipo encargado del diseño de producción en suelo español jugó un papel determinante para poder congeniar todos los elementos intrigantes de la historia (atención al altercado con varios automóviles, con tiroteo incluido, que idearon en las bulliciosas calles barcelonesas). Y es que una buena parte de la plantilla es de nacionalidad española, y no solamente “off de record”, sino que aparecen en escena varios rostros conocidos de la escena televisiva estatal (como Santi Pons, visto en varias series de televisiones autonómicas y que encarna a un poderoso banquero especialista en intimidaciones y chantajes).

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Nishitani sabe perfectamente que la mejor receta para equilibrar un thriller es combinar una sólida historia de múltiples personajes entrecruzados con el ritmo frenético de las escenas de acción, siempre con un tempo medio, con un montaje de estructura lineal que equilibre las secuencias de más movimiento con las que se utilizan para recontar los hechos que viven los distintos protagonistas (y a ser posible evitando innecesarios “pillow-shots”, que en este filme sólo se introducen oportunamente para mostrar la vena folklórica catalana y andaluza). Esa es una de las praxis de manual para evitar la parsimonia en este tipo de cintas ociosas que muchas veces resultan algo clónicas por sus recurrentes ambientaciones urbanas (no es el caso). Además partía con ventaja, ya que no deja de ser una secuela de Amalfi: Rewards of the Goddess (2009). O, depende de cómo se mire, un “spin off”, ya que del reparto original, además de Oda, prácticamente sólo repite Erika Toda como una diplomática que ahora trabaja en el consulado de Barcelona. Aunque en esa ocasión la trama se centraba en la cumbre del G8 en Italia y como el diplomático debe hacer frente a un caso de secuestro, mientras que ahora la complejidad del relato nos sitúa en plena debacle económica de la banca y a ciertos escándalos que comprometerían la credibilidad del gobierno nipón. Ambas producciones pueden calificarse pues como de thrillers turísticos, que para el público autóctono pueden influenciarles a la hora de escoger sus destinos vacacionales (hemos de recordar que estadísticamente los japoneses son grandes viajeros a consecuencia de la geografía de su país).

Para nosotros, y viendo algunos errores de raccord por culpa del vertiginoso montaje en las escenas de acción (es físicamente imposible que durante una persecución a pie se pase de la zona alta de Barcelona a la Sagrada Familia en dos planos), no dejan de ser algo pueriles e intrascendentes y, más allá del encaje comercial que tienen en su país de origen, solo nos asombran por el cariño que profesan hacía la cultura mediterránea.



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