A raíz de las propuestas que han ido desembarcando en festivales especializados, amparados en la exquisita selección de sus programadores, la cinematografía pinoy se ha puesto de “moda” entre un grupo de inquietos cinéfilos. Muchas de ellas extremadamente underground (como Engwentro de Pepe Diokno) o radicalmente opuestas al cine comercial bobalicón que se suele rodarse en Filipinas (como por ejemplo las sublimes disecciones sociales que suele brindarnos Brillante Mendoza en sus radicales propuestas). Todas estas producciones, aunque internacionalmente no hayan arraigado demasiado, sí que han propulsado al país fuera de su recóndita e insular situación geográfica, convirtiéndose en una cinematografía emergente a ojos de Occidente, a pesar de que internamente la industria se halle algo fracturada y en permanente crisis productiva. Para levantar el deprimente panorama ha surgido Vice Ganda, un artista abiertamente gay que, desde hace una década aproximadamente, ha revolucionado el sector televisivo y asimismo es el protagonista de Petrang Kabayo (2010): una alocada comedia de enredos que se ha posicionado en el top ten de las cintas más vistas de toda la cinematografía filipina, a pesar de su precariedad artística y técnica.

Resulta complicado clasificar un filme cuyo argumento queda difuminado por una sucesión de gags que, a no ser que seas de nacionalidad filipina, resultan algo incomprensibles; chistes malos que son de difícil digestión y comprensión, y que juntos podrían formar parte de un culebrón cómico con temática homosexual: Peter es un transformista que en edad muy temprana descubrió su orientación. Su padre nunca lo entendió, considerando a su hijo como un enfermo pervertido, maltratándolo como si fuera un caballo. Después de aguantar demasiadas humillaciones (muy exageradas por cierto, pudiendo llegar a herir la sensibilidad de la audiencia), decidió emprender una huida desesperada por las calles de Manila. Famélico y al borde de la extenuación, fue recogido por una solterona de familia adinerada, propietaria de un hipódromo para gente de clase media-alta. Pero ahora el chaval se ha vuelto un egocéntrico elitista; un nuevo rico arrogante que odia a los caballos y que solo los ve como pura mercancía para engordar su emporio. Pero una maldición inducida por un brujo de la acerca de enfrente caerá sobre él, transformándolo en una yegua que le hará recordar en todo momento esa tortuosa época en la que su padre le obligaba a tirar del rickshaw familiar.

Después de demasiados enredos con distintos personajes secundarios que no vienen a cuento, y de descubrir que a su manera puede controlar el embrujo cablalístico (sólo él sabe de su poder), decide utilizar sus aleatorias transformaciones (que normalmente vienen dadas por palizas que recibe de colegas y familiares) para ayudar a un jinete metrosexual a ganar una competición.

Petrang Kabayo (palabra que designa a los rocinantes en filipino) es en realidad el remake de un largometraje bastante popular que causó cierta sensación local a finales de los años 80 (Petrang Kabayo at ang Pilyang Kuting, rodada por Luciano B.Carlos en 1988, y que de su exitosa recaudación generó una secuela estrenada al cabo de dos años), pero a diferencia de la original (que sí causó cierta controversia porque sí la homosexualidad no estaba ni bien aceptada en ciertas partes de Europa, imaginaos en un país tercermundista), esta nueva reformulación de las aventuras fantasiosas de un gay con tendencias bipolares es mucho más políticamente incorrecta. Se atreve a reírse de todo, incluso crítica sutilmente algunos estamentos filipinos, y el propio Ganda se mofa de sí mismo, llevando su personaje hasta cuotas risibles, una “locaza” en toda regla. En cierto modo debe basarse en la interpretación que ofreció Roderick Paulate en el filme original (actor retirado que siempre jugaba con su ambigüedad sexual y que ahora se dedica a la vida política, siendo concejal del ayuntamiento de la ciudad de Quezon desde 2010). Aún así la representación de Ganda escapa de cualquier contención interpretativa, ya que sus histriónicos gestos y muecas denotan una cierta sobreactuación intencionada y acorde con su personalidad más extrovertida (solo falta buscar alguno de sus shows por la red y quedareis patidifusos). Un canto al manifiesto gay más colorido, animando a todos aquellos que no se han atrevido a salir del armario a que lo hagan.

A veces algo chabacana, otras demasiado absurda como seguir viéndola (algunas secuencias producen vergüenza ajena, como cuando una serpiente se le insinúa al ir completamente desnudo en plena selva), lo cierto es que toda ella parece un chiste malo o una de esas añejas comedias de Bollywood de serie B. Mal enfocada en planos, con iluminación pésima en muchos escenarios naturales, un guión que parece escrito sobre la marcha y unos CGIS hechos con photoshop; elementos técnicos que la convierten en un entrañable producto decididamente kitsch y que por este motivo hacen que permanezcamos ante la pantalla hasta el final. Aunque dure casi dos horas no aburre, sea por su alocado ritmo, sea porque a medida que avanza el metraje sus secuencias cómicas aún se vuelven más vulgares y se convierten en un “guilty pleasure” inconfesable. Esta es la misma sensación que debieron experimentar los espectadores locales, pues recaudó más de 115 millones de pesos filipinos (más de dos millones de euros), aunque son datos que hay que contrarrestarlos con los índices de población filipinos, ya que esta república presidencialista es uno de los doce países más poblados del planeta. Sea como fuere este “blockbuster” regional producido por Viva Films (subsidiaria de Viva Entertainment Group, un imperio dedicado a la industria televisiva y musical que no tiene rival) es una extravagante muestra de una fructífera cinematografía que tiende a ser olvidada incluso por los que seguimos asiduamente el cine asiático. Y como estamos a favor de las minorías, que mejor introducción al cine pinoy con una comedia inclasificable, irritante y muy significativa de lo que realmente vende en ese archipiélago tropical.